Lho
Gyelo. La victoria de los dioses
-En
la vida sólo hay una cosa que de
verdad importa: querer y ser querido.
De este modo, anulando el
sentido de la conjunción, se expresaba alguien sentado en la terraza de una
cafetería. De repente, querer y ser
querido se introduce en el corazón como un único espectro. Deja de existir
la división direccional, que tan convencionalmente aceptamos, la que forja la
razón, porque el poder del cerebro es demasiado pequeño para aceptar las
verdades demasiado sencillas. No hay diferencia entre querer y ser querido,
pues el enamoramiento se parece más a un aura que a una flecha, a pesar del
pequeño dios griego.
-No hay mayor acto de amor que
dar la vida por un amigo.
Esta vez, la frase no proviene
de un desconocido, si no de Don Bowie,
el alpinista americano que colabora en el intento de rescate de Iñaki Ochoa de Olza. Él es uno de los
responsables de que descubramos que la amistad, la amistad más creíble, es un
enamoramiento. Como lo es hacer de las montañas la verdadera patria, en
palabras del kazajo Denis Urubko, que
podemos escuchar en otro momento de esa gran película que es Pura
vida.
Envuelta en el hojaldre de la
amistad, Pura vida nos acerca a las
personas que hay dentro del grupo de rescate tan cosmopolita que actúo al
límite de lo humano, superando riesgos extremos gracias al arma de la ternura:
al suizo Ueli Steck, para quien no
cabe rendirse; al médico polaco Robert Szymczak, que iguala la pasión
por las montañas con la pasión por la música; al ruso Alexei Bolotov, que es lo más semejante al retrato del ogro bueno
que uno ha encontrado en mucho tiempo; a la canadiense Nancy Morin, capaz de la acrobacia mayor que puede hacer el ser
humano: saltar por encima de sus lágrimas; a los rumanos Alex Gavan y Mihnea Radulescu,
al veterano Sergei Bogomolov; a los
nepalíes Nima Nuru y Mingma Dorji. Pero, sobre todo, a Horia Colibasanu, el último amigo de
Iñaki, alguien a quien la amistad, a quien querer y ser querido, ese acto
único, le permite protagonizar uno de los episodios de supervivencia que más
han conmovido nuestros cimientos.
Olvidándose
de intentar explicar esa hambre desordenada por las montañas, representada en
el deseo de Himalaya, los responsables de Pura
vida consiguen reflejar ese entusiasmo mejor de lo que nadie lo había hecho
hasta la fecha. Porque no se empeñan en describir algo que ningún gramo de
ninguna ciencia puede descifrar. Porque la verdad es algo demasiado inmenso
para los límites de la filosofía o del lenguaje, para las capacidades de la
mente. Porque lo que de verdad importa es querer y ser querido.
De ahí que
merezca tanto la pena ir a ver esta película. Pura vida es un documental sencillo, hermoso y muy optimista. Es un
canto a la vida, tal y como debe serlo una auténtica elegía. Es un acto de
armonía recién nacida. Es una cesión del cetro que dirige nuestros días y
nuestras noches a la única regla que debería orientar nuestros pasos: es un
canto, tal vez el canto definitivo, a la
amistad.
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