jueves, 25 de enero de 2018

FRONTERA LIMITE

Frontera límite
Santi Corella y Matías Crowder
Plataforma
Barcelona, 2014
136 páginas



En esta esfera cada vez menos azul que llamamos Tierra, habitan unos simios desarrollados cuya cumbre del progreso viene determinada por la perfección de los relojes. Gracias a la aparición de un dedo pulgar que ahora permite empuñar pistolas o antorchas olímpicas, la electricidad comenzó a irradiar la materia gris, provocando que se multiplicaran las células y con ellas la obsesión por fabricar relojes. Poeta es aquel que consigue librarse de las tensiones del segundero. El milagro ocurre de vez en cuando y con un poco de suerte llega a repartirse entre cada miembro de la colonia humana. Aunque casi nunca dura siempre. En realidad, los hombres no buscan la verdad, que es uno de los géneros de la poesía, sino las llaves de la casa, que se han extraviado entre tantos bolsillos. Confiando en que dentro de un piso por el que pagamos una hipoteca seremos inmunes al chaparrón de desgracias, no dejamos de mirar el reloj para señalar la hora en que escampe. Y así se va haciendo cada vez más tarde. O nos hemos convencido de que se hace cada vez más tarde. Aunque no sabemos con exactitud -entendiendo por exactitud algo semejante al despotismo de los relojes- para qué. Para evitar el dolor, suponemos.
Si tuviéramos que dibujar el dolor seguramente recurriríamos al fuego. “El fuego es un principio cósmico”, dictó Heráclito. El dolor es un principio cósmico y el fuego es su piel. Y del fuego viene la gran leyenda, al margen del mito de Hércules, que todas las culturas han creado: los dragones. “Lo habíamos logrado. Habíamos hecho historia”, dicen los autores de este Frontera límite. Ya eran leyenda. Por fin habían rozado la imperfección brutal, nostálgica y seductora de los dragones. Habían volado 20,45 kilómetros, habían caído durante seis minutos y dos segundos y habían superado los cuatrocientos kilómetros por hora. Santi Corella, Álvaro Bultó y Toni López acababan de cruzar el estrecho de Gibraltar en un traje con alas, en una experiencia tan demoledora para su anatomía, que apenas les quedaron restos suficientes para abrir el paracaídas antes de tocar tierra.
A continuación vino el viaje a la Antártida, para clavar un vuelo sin motor en el epicentro del mundo helado, de las tormentas mortales, de las sombras sin piedad. Y más tarde un clandestino vuelo desde lo alto del Salto del Ángel, tal vez el rincón más bello del mundo, hasta la selva. Y de ahí a la comisaría. Estas son las tres experiencias que se relatan en Frontera límite. Las aventuras de unos amigos del cielo que luchan por olvidarse de la tiranía de los relojes. La mayoría de nosotros no somos conscientes de que a lo que más se parece la vida es al vacío, porque la creemos llena de segundos, de minutos, de días. Cuando, en realidad, uno puede llenar la vida de adrenalina o de lo que quiera.

Fuente: La línea del horizonte

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