Frontera límite
Santi
Corella y Matías Crowder
Plataforma
Barcelona,
2014
136
páginas
En
esta esfera cada vez menos azul que llamamos Tierra, habitan unos simios
desarrollados cuya cumbre del progreso viene determinada por la perfección de
los relojes. Gracias a la aparición de un dedo pulgar que ahora permite empuñar
pistolas o antorchas olímpicas, la electricidad comenzó a irradiar la materia
gris, provocando que se multiplicaran las células y con ellas la obsesión por
fabricar relojes. Poeta es aquel que
consigue librarse de las tensiones del segundero. El milagro ocurre de vez
en cuando y con un poco de suerte llega a repartirse entre cada miembro de la
colonia humana. Aunque casi nunca dura siempre. En realidad, los hombres no buscan la verdad, que es uno de los géneros
de la poesía, sino las llaves de la casa, que se han extraviado entre
tantos bolsillos. Confiando en que dentro de un piso por el que pagamos una
hipoteca seremos inmunes al chaparrón de desgracias, no dejamos de mirar el
reloj para señalar la hora en que escampe. Y así se va haciendo cada vez más
tarde. O nos hemos convencido de que se hace cada vez más tarde. Aunque no
sabemos con exactitud -entendiendo por exactitud algo semejante al despotismo
de los relojes- para qué. Para evitar el dolor, suponemos.
Si
tuviéramos que dibujar el dolor seguramente recurriríamos al fuego. “El fuego
es un principio cósmico”, dictó Heráclito. El
dolor es un principio cósmico y el fuego es su piel. Y del fuego viene la
gran leyenda, al margen del mito de Hércules, que todas las culturas han
creado: los dragones. “Lo habíamos logrado. Habíamos hecho historia”, dicen los
autores de este Frontera límite. Ya
eran leyenda. Por fin habían rozado la imperfección brutal, nostálgica y
seductora de los dragones. Habían volado 20,45 kilómetros, habían caído durante
seis minutos y dos segundos y habían superado los cuatrocientos kilómetros por
hora. Santi Corella, Álvaro Bultó y Toni López acababan de cruzar el estrecho
de Gibraltar en un traje con alas, en una experiencia tan demoledora para su
anatomía, que apenas les quedaron restos suficientes para abrir el paracaídas
antes de tocar tierra.
A
continuación vino el viaje a la Antártida, para clavar un vuelo sin motor en el
epicentro del mundo helado, de las tormentas mortales, de las sombras sin
piedad. Y más tarde un clandestino vuelo desde lo alto del Salto del Ángel, tal
vez el rincón más bello del mundo, hasta la selva. Y de ahí a la comisaría.
Estas son las tres experiencias que se relatan en Frontera límite. Las aventuras de unos amigos del cielo que luchan por olvidarse de la tiranía de los
relojes. La mayoría de nosotros no somos conscientes de que a lo que más se
parece la vida es al vacío, porque la creemos llena de segundos, de minutos, de
días. Cuando, en realidad, uno puede llenar la vida de adrenalina o de lo que
quiera.
Fuente: La línea del horizonte
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