El oro blanco
Edmund
de Waal
Traducción
de Ramón Buenaventura
Seix
Barral
Barcelona,
2016
523
páginas
La
pasión es una tela de araña que recorre nuestro sistema nervioso. En una mirada
tierna y una sensación dorada por el sol de última hora de la tarde. La pasión
puede contener una cascada de adrenalina o el sueño de una siesta de verano. No
importa la música con que vibre esa tela de araña cada vez que nos ponemos en
marcha, lo que importa es que esa música sea la nuestra, sea esa en la que nos
sentimos vivos que es ligereza, pero también euforia. Tampoco el volumen
influye, ni el hecho de que sea mejor o peor vista por la maldición de la
conciencia social. La pasión no se entiende, se protagoniza.
De
eso trata este hermoso libro, El oro
blanco, en el que Edmund de Waal repite en buena medida la fórmula que ya
empleó en La liebre con ojos de ámbar.
Aquí está lo mejor de sí mismo, su alma. Pero el alma no son los veintiún
gramos ni el amor verdadero. El alma no son los ojos o la droga que entra por
los ojos. De Waal pone toda su alma en las manos. Esa forma que él entiende que
debe tomar la verdadera vida, que a fuerza lo mejor es que sea lírica, se
traduce en las manos como frontera de contacto con lo bueno que ofrece el
planeta. El hecho de que en esta ocasión su oficio como artesano le lleve a la
porcelana, sobre todo a las más sutiles de la porcelana, se debe a que intenta
demostrar que se puede ser sublime sin interrupción, pero solo durante
quinientas páginas. Tras leer este volumen biográfico, uno debe tomarse un
descanso para charlar con los amigos de lo mal que atiende el ayuntamiento los
parques públicos. Porque durante su lectura, lo que hemos hecho ha sido
compartir con él su modo de felicidad, del que nos quedara que debemos
confiarla a la mirada, no al objeto que tenemos enfrente.
En
cierta medida, de Waal elige la vida de ermitaño. Es una persona dispuesta a
aprender siempre, y para eso conviene mantener cierta distancia, manejar la
perspectiva global. En los pasajes en que habla de su infancia, o sobre los
inicios de su carrera profesional es donde mejor comprendemos con quién vamos a
relacionarnos durante unas horas. La relación será agradable, incluso durante
el viaje a China con el que comienza el libro. A la búsqueda de los lugares
donde se crearon las primeras porcelanas. Allí se refiere a la exquisitez de la
oligarquía, a la que da carta blanca solo por el mérito de la finísima
porcelana; apenas menciona otra cosa del país, pero cuando lo hace se refiere a
la explotación laboral y a la pobreza, en frases escuetas que son un disparo en
un concierto. Aquí ya sabemos que él busca lo blanco, la pureza a la que más
adelante se referirá, incluso citando a Moby
Dick, y no lo ornamental. Libre de follaje, vemos la pureza de la pradera.
Intrigado, indaga en la relación entre Europa y China, una historia que resume
pero centrándose en su carácter sentimental, filosófico, religioso; en el
intercambio en el que los jesuitas tuvieron tanto que ver, y que además de la
porcelana supuso descubrimientos en las artes y en las matemáticas.
De
estas reflexiones extrae que lo que debe valorarse al encontrarnos frente a una
porcelana, es la recreación que podemos hacer del proceso de fabricación.
Porque ahí es donde nos identificaremos con el estado de ánimo del artesano.
Mientras tanto, no deja de viajar dentro de varias bibliotecas, hasta que se
desplaza a Versalles más rococó, al momento en que la historia de la porcelana
cambia su núcleo a Europa para no hacer otra mejora que no sea la de engordar.
Sus viajes le seguirán llevando a Dresde, a Sajonia, a la Inglaterra más
victoriana, y de nuevo a China, donde ya sí narra el presente, la decadencia
social. Así, cuando retorna a su taller retorna a lo blanco porque es su forma
de estar en la tierra con una pasión sin rencores ni deseos salvajes, porque al
no manejar otro color que no sea el blanco para hacer sus figuras, es como si
estuviera siempre empezando, aprendiendo de nuevo. Y ese sonido, el del
aprendizaje, es el factor común a cualquier forma de pasión.
Fuente: Culturamas
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