lunes, 18 de enero de 2021

DISTRITO DEL SUR

 

Distrito del sur. Un paisaje inglés

Winifred Holtby

Traducción de Simón Santainés

Hermida editores

Madrid, 2021

672 páginas

 


La moral está vinculada a Dios, a los hombres, y a no se sabe cuántas cosas más, incluido el deber. La moral es un animal apaleado y es un rabo de Satanás entre las costillas, pero cuando uno aprende a manejarse con ellas, es un lugar de descanso: es posible que produzca fatiga el frecuentarla, sobre todo por la parte de lucha que conlleva, pero saberse en manos de buen criterio nos permitirá cerrar los ojos dulcemente. Aunque ese buen criterio no es un cimiento fijo, no es de hormigón ni está bien localizado. Nos lo ponen fácil quienes practican la dominación religiosa, pues es sencillo que uno se salvará por ir a la iglesia todos los domingos, mientras que es complicado valorar que uno está en la buena senda por ser bueno. Pero todo esto genera un debate, en ocasiones un conflicto y unos cuantos desgarros en la condición humana. Todo esto es la sal y el azúcar sobre el que edificar una novela, como este Distrito del sur, escrita hace casi cien años y que conserva todos los ingredientes del XIX y se interna en toda la valentía del XX. Al menos en términos literarios.

La obra nos presenta a una comunidad pequeña, un entorno rural que da la sensación de estar aislado: es posible que existan leyes administrativas y leyes sancionadas por el párroco, pero los personajes irán construyendo, modificando, a veces destruyendo, sus propias leyes, que brotan a partir de la complejidad para relacionarse con los demás. El detonante es la incorporación de una mujer de cuarenta años a la dirección de la escuela, pero de ese tronco surgen muchas ramificaciones, que pueden ser tangenciales o estar estrechamente ligadas, en cada historia pequeña, en cada episodio particular. Pues cada capítulo es un relato en sí, incompleto, es cierto, pues está en función del retrato global de la sociedad, pero narrado con una solvencia a la que no estamos acostumbrados. La estrategia narrativa nos remite a obras como Antología de Spoon River, de Edgar Lee Master, salvando las distancias que existen entre quien comulga con Tolstoi y quien lo hace con Walt Whitman. Y no se puede dejar de asociar la atmósfera a los condados cerrados de Faulkner y García Márquez. Todo ello con un espíritu de novela que nos recuerda a George Elliot en Middlemarch. ¿Se puede exigir más? Sí, se puede exigir salir triunfante de ese empeño. Y Winifred Holtby (Rudston, 1898 – Londres, 1935) demuestra talento y trabajo para retratar esta aldea reaccionaria en la que vamos conociendo todo a la vez: lo que son y lo que piensan los personajes, y lo que sucede a todos y cada uno de ellos. En cierta medida, se puede hablar de un refugio en arquetipos, pero los arquetipos han surgido de una destilación, de una observación, de una indagación en la condición humana.

Holtby demuestra una cierta confianza en la humanidad, pues sus personajes no evitan la incomodidad de vivir y, por lo tanto, saben que el destino depende de sus actos. Pero al mismo tiempo se transmite un pesimismo o una tristeza, la de quien siente que es fácil que todo vaya mal. La sensación universal de esta obra viene de ese ambiente que surge al comprobar lo complicado que es entenderse con los demás. El consuelo que nos queda es la sensación de estar leyendo otra época, otro lugar; pero durante la lectura, una experiencia de las que nos lleva a vivir dentro del relato, no podemos evitar preguntarnos si ellos no tenían razón, si no deberíamos renegar de lo digital y la comunicación online, por mucho que nos pese el malestar de los contactos entre personas. Tal vez sea cierto que la vida entonces era más auténtica.

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