La vida secreta de las
ciudades
Suketu
Mehta
Traducción
de Cruz Rodríguez Juiz
Literatura
Random House
Barcelona,
2017
140
páginas
Cuenta,
hacia el final de esta reflexión que nadie debería perderse, Suketu Mehta
(Calcuta, 1963) que durante las inundaciones que tuvieron lugar en Bombay hace
unos años, la gente cooperó para salvarse unos a otros. A la par, coteja la
situación con el Nueva Orleans durante y después del Katrina, arrasado por
hordas de delincuentes. La situación se asemeja al gran apagón de Nueva York,
en el que se produjeron miles de actos de vandalismo y hasta demasiadas
violaciones, en tanto que, durante el gran apagón del Cairo, la gente
permaneció en calma. La actitud de los habitantes de Bombay o del Cairo nos
recuerda a los principios de cooperación y moral que, recientemente, Sebastian
Junger defendía como los que definen una tribu. En Bombay la gente se comportó
como miembros de una tribu, en tanto que en Nueva Orleans como ciudadanos de un
estado. Los habitantes de Nueva Orleans esperaban que el estado viniera a
solucionarles los problemas, en tanto que los indios sabían que o confiaban en
el vecino, o eran víctimas seguras del terror de los fenómenos naturales. Dicho
de otro modo, en una ciudad en la que hasta hace bien poco las castas dividían
en horizontal a la gente, en una ciudad de más de veinte millones de
habitantes, todavía existe el concepto tribu. Ese es el que hace que Mehta sea
un habitante de dos ciudades: Nueva York y Bombay.
Pero
antes nos ha llenado la ciudad con pequeñas historias. En primer lugar con las
vidas de los nuevos habitantes, que son los que han construido las urbes tan
desproporcionadas. Y estos son, a la fuerza, inmigrantes. El que migra está
sujeto al engaño. Así pues, la mentira es parte fundacional de la ciudad. O al
menos de la ciudad impresionista, frente a la ciudad estadística. Mehta habla
de los escribientes que en Bombay sirven a los inmigrantes analfabetos para
dirigir cartas a sus familias. Los clientes son prostitutas, por ejemplo, que
crean personajes de teleoperadoras. El anonimato de la ciudad les permite
inventar el personaje. Pero en la ciudad también viven teleoperadoras, con lo
cual coexisten dos ciudades, la de la ley y la ilegal. Mehta sostiene que
quienes evaden, violan o sortean la ley llevan la delantera. Al fin y al cabo,
la ciudad se ha asociado al pecado con mucha frecuencia. Tanta como lo rural al
recuerdo. Pero las prostitutas o los que limpian alcantarillas, siguen luchando
por alcanzar las promesas de la ciudad, que son su relato y su ruptura de
tabúes.
Mehta
se detiene en el fenómeno de la migración a la ciudad y su afección sobre el
mundo. Dado que la mayoría de los migrantes actuales son mujeres, el planeta se
está llenando de niños huérfanos. Y se pregunta cómo se recompone el migrante
del desplazamiento, si es que esta reinvención es posible. Es entonces cuando
recurre a la literatura. Si algo explica a las ciudades mejor que la
estadística, es la novela y las complejidades morales de la novela. El escritor
atiende al choque de civilizaciones, a la política comercial y a los asuntos
amorosos o la canción preferida del personaje. Y elige un paradigma de ciudad
repleta de conflictos, que son las ciudades brasileñas, donde la delincuencia está
a la orden del día, hasta el punto de que si no es por ella, por los cabecillas
de las delincuencia, la ciudad caería en el desorden.
Pero
la ciudad, o al menos la ciudad que cada uno de nosotros concibe, es en
realidad la gente. O la ausencia de gente. De hecho, a su juicio, las ciudades
que lideran el estado de bienestar -Canberra, Ginebra, Calgary- son mortalmente
aburridas. Carecen de inmigrantes, de pobres que cooperarán en caso de que un
fenómeno natural les lleve a la ruina. Incluso carecen de la exclusión por
exceso de éxito, algo que puede suceder en Nueva York, donde el parque de
viviendas de la zona de moda se dispara en el mercado inmobiliario. Con todas
estas premisas sobre la mesa, Mehta explica la razón que le ha llevado a
convertirse en lo que él denomina como un interlocal: alguien que vive entre
dos ciudades: Nueva York y Bombay. Porque vivir siempre en Luxemburgo, sin ir
más lejos, debe ser mortalmente aburrido.
Fuente: La línea del horizonte
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