Islas des-conocidas
Un archipiélago de mitos,
misterios, fantasmas y fraudes
Malachy
Tallack
Traducción
de Blanca Ribera y Jorge Rizzo
Ilustraciones
d Katie Holmes
Geoplaneta
Barcelona,
2017
143
páginas
Después
de libros tan maravillosos como Atlas de islas
remotas (Nórdica y Capitán Swing) y Lugares
fuera del mapa (Blackie Books) uno sigue deseando que aterricen en su mesa
de trabajo más libros con ese espíritu. Este Islas des-conocidas no decepcionará al amante de aquellas dos
obras, con el añadido de presentarse en formato de libro ilustrado, un hermoso
ejemplar de buen gusto en el diseño, en la maquetación, el color y todo lo que
tenga que ver con las artes visuales. Un libro para regalar y para regalarse,
pero no para ser hojeado y guardado en la estantería de libros bonitos sin
haber leído el texto. Cada pieza, cada isla, es una demostración literaria de
las virtudes de la condensación y la reducción a lo que importa. Cada isla
posee un valor añadido, añadido por el hombre o los hombres a lo largo de algún
periodo histórico, como para merecerse ella sola un libro de este calado. El
trabajo de Malachy Tallack es una puesta a punto perfecta de un motor en el que
el combustible es geográfico, histórico, arqueológico, etnológico y
etimológico, a lo que cabe añadir cierto saber periodístico narrativo, es
decir, de género literario en el que interviene el fraude y esa versión del
fraude que tanto amamos que se llama fantasía.
Las
islas suelen representar continentes reducidos, autosuficientes. De ahí que o bien
sean paraísos naturales, donde la convivencia con la primavera es permanente, o
civilizaciones perfectas, donde el hombre ha sido capaz de crear la Polis mejor
equilibrada. Partiendo de estos dos tipos de islas, Tallack da por supuesto que
todas son reales por el mero hecho de que se pronuncian, de que tienen nombre,
de que si existen en las culturas, aunque sea en forma de mito, eso les
confiere realidad. Tal vez no verosimilitud, pero ese valor no siempre marca
una diferencia de calidad literaria. Para ayudarse en la organización del
trabajo, divide las islas en seis bloques, en los que presenta cuatro o cinco
ejemplos de cada una de sus categorías. Los bloques van evolucionando de lo
legendario a lo científico. De hecho, el primero es un grupo de islas
culturales, que son un pueblo porque son parte de su imaginario, de lo que
consideran sus orígenes, su ideal. Se trata de islas que son fuente y son
destino, orígenes de rituales, por lo general vinculados a la muerte, hacia las
que los espíritus viajan de manera que, en estos casos, el mar es un puente
entre la vida y la muerte. No se puede ser más isla.
En
el segundo bloque añade lo geográfico a lo mítico, de modo que se pegunta sobre
la credibilidad de las mismas, o se da fe de cómo se ha cuestionado a lo largo
de siglos. Durante esa temporada, a los cartógrafos les costaba no apuntarlas
en los mapas porque aparecen en los límites de lo navegable. Alcanzarlas
suponía una hazaña y cada cultura se apuntala sobre sus héroes. Tallack salta a
una precisión más geográfica en las siguientes islas, sobre las que se debatió
en los inicios de la ciencia moderna, cuando se exigía la certificación por
varios cartógrafos. Estas islas salieron, con frecuencia, de la codicia. El
parte podrían basarse en un hallazgo real, tangible, pero en cierta medida son
un fraude que necesitó alguien que sostuvo su existencia, contra viento y
marea, a partir de un solo avistamiento. Cabe la posibilidad de que fueran
islas fugaces, que desaparecieran.
El
salto será, pues, hacia las islas románticas, las islas que realmente pudieron
existir y hundirse, islas confusas de las que nos cuesta renegar, como la
Atlántida. La duda de su existencia surge por la aparición de una isla idéntica
en distintas culturas. Triunfarán entre la gente en tiempos de hipótesis y del
deseo de ciertos estados de hallarlas para incrementar su producto interior
bruto. El siguiente grupo de islas será, pues, las islas tristes, las islas de
los perdedores, de los individuos que vieron en ellas sueños de gloria, de
desesperados por salir del arroyo, que anticipan las últimas islas, a las que
lamentamos llegar, porque supone llegar a nuestra época, donde resulta
imposible ocultar algo tan cartográfico como una isla. Serán islas perdidas,
tal vez atolones que desaparecieron bajo el mar, jardines ocultos por culpa de
algún movimiento de placas tectónicas, o icebergs de tal tamaño que uno pudo
confundir con islas durante décadas. La sensación de pérdida se impone, el
canto melancólico por los siglos en los que el hombre se enriquecía con la idea
de que quedaba mucho sin explorar, el lamento de estar vigilados por los
satélites y tener acceso a cualquier rincón a través de un teléfono móvil. Y la
desaparición de la navegación como una ciencia para valientes, porque apenas existe
la incertidumbre ni siquiera en el océano. Lo cual nos invita, una vez
terminado el libro, a volver a empezar, porque siempre nos quedará el consuelo
de la literatura.
Fuente: La línea del horizonte
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