El
hombre
Guillermo
Arriaga
Alfaguara
Barcelona,
2025
679 páginas
Hay
vidas en las que la humanidad limita directamente con el infierno. Hay vidas a
través de las que se puede demostrar que la violencia es uno de los mares más
profundos. Esas vidas no se pueden relatar directamente y para contarlas lo
mejor que uno puede hacer es hablar de toda la periferia que tocó
tangencialmente al afectado. Aunque, como en el caso que nos trae Guillermo Arriaga
(Ciudad de México, 1958) en esta potentísima novela sí podemos entretenernos en
recrear su etapa de formación. Lo demás serán los otros. El hombre es una
novela en la que el mal, como en el caso de buena parte de la obra de Cormac
MacCarthy, a quien se menciona en algún momento, es una patología. Y esa
patología da la sensación de ser una ruta de una sola dirección. El desastre
será la muerte, el engaño, cualquier actitud que suponga llevarse por delante a
los demás. Arriaga justifica esta novela en la vida de uno de esos personajes
que se hicieron a sí mismos durante el siglo XIX, en unos territorios sin ley,
fronterizos, o en el que la ley del más fuerte se imponía porque no había
alternativa en el proceso de formación del territorio y lo que habita sobre ese
trozo de piel del mundo.
El
recurso del que se vale son seis voces que nos hablan desde diferentes
momentos. En realidad, debemos aclarar, son cuatro las voces, pues para dos de
estos momentos, los que señalan principio y final, el autor recurre al narrador
omnisciente. Se trata de los capítulos en los que el protagonista es
adolescente, pero tiene que trabar su destino en un mundo de adultos tan
difícil de atravesar como un campo de concertinas, y lo que sucede entre su
descendiente y sus amantes en un año tan reciente como 2024. El resto de
personajes nos hablan, en primera persona, desde finales del siglo XX, cuando
ya la vida de Henry Lloyd, el protagonista, ha acabado o está a punto de terminar.
Cabe decir que resulta enigmática la ausencia total del siglo XX, más de cien
años de elipsis, cuya justificación no decepcionará al lector. Y cabe señalar
el esfuerzo en la creación de las cuatro voces que realiza, en función de las
características de cada uno de los que nos hablan, incluyendo quien nos deja
sin aliento, pues se expresa sin signos de puntuación, o quien se limita a usar
comas, dejándonos con poco aliento. También está la recreación de un lenguaje de
frontera o el tipo que ha sido capaz de aprender el vocabulario, pero no la
gramática.
Ellos
definirán el mundo en que vivió Henry Lloyd, alguien duro, capaz de asesinar
sin remordimientos, pero sensible a las necesidades de los esclavos. Como
menciona alguna de las voces, lo que le caracteriza es la furia y es el
control. Y es la soledad, algo que comparten todos los que van apareciendo en
la novela, lo que más castiga: uno puede estar rodeado de gente, pero viven
como sueñan: solos, que diría Conrad. La soledad, que es algo impuesto, es,
probablemente, el hidrógeno que compone esa agua que llena este mar tan
profundo. Es inevitable considerar que la pérdida de la inocencia de la que nos
habla Arriaga, nos lleva considerar si merece la pena vivir en un mundo que ya
es de por sí suicida.
Como
cabe esperar del guionista de Amores perros, será magnífica la manipulación
narrativa que da pie a esta obra de historias cruzadas. La dosificación de
datos es clave para mantener al lector atento, mayormente cuando estos datos
atañen a los que cruzan las historias, cuando nos vamos dando cuenta de que tal
voz se corresponde a tal intervención secundaria, pero definitiva, dentro del
relato de tal otra voz. Hemos mencionado el asesinato como forma de violencia,
pero cabe hablar, también de cualquier modalidad de acoso, de abandono, de sadismo,
de juegos sexuales de niños ricos, de analfabetismo o del sufrimiento del
esclavo trasladado en barco desde África. Cada una de ellas será una
característica propia de cada una de las voces. Pero en todas ellas, en todas
estas vidas, habrá influido hasta el extremo, la de Henry Lloyd, ese hijo del
fuego del que Arriaga nos habla con una potencia que hace imposible abandonar
la lectura de esta novela. Una de las mejores del año.
Fuente: Zenda
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