La frontera invisible
Killian
Jornet
Traducción
de Joan Lluís Quilis Sarsanedas
Now
books
Badalona,
2013
210
páginas
¿En
qué consiste eso que llamamos civilización?
Tal
vez sea una sustancia gaseosa en la que viven seres que besan sin quitarse los
colmillos. O un aire al que se escapan átomos de hormigón que se incorporan a
la materia que respiramos. O una disciplina en la que se impone el registro que
identifica a la comodidad con el relleno de plumas de los cojines. Una
civilización es, para gente como Kilian
Jornet, algo que se define por su propia reacción: el sitio que te provoca
el deseo de huir o, para ser menos trágicos, el deseo de salir a buscar. ¿A
buscar qué? Esa es la pregunta que viene haciéndose Kilian Jornet y que seguirá
haciéndose tras escribir La frontera invisible. La respuesta
sencilla, la que dicta que se parte para intentar hacerse con aquello que no se
tiene y que se pretende integrar, no es suficiente si se recurre al planeta de
las palabras. En ocasiones, el lenguaje
es un escollo en la educación sentimental.
De
Kilian Jornet conocíamos su alma de atleta, sus récords en los Alpes, sus
victorias en las grandes carreras de fondo sobre el terreno áspero de las
montañas, o sobre la nieve que invita al patinaje. Si uno lee su anterior obra,
Correr o morir, puede hacerse a la
idea de frente a qué persona nos vamos a encontrar: un hombre que en cincuenta
y cinco kilos de peso y treinta y dos pulsaciones en reposo, sería lo más
parecido a los superhéroes mutantes del cine, de no ser por la existencia del
alpinista suizo Ueli Steck. Uno de
esos ídolos a los que siempre imaginamos colgándose medallas, y que ahora se pregunta si se puede ser un hombre sin
corona de laurel. Porque La frontera
invisible es un estudio sobre la soledad y el silencio, a la vez que nos
muestra un viaje al fin del mundo. Hay mucho de espíritu juvenil en el
planteamiento de una obra que confiesa nacer de lo vivido, pero no pertenecer
al mundo autobiográfico. Kilian, protagonista y narrador, se embarca en un
viaje a unas montañas de Nepal por las que nadie jamás ha pisado. Le acompaña
un viejo amigo irlandés y un veteranísimo alpinista soviético, que acaba de
conocer. Se trata, en realidad, de culminar un proyecto muy especial, pero
tratando de que no se entere nadie. Ha dejado atrás su otro amor, una mujer,
pero le resulta inevitable volver la cara hacia la aventura, que en su caso se
identifica con la independencia y con el riesgo, para darse cuenta de que vivir
es hacerse preguntas y no encontrar respuestas. La vida al filo nos enseña que
la seguridad es una ilusión mental, una trampa, para mantenernos atados a
situaciones como las que se gestan dentro de eso que llamamos civilización. Los grandes dioses de la banca no sienten
más seguridad que el bohemio pobre que vende pulseras en las esquinas.
A
este joven que sale en dirección a las cumbres y al afán por darse de bruces
con el vértigo, le sobra sinceridad
y le falta, como él viene a reconocer, la necesaria aceptación para vivir
sereno. Constantemente, tanto en los diálogos que crea como en las
descripciones que refleja, hay un trasfondo de lugares comunes inconfundibles,
con los que dejar bien claro cuáles son las condiciones que él exige para
sentirse vivo: volar, silencio, el mundo rural, la naturaleza, el respeto, la
paz interior, los sueños, la lucha, el enamoramiento, el sufrimiento físico, el
ahora, las fronteras, la montaña, la adrenalina…
“La montaña no es terreno para
héroes”, dice uno de los amigos del protagonista. Ya no se trata de
ser un ídolo. Ya no hay ambición, el deseo de ser alguien, el deseo de ser
diferente, es decir, de creerse mejor. Y “al no ser nada, solo soy yo”, expresa
el narrador, expresa Kilian.
Que
nadie se confunda. La frontera invisible
no es una gran obra de la literatura. Ni lo pretende. A Kilian Jornet no se le
pasaría por la cabeza la aventura de emular a Balzac. Él ya está trazando su
ruta, y los demás seguiremos estando allí para admirar cómo va creciendo.
Fuente: La línea del horizonte
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