viernes, 16 de febrero de 2018

NOVATO EN NOTA ROJA


Novato en nota roja
Corresponsal en Tegucigalpa
Alberto Arce
Libros del K.O.
Madrid, 2015
212 páginas
15,90 euros



Como a Damocles, muchos habitantes del planeta Tierra se sientan a cenar, a diario, con una espada sobre sus cabezas. Incluso para muchos de ellos, el plato de la cena no contiene nada, está vacío. Al terror añaden el hambre. Es imposible encontrar sentido del humor en esta escena, donde se tritura cualquier cosa que se asemeje a los derechos humanos, desde la vida, el terrón de pan y el alfabeto, hasta una imaginación deficitaria que te permita escapar medio segundo del lugar donde te encuentras, medio verso de poesía o la clorofila de una planta rastrera que nazca entre las grietas del cemento. La historia de la humanidad se ha movido en un plano astral bien diferente de esa región, donde lo astral no es que sea un lujo, es que jamás se ha conocido. El lugar de una invención con naturaleza espiritual lo ocupa una fosa común donde se descomponen cadáveres en un líquido viscoso, verde y oscuro que se parece más al infierno que cualquier representación del fuego. Alberto Arce (Gijón, 1976) fue durante dos años el único corresponsal extranjero en Tegucigalpa, donde convivió con esa atmósfera de terror en la que la única escapatoria es salir con el rabo entre las piernas.
Su planteamiento como periodista es contundente: él ha ido hasta ese país para conocer su sangre. Mucha de ella derramada por el gesto absurdo de alguien que un día quiso derramar sangre. El horror y el drama de los que no huye, sino que los busca, nos lleva a cuestionarnos a qué categoría pertenecen los auténticos reporteros, los que se pasean por el barrio de las prostitutas y se entrevistan con el jefe de una banda Mara, en lugar de acudir al despacho del alcalde o a la reunión de la mesa de redacción de una revista. Uno se pregunta cuánto hay de humanitarismo en la labor de Alberto Arce, testigo siempre directo, que no deja de cuestionarse cuáles son las reglas del buen periodismo, del periodismo de alto riesgo como deporte de combate. Porque este trabajo, en un país en el que resulta más peligroso vivir que en Irak,  su denuncia se convierte en una necesidad, que es social, que es universal, pero que sale de dentro. La guerra sorda es la crueldad, lo salvaje, el barro y la lava, las adolescencias truncadas (¿puede haber algo más cruel y salvaje que una adolescencia truncada?); la vida a la que se le ha arrebatado el derecho a los sentimientos hasta un grado en el que calificarlo como pornográfico es un chiste de mal gusto: “luego pasa que el vicio de matar no lo pierde uno”, dice un anónimo, una de esas personas con las que se cruza por la calle.
Este libro, Novato en nota roja, que, mucho nos tememos, pasará desapercibido, es una obra perfectamente organizada para atender a la descripción de la injusticia. Tras presentarse, Alberto Arce asiste a la escena del crimen. Ve o vigila a la familia del asesinado y al ir conociendo el territorio, se da cuenta de que todo el mundo tiene un ser querido asesinado. Se da de bruces contra la imposibilidad de la investigación y se cuestiona quién ayuda a quién, si es que alguien está ayudando. Entonces aparecen los narcotraficantes como parte ineludible de la explicación. Y como consecuencia de ello la visión de una policía medrosa, inútil, pobre. Lo cual lleva a un régimen en el que la gente normal cambia de vida mudamente, a escondidas, una vida que se caracteriza por los grilletes hasta en lo más mundano. Al buscar respuestas en altos mandos, no conocemos nada que no sean lugares comunes. Y nada hay más común que la morgue y las fosas donde se entierra a gente sin lápida. Porque murieron por el mero hecho de estar en la calle. O en la cárcel. Porque para los asesinos matar es una costumbre con la sensibilidad de la aritmética. Como prueban los Maras en guerra con otros Maras, con la policía, con luchas intestinas. Y la poca policía que no está amedrentada, es cruel, cuya máxima representación es el jefe de policía de la ciudad, al que llamarle ogro es quedarse muy, muy corto.
Cabe pedir a los lectores que tengan el estómago suficiente como para leer este libro, esta denuncia de la barbarie. Porque siempre es mejor saber, porque no es necesario ser valiente hasta la temeridad, como podríamos decir, no sé con cuánta razón, de Alberto Arce. Pero sí conviene ser lo bastante valiente como para no dar la espalda a lo que sucede. Y lo que sucede no es solo que esta mañana nos hemos lavado los dientes tras desayunar unas tostadas.

Fuente: La línea del horizonte

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