A pie por Inglaterra
William H. Hudson
Traducción de Pilar Rubio
Remiro y Gustavu Muñoz Veiga
La línea del horizonte
Madrid, 2020
258 páginas
Frente al afán humilde de
este observador, está nuestra concepción de un orbe demasiado grande: las
distancias que se recorren en avión se nos antojan normales y el tiempo del que
disponemos demasiado escaso, pues nos gustaría no dejar centímetro de la Tierra
sin recorrer. Es, pues, el espíritu del autor lo que nos lleva de viaje, lo que
nos transmite nostalgia: ojalá pudiéramos volver a ser tan respetuosos, tan tímidos,
a carecer de este artificio que es otra forma de avaricia, el protagonismo de ser
quien más banderas coloca sobre el mapa. Hudson nos ofrece el pasado como
garantía de sensibilidad y sosiego: “el placer radica en la alegría de la
búsqueda, en el sueño de capturar algo ilusorio, algo misterioso, y expresivamente
bello”. Esa búsqueda que reconocemos atañe a un deseo universal, algo posible
pero sometido a demasiado acoso, que se puede llamar el alivio. Hudson, ese
hombre comprometido con las aves, busca algo de lo que nos vemos privados, pues
se nos arrebata hasta como meta: la vida libre y plena, el descanso, el bálsamo
de la naturaleza y del mundo rural. Tal vez a lo que más se asemeje este libro
es a los cuadros de Constable, otro viajero de las sensaciones, alguien que no precisaba
de larguísimos recorridos para saberse dueño de sus días y de sus noches.
El libro está narrado en
primera persona del plural, pues a Hudson le acompaña alguien, cuyo nombre no
desvela, pero al relatarnos los paseos de este modo ese alguien es el lector.
No nos empuja dentro del libro, sino que nos invita a acompasar nuestros pasos
a los suyos. Y resulta sencillo aceptar esta invitación, como resulta sencillo
acompasar nuestros minutos a su prosa, pues Hudson es uno de los pocos
escritores con la capacidad de escribir como se respira en tiempos de calma.
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