sábado, 20 de abril de 2024

DINERO EN EL BOLSILLO

 

Dinero en el bolsillo

Asta Olivia Nordenhof

Traducción de María Rosich Andreu

Sexto Piso

Madrid, 2024

159 páginas


 


Los técnicos de explosivos se acercan siempre con cautela al coche bomba para desactivar la trampa: manipulan con cuidado los cables, los estudian, y terminan por seccionar, con miedo, el de color rojo. Esa cautela es la que se ha ido imponiendo en el estilo con que se trata, con frecuencia, temas sociales, temas delicados, asuntos de miseria, de pobreza, de agresividad y de pérdida. La frase en la que se elimina todo lo que no sea hueso, el recurso al término directo, la construcción seca, el estilo breve hasta en la prolongación del párrafo. Lejos, muy lejos, quedan los niños huérfanos de Dickens, un autor que, a pesar de todo, nos mostraba cariño por sus personajes cuando se adentraba en lo más oscuro. Aquí el cariño es una aportación que debe hacer el lector si le apetece, y la historia, y el lenguaje con el que se narra la historia, no invita a que a uno le apetezca. Dinero en el bolsillo nos habla de la infelicidad que le viene impuesta a quien nació en el barrio siniestro del mundo.

Lo que Asta Olivia Nordenhof (Copenhage, 1988) nos transmite es que el mundo es feo. Si una parte de él es fea, no podemos enamorarnos del mundo, y una parte, esta que ella recoge aquí, no se caracteriza por la belleza, por el deleite, por la poesía. Estamos con los que viven a merced de poder robar, con los que no saben entender el sexo de otra manera que no sea pornográficamente, con los pobres, con una pareja que establece una relación demasiado asimétrica, de hecho, tan asimétrica que cae en la agresividad. Nuestros protagonistas establecen unos principios que se adhieren al sadomasoquismo. Ella, que de vez en cuando toma el relevo del narrador para expresarse con idéntica voz a la de éste, ha sufrido el pasado propio de los perdedores y termina por sufrir, también, el final propio de los perdedores, como es el de una enfermedad terminal amarga. La autora nos libera, eso sí, de la maldición cronológica y nos lleva de un momento a otro de la historia atendiendo más a necesidades emocionales, a impulsos que le van indicando qué es lo más importante de relatar en cada momento. Eso que es tan importante consiste, casi siempre, en la necesidad de salir adelante, en motivos prácticos, que no permiten a los protagonistas respirar otro aire que no sea un aire humillado.

Estamos hablando de vidas insignificantes, de gente para la que morir sería un descanso. Estamos hablando de desdicha. El estilo con el que se narra apenas da lugar a adorno, a pesar de lo cual, Asta Olivia Nordenhof encuentra algún hallazgo expresivo: «Eres salvaje, totalmente salvaje, repetía él. Si hubiera habido un lugar, un pequeño recoveco en el interior de Maggie que entendiera que la estaba convirtiendo en un mito y que nunca podría estar a la altura, ella no le habría prestado atención por nada del mundo», así define el enamoramiento. O «Freud. Un poco pompose. ¿Sabes qué pensé? Si se supone que el tal Freud es tan genial… Pensé lo genial que habría sido yo si hubiera tenido tiempo de serlo», dice, para resumir la maldición de haber nacido en la familia equivocada, en el callejón de los destinos, donde se dan los abusos, las presiones, la mala ventura. Sin duda Nordenhof recurre a la rabia para protestar por un mundo tan feo. Y la rabia es, no lo olvidemos, el último recurso que sirve para mantenernos en pie, nuestra última herramienta para no perder el orgullo.

 

 Fuente: Zenda

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