Por qué volvías cada
verano
Belén López Peiró
Las Afueras
Barcelona, 2020
135 páginas
Pero eso no impide que
nos entregue buenas obras, como la que tenemos entre manos, escrita por una
autora joven para suplantar la venganza por la escritura. López Peiró nos habla
sobre los abusos que cometió su tío cuando ella era púber y adolescente y lo
hace con un horror seco. Despliega toda la artillería en fragmentos que va
colocando en diversas voces, desde la propia a la de los testigos, o quienes
debieron ser testigos o al menos acompañarla, y habla sobre las consecuencias
de lo que ha podido destrozar una parte de la vida, un cimiento emocional. Por
mucho que la razón vaya consiguiendo asentarse, por mucho que logre explicar y
explicarse, saber, comprender cuál es la desdicha y cuál es la solución, los
escollos que flotarán en el corazón y los pulmones seguirán incordiando toda la
vida.
Con un tono oral, sin alardes
estilísticos, o de exceso de estilo, nos habla desde dentro y desde fuera,
desde varios interiores sentimentales y desde lo que va siendo la investigación.
Pues, aunque se trate de un libro que nos emocionará hasta físicamente, López
Peiró no olvida que tiene entre manos una historia de terror y como tal deberá
ir revelando una investigación, una trama. Lo que ocurre es que la
fragmentación despista. Ahora bien, ¿a qué se debe esta fragmentación? Se debe
a que la memoria no es lineal, o solo lo es en la transcripción que se atiene a
las estrategias narrativas, lo cual contiene muchas trampas y mucho arte, pero
nos aleja del planeta de sensaciones que nos ha ido construyendo. Uno repite
fragmentos del pasado en las pantallas del cerebro, no una impresión que se asemeje
a una película redonda.
Aunque la obra sea breve,
los estratos de lectura varían. Hemos mencionado la memoria, la terapia, la
investigación y el estilo, pero también cabe destacar el aspecto social y el
retrato de la familia. Los testimonios nos remiten a la brutalidad que se puede
esconder entre la clase media y, por tanto, entre nosotros. No sólo por el
retrato de quienes intervienen, sino también por esos diálogos sin interlocutor
en los que vemos el reflejo de nuestro día a día, esas interpelaciones baldías
que nos van sacudiendo y que, con tanta frecuencia, nos dejan con ganas de
escribir para encontrar quien nos escuche, pues nadie atiende a nuestra voz. Y
ese reflejo tampoco ayudará a la sensación de que con esta obra se consiga
cerrar nada. Como el grito de un ahogado, será un llanto que reclama una
justicia que quien la implora sabe que no existe, al menos en este mundo y este
mundo es, con certeza, lo único que sabemos que existe.
Fuente: Revista de letras
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