Relatos del mar
AA.VV.
Alba
Barcelona
Mayo,
2014
583
páginas
Existen
algunas metáforas de la vida elaboradas con acierto: la lucha puede ser una de
ellas. Aunque nos gustaría elevar a reina en los altares la vida entendida como
viaje. Y luego está la intervención de la geografía en nuestra cultura para
entender qué es la vida: un río. Un río que va a dar al mar, que es el morir.
Entender el mar como la muerte es apartarlo de su anterior designio, privarlo
de lo que significó para la humanidad antes de que se colonizaran los reinos
del interior, las mesetas, las montañas, los desiertos. El mar, la mar, era entonces la madre de la vida, la fuente de riqueza,
las rutas del comercio y el comienzo de la aventura. Y vivir una vida sin
aventura es una manera de vaciarla de contenido. O de vaciarla de felicidad.
Pero el mar sigue siendo una forma de felicidad en los cuadros de Sorolla, en los versos de Alberti. Puede haber otras versiones de
la felicidad, como en el chocolate caliente con la niebla pegada a la ventana,
la música de fiesta bajo un emparrado o la solidaridad frente a las tragedias.
Pero muy pocas pueden competir con el mar muy azul.
Tal
vez no en todos los modelos con que representamos el mar haya felicidad, pero
es casi imposible eludir la exégesis romántica. Por muy gótica y oscura que sea
su representación, siempre habrá un
aspecto emocional que llevará al límite nuestra sensibilidad, nuestros
miedos y nuestros deseos. No existe un fenómeno geográfico que lo iguale, o que
lo haya igualado hasta la fecha en el mundo literario, a no ser que la abundancia
de novelas y relatos urbanos nos obligue a emparejar a la invención de Caín con los fenómenos naturales.
Resultaría complicado elaborar una antología de literatura de montaña o de
literatura de desiertos, a pesar de la maestría de Paul Bowles o Theodor Monod,
del calibre de este Relatos del mar. De Colón a Hemingway, que recientemente ha
traído la editorial Alba a nuestras
librerías. A no ser que consideráramos el planeta dividido en dos fenómenos
geográficos básicos, dada su extensión: el mar y la tierra. Y resultaría más
difícil tal propósito si nos atuviéramos a los criterios de edición de esta
antología, meditadamente occidental, mezcla de crónicas y ficción, y referida
al tiempo contemporáneo, el que abarca desde el descubrimiento de América a
nuestros días. Puede señalarse un carácter un tanto eurocéntrico, excepto por
las intervenciones de los escritores norteamericanos, y un poco anglófilo, dada
la abundancia de autores en lengua inglesa. Pero la literatura del mar más
cercana debe demasiado a esos viajeros y escritores, hasta el punto que
resultaría comprometida una antología elaborada con otros criterios.
Apenas
cabe hacerle algún reproche a la selección. Parte de Antonio de Pigafetta y su relación de la primera vuelta al mundo, y
termina con Roald Dahl y sus bromas
macabras. Por el medio, la variedad da fe de lo versátil que es la presencia
del mar: danzan las leyendas, varían las crónicas personales, nos visitan
brutales piratas reales, se da pie al estudio de la condición humana y su
carácter moral, se nos introduce en el miedo y el extrañamiento de los
esclavos; arribamos a las sensaciones góticas y al mundo de los fantasmas, se
desencadena toda la fuerza de la naturaleza, nos hace creíble cualquier
presencia en su inmensidad, nos presenta hasta la posibilidad del milagro; se
alienta el terror hacia las bestias y los tiburones, afrontamos el horror
extremo en los naufragios, nos convertimos en melancólicos observadores que
viven en el pasado, aguardamos a lo desconocido con miedo hasta de la calma
chicha; el terror alcanza escalas planetarias, la orilla viene a recordarnos la
membrana que separa la vida de la muerte, o el mar se convierte en un decorado
imprescindible; conocemos a los marineros canallas y vividores, a los capitanes
heroicos, a los amotinados de la Bounty
cuya leyenda se alimenta de la realidad; un espejismo nos lleva al deseo del
mar; mezclamos lo trágico y lo grotesco del hombre en situaciones al límite;
exploramos la supervivencia, nos adentramos en la dureza del mundo de los
pescadores; viajamos sobre el mar, porque el mar es un camino, agonizamos,
confundimos realidad y ficción; el sueño de la libertad se transforma en un
peligro o el mar en un reposo; nos encontramos en soledad y la soledad es la
aventura; pasamos al otro lado de la tumba, recibimos una lección de surf como
una forma noble de relacionarse con el mar; vemos cómo el mar se inmiscuye en
territorios secos a través de lo espectral, rescatamos tesoros, descubrimos las
horribles tesituras morales en las que nos coloca la guerra, e incluso luchamos
por sobrevivir con un habitante de las profundidades.
De
la relación de varios de los autores cabe esperar lo mejor –Conrad, Stevenson, Henry James, Hemingway, Maupassant, Melville,
Tolstoi, etc.-, y también el descubrimiento de obras significativas en la
literatura del mar, como diarios de piratas reales o de traficantes de
esclavos. Cabe cuestionarse un poco la inclusión del cuento de Kafka, en el que la presencia de una
barca entre los dos lados de la tumba nos remite más a Caronte y la laguna Estigia
que a los océanos, haciendo de esta elección algo forzado. Y, como siempre, dentro
del excelente nivel que presenta el libro, hay que destacar la aportación de Chejov, quien con su relato, Gúsiev,
justifica todas las horas que uno quiera dedicarle a la lectura de un volumen
mucho más que recomendable.
Fuente: La línea del horizonte
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