Mujeres que viajan solas
José Ovejero
Ediciones B
Barcelona, 2004
230 páginas
En una nota final, Ovejero precisa que de alguna
manera los once relatos que componen este libro se encuentran a caballo entre
el cuento y la literatura de viajes. Recuerdo que en un artículo Bruce Chatwin
elogiaba al crítico español que calificó a su obra En la Patagonia como novela de viajes, y me pregunto si a este
volumen cabría, en consecuencia, catalogarlo como cuentos de viajes. Para
contestar a esta pregunta puede practicarse un sencillo ejercicio: dado que en
la literatura de viajes la mitad del protagonismo recae en las connotaciones
que el viajero reconoce del lugar y la gente que visita, ¿en qué medida se
transformarían estos cuentos si cambiaran su ubicación, respetándose la trama?
Es decir, ¿cuántos de ellos sólo podrían haber tenido lugar en el sitio elegido
por Ovejero para su desarrollo? A mi juicio tan sólo uno, Cobalto 60, se ajusta a dicha premisa. Se trata del cuento más
extenso, mejor elaborado del volumen, el que rompe con la temática que se lee
entre las líneas de los demás relatos, la variedad de registros posibles en las
relaciones entre hombres y mujeres, y que añade un tono de comedia al tiempo
que consigue mantener la tensión del lector; Cobalto 60 es una historia que Ovejero encontró en un viaje y que
merecía la pena ser contada.
Para los otros diez cuentos, se han seleccionado
unas anécdotas modelándolas con oficio para que adopten la redondez de un buen
relato corto, apostando, además, sobre seguro al reflejar una visión no exenta
de piedad por los desfavorecidos enfrentados al turista que desearía ser
viajero, lo cual, en este caso y al ubicar las narraciones en lugares lejanos,
se aproxima a la mirada neocolonial. A tal fin, los personajes que crea, o
recrea, el autor, son arquetipos reducidos a su denominador común, muchos de
los cuales uno podría encontrárselos a la vuelta de la esquina. Tampoco en el
lenguaje se topa el lector con el sabor del viaje, excepto en Las cucarachas y Ella bailaba el tango, curiosamente las dos narradas en primera
persona con la voz de una mujer, apostándose en general por un lenguaje
concreto, formal y muy correcto, con un tono tal vez periodístico.
Así las cosas, el lector se pregunta por qué,
entonces, Ovejero opta por emplazamientos como Madagascar o Costa Rica, y si el
lector contrasta esta cuestión con el talante de las anécdotas, que describen
situaciones que nadie querría vivir, llegará a la conclusión de que si la
intención de Ovejero es conseguir que disminuya el número de turistas que
pueblan el planeta en verano, cargados con la guía Lonely Planet bajo el brazo, se puede asegurar que ha contribuido
con un buen argumento.
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