lunes, 21 de julio de 2025

EL HOMBRE

 

El hombre

Guillermo Arriaga

Alfaguara

Barcelona, 2025

679 páginas


 


Hay vidas en las que la humanidad limita directamente con el infierno. Hay vidas a través de las que se puede demostrar que la violencia es uno de los mares más profundos. Esas vidas no se pueden relatar directamente y para contarlas lo mejor que uno puede hacer es hablar de toda la periferia que tocó tangencialmente al afectado. Aunque, como en el caso que nos trae Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) en esta potentísima novela sí podemos entretenernos en recrear su etapa de formación. Lo demás serán los otros. El hombre es una novela en la que el mal, como en el caso de buena parte de la obra de Cormac MacCarthy, a quien se menciona en algún momento, es una patología. Y esa patología da la sensación de ser una ruta de una sola dirección. El desastre será la muerte, el engaño, cualquier actitud que suponga llevarse por delante a los demás. Arriaga justifica esta novela en la vida de uno de esos personajes que se hicieron a sí mismos durante el siglo XIX, en unos territorios sin ley, fronterizos, o en el que la ley del más fuerte se imponía porque no había alternativa en el proceso de formación del territorio y lo que habita sobre ese trozo de piel del mundo.

El recurso del que se vale son seis voces que nos hablan desde diferentes momentos. En realidad, debemos aclarar, son cuatro las voces, pues para dos de estos momentos, los que señalan principio y final, el autor recurre al narrador omnisciente. Se trata de los capítulos en los que el protagonista es adolescente, pero tiene que trabar su destino en un mundo de adultos tan difícil de atravesar como un campo de concertinas, y lo que sucede entre su descendiente y sus amantes en un año tan reciente como 2024. El resto de personajes nos hablan, en primera persona, desde finales del siglo XX, cuando ya la vida de Henry Lloyd, el protagonista, ha acabado o está a punto de terminar. Cabe decir que resulta enigmática la ausencia total del siglo XX, más de cien años de elipsis, cuya justificación no decepcionará al lector. Y cabe señalar el esfuerzo en la creación de las cuatro voces que realiza, en función de las características de cada uno de los que nos hablan, incluyendo quien nos deja sin aliento, pues se expresa sin signos de puntuación, o quien se limita a usar comas, dejándonos con poco aliento. También está la recreación de un lenguaje de frontera o el tipo que ha sido capaz de aprender el vocabulario, pero no la gramática.

Ellos definirán el mundo en que vivió Henry Lloyd, alguien duro, capaz de asesinar sin remordimientos, pero sensible a las necesidades de los esclavos. Como menciona alguna de las voces, lo que le caracteriza es la furia y es el control. Y es la soledad, algo que comparten todos los que van apareciendo en la novela, lo que más castiga: uno puede estar rodeado de gente, pero viven como sueñan: solos, que diría Conrad. La soledad, que es algo impuesto, es, probablemente, el hidrógeno que compone esa agua que llena este mar tan profundo. Es inevitable considerar que la pérdida de la inocencia de la que nos habla Arriaga, nos lleva considerar si merece la pena vivir en un mundo que ya es de por sí suicida.

Como cabe esperar del guionista de Amores perros, será magnífica la manipulación narrativa que da pie a esta obra de historias cruzadas. La dosificación de datos es clave para mantener al lector atento, mayormente cuando estos datos atañen a los que cruzan las historias, cuando nos vamos dando cuenta de que tal voz se corresponde a tal intervención secundaria, pero definitiva, dentro del relato de tal otra voz. Hemos mencionado el asesinato como forma de violencia, pero cabe hablar, también de cualquier modalidad de acoso, de abandono, de sadismo, de juegos sexuales de niños ricos, de analfabetismo o del sufrimiento del esclavo trasladado en barco desde África. Cada una de ellas será una característica propia de cada una de las voces. Pero en todas ellas, en todas estas vidas, habrá influido hasta el extremo, la de Henry Lloyd, ese hijo del fuego del que Arriaga nos habla con una potencia que hace imposible abandonar la lectura de esta novela. Una de las mejores del año.


Fuente: Zenda

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