Una historia sencilla
Leila
Guerriero
Anagrama
Barcelona,
2013
147
páginas
En
medicina, se ha olvidado eso que se llamaba ojo clínico, esa intuición que
hacía que un gran médico fuera aquel que diagnosticara con acierto solo con escuchar
una tos por teléfono. Ahora se llevan los protocolos, un artificio que sirve
para que los facultativos se cubran las espaldas en materia legal y hacer pasar
a un paciente de una enfermedad rara por mil perrerías, y unos cien millones de
píldoras, antes de controlar los síntomas. Lo de curar queda para los
fisioterapeutas y los psicólogos, y estos lo consiguen apenas durante un rato.
En periodismo sucede algo parecido. Si uno quiere apostar sobre seguro, ahí
tiene que revolver entre las crisis económicas, las disputas histéricas de
ministros, los banqueros falsamente arrepentidos, asesinos de tribus enteras o
secretarios encarcelados. El ojo clínico del periodista sería el de quien
descubre la hazaña de vivir entre los camiseros de una bocacalle, un pintor muy
mediocre, un fotógrafo adicto al hachís, una cantante sin canciones o el grupo
de travestidos que acuden a un concierto de Mocedades, aunque Mocedades ya no
exista.
Cuando
todos los demás nos han fallado, nos queda Leila Guerriero (Junín, 1967). Las
ganas de comprender no atañen tanto a las leyes de la entropía o al sistema
financiero, sino a la condición humana. Las historias son sencillas o se
convierten en monstruos marinos varados en una playa de una isla desierta, de
los que se reproduce una imagen por satélite en todos los medios de
comunicación. En este caso, una competición de Malambo, un baile típico de los
gauchos, atrae la atención de Guerriero por varios motivos. En primer lugar por
lo ignorado que resulta, en un país que ha buscado más su identidad simulando
que la capital se parece a Europa que en dejarse llevar por el flujo de lo
natural, que es ser miembro de una tribu. En segundo lugar por el tipo de
baile, que exige un esfuerzo y un entrenamiento que dejan a Míster Olimpia en
un mero aprendiz. En tercer lugar por el efecto abeja: quien gana, como la
abeja que pica, deja de existir, termina su carrera en algo que le ha llevado a
arrastrarse por las calles del sufrimiento físico y, con frecuencia, a pasar
hambre. Eso sí, las garantías de poder sobrevivir formando bailarines de
Malambo, en lugar de paleas tierra, se incrementan y aseguran la pervivencia de
este festival, que tiene lugar en medio de ninguna parte.
Guerriero
sigue a uno de los participantes hasta llegar a quererlo como si fuera su
hermano. Tal vez para un periodista que está preparándose para retratar a
alguien en un perfil la condición de hermano sea provisional, pero al menos no
traiciona. Entre esa hermandad efímera y las que leemos en el antiguo
testamento, sin duda la efímera es más sincera. Y así es como Guerriero relata,
con sinceridad esta historia de amor por un baile, en la que la escritura
refleja tanta ilusión como la del protagonista. De otra forma, no merecería la
pena arrimarse a un oficio que, como el de los médicos, echa de menos ese ojo
clínico.
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