Potosí
Ander
Izaguirre
Libros
del K.O.
Madrid,
2017
198
páginas
La
facilidad de Ander Izaguirre (San Sebastián, 1976) para la crónica es
desconcertante. El género no es más sencillo que el relato o la novela breve.
Requiere otros valores, como la inmediatez, que se traduce, durante la lectura,
en que el texto tiene que estar vivo a la fuerza. O sentimos lo que leemos como
si fuera parte de nuestro presente, o la crónica fracasa. Una novela puede
sonar a viejo, a polvo, a cenizas y conservar valores. Puede, incluso, no sonar
o sonar a falsa literatura y resultar un éxito de crítica. Pero la crónica
tiene que mantenerse viva. Por remitirnos a un ejemplo que tiene algo en común
con este Potosí, que se suma a la
lista de aciertos de Izaguirre, Las venas
abiertas de América Latina siguen vigentes. Tal vez mereciera una revisión
la parte más contundente de ensayo periodístico, pero la crónica está viva.
Eduardo Galeano y su espíritu flotan en Potosí,
como también Naomi Klein y La doctrina
del shock. Pero Izaguirre siempre se arrima más al suelo que la escritora
canadiense, y en el suelo se topa con personas humildes, con vidas en la
miseria. Si Naomi Klein escribe sobre el bosque, Izaguirre lo hace sobre cada
uno de los árboles. Y nosotros deberíamos leer a los dos.
El
libro se divide en dos visitas a la ciudad y el cerro rico de Potosí. En la
primera conocemos la suerte, mala, de mineros enfermos y la descripción del
trabajo claustrofóbico dentro de la montaña. Hace mucho tiempo que se vaciaron
las grandes vetas de plata del cerro, pero se ha seguido taladrando tanto, que
ha sido necesario invertir en rellenar parte de las excavaciones. Sorprende ese
proyecto faraónico para que no se derribe una montaña piramidal y asesina.
Durante esta visita, Izaguirre coteja las injusticias históricas a cuenta de la
plata y el estaño con los testimonios del presente. En esos testimonios, a
medida que avanza el libro, se imponen las voces de los más desfavorecidos, los
niños, sí, pero sobre todo las mujeres. Y por encima de todo, las
preadolescentes de las que se abusó con impunidad, condenadas a una vida de
cucaracha. Beben agua que les destroza los riñones, se esconden y hasta se ven
en la tesitura de tener que matar a los hijos frutos de las violaciones, si es
que los golpes que reciben no los han asesinado antes dentro de los vientres.
En
la segunda visita, Izaguirre aterriza en Bolivia con los deberes hechos. Conoce
y asimila los datos: la historia de un pueblo masacrado, los golpes de estado y
las aberraciones a punta de fusil, la omnipotencia de los oligarcas mineros.
Recorre el pasado del Ché Guevara en Bolivia, la canallada de la Operación
Cóndor en Sudamérica, los planes económicos que asfixiaron a Bolivia bajo la
batuta de los Chicago Boys, las torturas y los secuestros de activistas y se
encuentra con viejas historias de curas viejos que colaboraron con la resistencia
contra la tiranía. En su viaje no solo acudirá de nuevo a las faldas del cerro,
también paseará y se entrevistará con habitantes de las villas miseria. Y de
nuevo se verá atraído por la lucha de las mujeres. Con inusitada facilidad,
integra las muletillas y el sonido del habla de quienes se revolvieron contra
la realidad.
Pero
este libro contiene una maldición que Izaguirre hace explícita. Es necesario
conocer, es imprescindible divulgar. No estamos sobre un mundo color de rosa y
con sabor a casita de chocolate. Y no todos podemos llegarnos hasta Potosí para
entrevistarnos con los desafortunados. Algo hay que hacer para torcer el rumbo
del presente y para que esa gente deje de tener el aspecto de los desheredados,
del horror. Potosí contiene el azote que nos debemos dar, pero a la hora de la
verdad, ¿para qué sirven libros como este? Leerlo no basta para sentir que uno
ha participado en arreglar el mundo. Y, sin embargo, nos creemos mejores por
haberlo leído. Gracias, Ander, por acribillarnos con esa bala. Nos la hemos
merecido.
Fuente: Culturamas
No hay comentarios:
Publicar un comentario