lunes, 4 de enero de 2021

POR QUÉ VOLVÍAS CADA VERANO

 

Por qué volvías cada verano

Belén López Peiró

Las Afueras

Barcelona, 2020

135 páginas

 


En este volumen, Por qué volvías cada verano, Belén López Peiró (Buenos Aires, 1992) nos recuerda las virtudes y los fracasos de la literatura testimonial: está el impacto, que desgarra o provoca ternura, y está la cauterización imposible. El género testimonial, la revisión en la memoria y su transcripción, aparenta ser terapéutica, pero ese afán termina por ser su derrota, pues nos encontramos ante el desengaño de que por muy bien que lo expresemos, nada conseguiremos cambiar en nuestro pasado ni en la versión de lo que somo en el presente. Está la tendencia al consuelo, que es encomiable y no deberíamos minusvalorar, y está la tentación de poner las cosas en su sitio, es decir, reconciliarnos con el relato, como sustituto a la reconciliación con lo vivido. De todas las funciones posibles de la literatura, del arte, la psicoterapéutica resulta la menos exitosa.

Pero eso no impide que nos entregue buenas obras, como la que tenemos entre manos, escrita por una autora joven para suplantar la venganza por la escritura. López Peiró nos habla sobre los abusos que cometió su tío cuando ella era púber y adolescente y lo hace con un horror seco. Despliega toda la artillería en fragmentos que va colocando en diversas voces, desde la propia a la de los testigos, o quienes debieron ser testigos o al menos acompañarla, y habla sobre las consecuencias de lo que ha podido destrozar una parte de la vida, un cimiento emocional. Por mucho que la razón vaya consiguiendo asentarse, por mucho que logre explicar y explicarse, saber, comprender cuál es la desdicha y cuál es la solución, los escollos que flotarán en el corazón y los pulmones seguirán incordiando toda la vida.

Con un tono oral, sin alardes estilísticos, o de exceso de estilo, nos habla desde dentro y desde fuera, desde varios interiores sentimentales y desde lo que va siendo la investigación. Pues, aunque se trate de un libro que nos emocionará hasta físicamente, López Peiró no olvida que tiene entre manos una historia de terror y como tal deberá ir revelando una investigación, una trama. Lo que ocurre es que la fragmentación despista. Ahora bien, ¿a qué se debe esta fragmentación? Se debe a que la memoria no es lineal, o solo lo es en la transcripción que se atiene a las estrategias narrativas, lo cual contiene muchas trampas y mucho arte, pero nos aleja del planeta de sensaciones que nos ha ido construyendo. Uno repite fragmentos del pasado en las pantallas del cerebro, no una impresión que se asemeje a una película redonda.

Aunque la obra sea breve, los estratos de lectura varían. Hemos mencionado la memoria, la terapia, la investigación y el estilo, pero también cabe destacar el aspecto social y el retrato de la familia. Los testimonios nos remiten a la brutalidad que se puede esconder entre la clase media y, por tanto, entre nosotros. No sólo por el retrato de quienes intervienen, sino también por esos diálogos sin interlocutor en los que vemos el reflejo de nuestro día a día, esas interpelaciones baldías que nos van sacudiendo y que, con tanta frecuencia, nos dejan con ganas de escribir para encontrar quien nos escuche, pues nadie atiende a nuestra voz. Y ese reflejo tampoco ayudará a la sensación de que con esta obra se consiga cerrar nada. Como el grito de un ahogado, será un llanto que reclama una justicia que quien la implora sabe que no existe, al menos en este mundo y este mundo es, con certeza, lo único que sabemos que existe.


Fuente: Revista de letras

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