Postales del joven Moss
Alexander
Benalal
La
línea del horizonte
Madrid,
2014
281
páginas
¿Qué es la realidad? “La
cámara, como sabéis, saca lo que el que la dispara ve, por lo que no garantizo
que sea exactamente lo que hay en realidad”. La sentencia es de Moss, el protagonista y narrador que Alexander Benalal inventa para relatar
un periplo de dos meses tocando alguno de los puntos más significativos del
planeta. Y refleja uno de los epicentros de cualquier debate. Si uno asiste,
por ejemplo, a un accidente, acompañado de otra persona, y como testigo es
llamado a declarar, descubrirá que su testimonio no es idéntico al de aquel que
contemplo el suceso a su lado. Cuando en teoría ambos vieron lo mismo, con una
exactitud que apenas se diferencia en una perspectiva cambiada en decenas de
centímetros. Sirva el ejemplo como muestra de lo imposible que resulta crear la
realidad, de lo cierta que es la afirmación de Moss. No hay visión objetiva. Y
puestos a ello, lo mejor es dejarse llevar por la subjetividad como abono para
reconocer que lo único válido es ir aprendiendo. Como hace este joven Moss, un
habitante del imaginario planeta Glll,
enviado a la Tierra para investigar sobre nosotros, sin que en ningún momento
se declare cuál es el objetivo de tal investigación. Porque el aprendizaje no requiere de ninguna coartada para
justificarse, porque aprender da validez y sentido a cualquiera de nuestros
actos, de nuestras decisiones, de nuestros puntos de vista.
De
este modo, cuando Benalal se propone reflejar un periplo que se define por
visitar las ciudades más significativas de Rusia, China, Japón, Argentina o
Estados Unidos, se cuestiona la belleza de esa realidad a la que se supone está
asistiendo. Y a partir de ella se plantea una denuncia interrogativa de la
dirección que ha tomado nuestra forma de vida, regido, en buena medida, por la
americanización y su hepatitis, que es el capitalismo. Si uno reconoce que el
mundo no es tan hermoso como hubiera deseado, se transforma en un viajero al
que le supone gran esfuerzo encontrar sentido al viaje. Una ecuación que
Benalal resuelve dándole sentido de humor a la visita. Es cierto que hay algo
de Eduardo Mendoza y, tal vez, de Bill Bryson en este libro, pero a diferencia
de Bryson, Benalal no ha encontrado un extrañamiento divertido en cada
accidente del trayecto. Benalal necesita inventarse a una pareja de personajes
en crisis matrimonial, un punto de vista lejano, para aumentar la distancia que
le separa con los hechos y dar cabida al ingenio. Esta táctica provoca un mayor
distanciamiento del lector, quien ya no comparte el viaje con quien escribe,
sino algo tan importante como el viaje, que es la sonrisa.
En
buena medida, Postales del joven Moss no
es un libro de viajes, aunque el conflicto de amor que viven los personajes
esté influido por la distancia de su hogar y un itinerario. Hay algo de Road Movie, porque las situaciones se
suceden y los diálogos, que ocupan buena parte de las postales, no afectan
tanto a la acción como a los propios diálogos: hablamos para descubrir. Hasta el punto de que la conclusión más
importante es que para entender el mundo no hay que hacer esfuerzos. Lo
obligatorio es aceptarlo. Por eso el fundamento real de este libro es la
confrontación entre la pareja protagonista. Ella, la mujer de Moss, sólo busca
placer en el viaje, y al no encontrarlo se plantea regresar a su planeta de
origen. Moss, más trágico, aspira a dar con el sentido del mundo porque, por
narices, todo esto tiene que tener algún sentido. Por narices y porque se lo
mandan descubrir las autoridades de su planeta.
Y
así, prestando atención en cada capítulo a las peculiaridades de los centros de
interés de las ciudades, al acento y el vocabulario bonaerense, o a los hábitos
alimenticios de Beijing, reflejando una idiosincrasia que todos conocemos,
aunque no hayamos ido allí, Benalal construye
un entretenido juego al que no está de más dedicarle un tiempo de lectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario