Rebelión en el
desierto
T. E. Lawrence
Traducción de Esther Pérez
Montesinos
Barcelona, 2009
449 páginas
Erudito,
estratega, arabista, arqueólogo, geógrafo, político imperialista, crítico
literario, historiador, revolucionario, lector voraz, escritor (tal vez
mentiroso, fanfarrón y mitómano) y, por encima de todo, el tipo de aventurero
que reproduce el mito de la energía, el nómada, temerario y generoso, que
rechaza su origen, que se resiste ante la falta de libertad, entendiéndola, tal
y como la calificó Malraux, como “una idea compleja, pero un sentimiento claro”,
T. E. Lawrence es, posiblemente, la persona con más motivos para ejercer la
egomanía que haya pisado la Tierra. Pese
a escribir uno de los mejores libros de viajes de todos los tiempo, Los siete pilares de la sabiduría, de la
que esta Rebelión en el desierto se
anuncia como una versión en la que se elimina todo aquello que trascendía de la
crónica a la literatura, su auténtica obra maestra fue su vida, esa encarnación
del soñador solitario que se empeña en una acción definida por la dignidad, por
la nobleza de la causa, y al final de sus días ve sus esperanzas traicionadas,
reconoce la hipocresía que hubo detrás de las razones con que le convencieron
para liderar una empresa colectiva, lo cual termina por convertirle en un héroe
trágico. Y algo de esta desilusión acaba por aterrizar en sus escritos. En
opinión de Edward Said, su voz y su estilo desfallecieron en el momento en que
se dio cuenta de que era un mero agente, que su victoria unificando a los
árabes en su lucha contra la ocupación turca sirvió para que “los hombres viejos rehagan el mundo según el
modelo que ya conocían”.
Sin embargo,
esa conciencia, que a otro le hubiera transformado en un simple transcriptor de
acontecimientos, sirve aquí para que el lector descubra al personaje, a un
hombre que se forja a sí mismo en condiciones de supervivencia. Hay en esta
obra, por tanto, algo de la épica de un relato iniciático. En sus primeras
páginas, Lawrence se presenta como un trabajador de despacho, y poco a poco
asistimos a su transformación, merced a su deseo de saber, a su ansia por ser
uno de ellos, en un rudo habitante del desierto. Trazar esta metamorfosis de
uno mismo podría llevarnos a pensar en un autor orgulloso, pero al hacerlo poco
a poco, en dosis adecuadas, recurriendo al relato de hechos y no a la
descripción de sentimientos, sin que se perciban los trucos en una primera
lectura, le convierte en un escritor de primer orden. Otro tanto sucede con
algo del espíritu neocolonial que podría empañar las virtudes del relato, con
su romántica visión del hombre del desierto, a punto de caer en el mito del
buen salvaje, del que lo rescata la distinción entre personas sin importancia gracias,
sobre todo, a la admiración por la astucia o la presencia señorial. Así mismo,
salva del error algo de maniqueísmo beligerante, justificado al caracterizarse
como un personaje cuya cualidad principal es que no soporta las injusticias:
“En los hombres saludables, la conciencia es cierto sadismo equilibrado”,
escribió en una de sus cartas.
En un
principio asistimos a su esfuerzo, verificamos que se trata de un hombre que
responde a esas virtudes cuyo nombre parece tan en desuso -el honor, la
nobleza, la lealtad-, y que hacen referencia a la ética del soldado. Es esta
construcción del líder integrado y además humilde, en batalla contra el
desierto, el escenario simbólico donde el hombre debe encontrarse a sí mismo,
lo que atrae de la obra. A diferencia de Los
siete pilares de la sabiduría, aquí la prosa no es tan elaborada, ya se
olvida de la vehemencia, de esa densidad que puede llegar a ser hiperbólica,
para centrarse en descripciones de lo desconocido y peligroso, para narrar
situaciones comprometidas más próximas al explorador, del estilo de las que
cuenta Wilfred Theisiger en Arenas de
Arabia, que al guerrero en que termina por convertirse, pues las últimas
páginas del libro se centran en el relato bélico. Rebelión en el desierto es una obra que nos recuerda que Lawrence
fue mucho más que un gran escritor y un aventurero: fue, a pesar de los hombres viejos, un rebelde.
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