Librerías
Jorge
Carrión
Anagrama
Barcelona,
2013
342
páginas
Ahora
los viajeros leen libros sin forma, que es tanto como decir libros sin alma.
Armados con el delgado prisma que es el libro electrónico, la gente se mueve por
el mundo con una carga de mil títulos en el equipaje de mano. Allí dentro, y
reflejados contra la pantalla de tinta electrónica o contra la luz led, el
aspecto que cobra Ana Karenina, o
cualquier obra de Alejandro Dumas, será
idéntico al de un opúsculo que denuncie la doctrina del shock o nos venda las
intervenciones militares como operaciones de paz. La misma tipografía, el mismo
cuerpo de letra, el mismo tono de fondo, el mismo peso, la carencia de olor o
de polvo entre las páginas. Cómodamente armado de un libro electrónico, uno se
siente bien pertrechado para pasar quince días, dos meses o un año fuera de
casa. O, para ser más precisos, sintiendo que cualquier rincón del planeta es
nuestro hogar.
Al
menos hasta hace pocos años, el libro
siempre ha sido uno de los compañeros preferidos de quien emprende un viaje.
La mayoría de los muchachos que cargan con una mochila durante largo tiempo,
acostumbran a intercambiar títulos allí donde se encuentran. En miles de
albergues en los que se hablan cientos de idiomas, existe una estantería
presidida por un cartel que reza Take
one, leave one. Llévate un libro y, a cambio, deja aquí el que acabas de
leer. He conocido gente que viajaba con veinte tomos de papel en la mochila, veinte
tomos que regresarían a las estanterías de sus despachos. Y es frecuente
encontrarse con aquel que en los días anteriores a la partida del avión de
vuelta, pasea por los mercados al encuentro de volúmenes que deseará leer a su
regreso, tal vez para no dejar de sentir el aliento del lugar que visitaron.
Únicamente he tropezado con un viajero que sintiera el impulso contrario, un
tipo que partía con quince o dieciséis tomos de obras clásicas, compradas a
precio de saldo, y que a medida que las iba leyendo las abandonaba allí donde
terminó su lectura. Para coger el avión de ida, el tipo se veía obligado a
facturar su mochila. Cuando retornaba, sólo cargaba con equipaje de mano. Si
alguien le preguntaba por qué abandonaba los libros de los que tanto
disfrutaba, el tipo respondía que cuando quisiera volver a leer Lord Jim o La educación sentimental, y pensara en conservar la obra, buscaría
una mejor traducción, una edición más cuidada. No le importaba comprar un mismo
título tantas veces como sintiera el impulso de leerlo.
Ateniéndonos
un poco al estudio que Jorge Carrión
(Tarragona, 1976) hace en su obra Librerías,
la mayor parte de los viajeros o no conviven con esa esfera del mundo que
envuelve al libro, o acumulan y por tanto van adquiriendo la pesadez de la
biblioteca. Pero a este tipo se le podría catalogar, entonces, como librería.
Sería un agente cultural que considera la
literatura como un fluido y no como un mineral, ni siquiera como una piedra
preciosa. Este tipo provocaría movimiento y no resistencia. Y el movimiento es parte irreparable de la
creación. Hasta la fecha, de Jorge Carrión conocíamos su afición al viaje
sin obstáculos, a la literatura sin forma o con múltiples formas entrelazadas,
a la actualidad de la crónica periodística de América Latina, al análisis
pormenorizado de las series de televisión, y a los gestos inteligentes
transformados en comentarios en las redes sociales. Ahora sabemos que, además
de todo esto, es un gran coleccionista. Porque ese es el espíritu que destila
esta obra, el de poner en orden, trazando una cartografía en más de tres
dimensiones, tantos años dedicados al coleccionismo: de anécdotas de viaje, de
estampas libreras, de lecturas incondicionales, de conocimiento y de historia.
Al menos en lo que toca al viaje urbano, pues no olvidemos que son muy escasas
las librerías que existen fuera de los muros de los edificios, Jorge Carrión ha
sido un gran observador, alguien que miraba con acumulación y cuestionándose lo
que iba registrando con un afán intelectual que roza lo vehemente.
Aquí
las librerías se transforman en la Ítaca del viajero, del escritor, del lector.
Jorge Carrión contribuye a restar esa solemnidad un tanto fuera de tono que
rodea al mundo literario, para centrarse en el agente del mundo del libro al
que menos atención se le ha ido prestando. Las librerías, como lo superficial y
lo profundo, cambian al convertirse, sin remedio, en archivos en
transformación, y por tanto en agentes de las “exploraciones entre la lectura y el olvido”. Porque hay
conocimientos que pertenecen a las personas y no a los libros, saberes cuyo
dueño es la gente que rodea al planeta editorial, entre la que se encuentran
los libreros y los compradores de libros. Y a esa región olvidada, a la que se
le ha atribuido más un rigor comercial que culto, es a la que nos acercamos a
través de la lectura de Librerías.
Una obra bendecida por el buen pulso de un narrador que te lleva, en una
carrera que saboreamos sin obstáculos, de una página a la siguiente,
incrementando nuestro deseo de leer todos los libros.
Fuente: La línea del horizonte
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