Shackleton, el indomable
Javier
Cacho
Fórcola
Madrid,
2013
508
páginas
En
una entrevista que concedió mientras preparaba la expedición del Endurance a la Antártida, Ernest Shackleton (Kilkea, Irlanda, 1874 - Georgia del Sur, 1922) describe los criterios con que se rige a la hora de
elegir a los hombres que le acompañarían en una de las mayores hazañas de
supervivencia de la historia del hombre: por orden riguroso, su prioridad era
el optimismo, seguido de la paciencia; a continuación colocaba la fuerza
física, después el idealismo y, por último, el valor. Y luego explicaba que
todo hombre es o puede ser valeroso, pero que el optimismo contrarresta la
desilusión, la impaciencia lleva al desastre y la fortaleza física no basta
para neutralizar las desdichas del ánimo. Al margen del análisis psicológico
sobre la tesitura del hombre que pasa por apuros, lo que hace Shackleton, en
buena medida, es buscar a Hércules. O transformarse él mismo en Hércules, en un
tipo cuya fuerza radica no tanto en su musculatura como en su certeza de la
amistad, la lealtad, la bondad, la desesperación entendida como la necesidad de
luchar contra el destino que parecen haber escrito para nosotros los dioses. Y
la convicción de que la victoria no es derrotar al adversario, sino mantener la
dignidad en la lucha.
Con
este espíritu es como Shackelton protagoniza un episodio de la exploración que
transforma la epopeya en una de las bellas artes. Atrapados en el hielo, con su
barco, el Endurance, destrozado y
devorado por el océano Antártico, un grupo de hombres se dispone a regresar a
casa. Para ello cuentan con unos botes que deben arrastrar, el equipamiento
básico, algunos perros y trineos y, sobre todo, un capitán capaz de transmitir
la convicción de que ni siquiera la muerte es una derrota, de que si nos caemos
es para aprender mejor que nos podemos levantar. Shackleton se nos presenta, en
esta biografía escrita por Javier Cacho (Madrid, 1952), como un hombre poderoso,
obstinado, puro, un tipo de principios, gran lector, muy religioso, generoso,
sincero hasta la hecatombe, testarudo, consciente de su propia fuerza, sabedor
de que hay algo especial dentro de él y, por encima de todo, pasional, muy
pasional. El debate que nos deja la lectura de este Shackleton, el indomable, se refiere a la cualidad y el tono de la
ambición del explorador irlandés.
Para
presentarnos o volver a introducir en nuestras vidas a alguien que mereció no
salir de ellas, Javier Cacho recurre a una estrategia sencilla, a una
presentación cronológica de la vida del protagonista. No hay vaivenes
temporales, como tampoco alardes prosísticos. Se trata, en definitiva, de
convertirse en un buen divulgador. Anteriormente lo había hecho con el duelo
entre Scott y Amundsen (Amundsen-Scott,
duelo en la Antártida. La carrera al Polo Sur, Fórcola, 2011), en un
programa como escritor que rinde tributo a su propia experiencia científica en
la Antártida. Y para cumplir con su proyecto, se embarca en un minucioso
estudio documental. Y pasa a ser exhaustivo cuando los personajes participan de
las rutas antárticas. Y siempre manteniendo la distancia del narrador que
reconoce, pero que no pretende transmitir la emoción con su estilo, dado que la
emoción ya la puso Shackleton con su actuación sobre la Tierra. Una actuación
que nos lleva a plantearnos la necesidad de este libro. Se trata, al parecer de
Javier Cacho, no ya de reivindicar una épica, un lugar donde el sufrimiento
físico y el terror, donde pasar hambre, sed, frío y sentir la mugre en la piel
alcanzan cotas que bailan de un lado a otro del umbral de lo hermoso, sino de
mostrarnos que hay un mundo que ha desaparecido que merece la pena leer. A la
espera de que nos llegue la gran obra, posiblemente en forma de película, sobre
Shackleton, no está de sobra pasar unas horas en su compañía a través de obras
como la de Javier Cacho.
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