Falsa calma
Un recorrido por los pueblos
fantasma de la Patagonia
María
Sonia Cristoff
Alpha
Decay
Barcelona,
2016
249
páginas
Bajo
la capa de la superficie de la Patagonia, la tierra negra está formada por
tiempos podridos, pero, como todo el mundo sabe, para que se forme el humus es
necesario que la materia se pudra. Y en la Patagonia el tiempo es materia, es
sólido, es un rival contra el que se lucha como se lucha contra los fantasmas.
Esa es la impresión que María Sonia Cristoff (Trelew, Patagonia, 1965)
transmite a través de este recorrido por los pueblos fantasma de la Patagonia.
En su recorrido, por encima de ese manto que cubre la tierra negra, no cesa de
buscar la mejor palabra. Y esas palabras las va encontrando en la voz de la
gente. Porque este Falsa calma está
escrito con el mejor estilo oral, o falsamente oral, con un lenguaje de
reportero no literario, con la sintaxis y el vocabulario que nos permite
identificar a las personas. Pero para conseguir eso, ella ha debido respirar
por el cero que se le ha ido formando en el diafragma. No cabía la opción de
sentarse a esperar que reposara lo que iba conociendo: había que seguir
viajando, porque solo es válido el viaje si existe algo de valentía en él.
Patagonia
es un nombre legendario entre los viajeros. Pero para María Sonia Cristoff
Patagonia es una sucesión de personas. No cabe conocer a una nueva hasta que no
ha exprimido el alma de la primera y luego de esa decantación extrae el
material para una crónica en la que, por encima de todo, sobrevuela el respeto.
Pues no otra cosa merecen esos supervivientes que recurren a toda suerte de
recursos para sobrevivir a la hostilidad de la Patagonia: la escritura, el
pilotaje de aviones, la religión y las ofrendas, las cenas compartidas, la
lectura de todos los volúmenes protagonizados por Hannibal Lecter, el psicópata
de El silencio de los corderos; ver
la tele, rumiar en los paseos esa impresión de que si existe Dios se olvidó de
ellos, saber que uno es un desubicado y reconocerlo; la resignación y, como no,
el suicidio. El último de los capítulos nos resulta conocido, pues Leila
Guerriero ya dedicó un libro al pueblo de las Heras: Los suicidas del fin del mundo.
La
diferencia es que el proyecto de María Sonia Cristoff es de otra índole. No se
trata de un reportaje periodístico, se trata de saber, de intentar conocer qué
es lo que caracteriza a la soledad de esta gente, qué es lo que la convierte en
una soledad tan especial. Y en lugar de repetir la pregunta para hallar una
respuesta, se dedica a narrar. Relata los encuentros con la gente y también las
calles solitarias y la abulia de los perros. Nos descubre que solo en un lugar
como la Patagonia se atrevería nadie a llevar a cabo un programa piloto de
reinserción de esquizofrénicos. Que este territorio sin ley, o que ha
construido unas leyes que nadie osará poner en negro sobre blanco, es un lugar
donde una recua de presos puede desaparecer como azúcar en un vaso de agua. Que
todo lo que es propio de la frontera y de la periferia de la vida, es propio de
Patagonia. Y de ello no se escapa el miedo, el aburrimiento y esa prevención
constante de cada una de las personas que reconoce: ese temor a volverse locos.
Pues en buena medida tanto territorio vacío es también un cautiverio para ellos.
En definitiva, con una forma de relatar que gana su mejor tono a medida que
pasan las páginas, María Sonia Cristoff nos devuelve a la Patagonia donde lo
inverosímil es real. Falsa calma es un libro como para no perdérselo:
desmitifica a la Patagonia de los viajeros, pero aumenta con ello su leyenda.
Fuente: Culturamas
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