Siguiendo mi camino
Mauricio
Wiesenthal
Acantilado
Barcelona,
2013
476
páginas
Mauricio
Wiesenthal (Barcelona, 1943) es un escritor que desde hace un tiempo ha
proyectado convertir la melancolía en su estilo. O su estilo en melancolía. De
tal manera que su propósito como escritor se mueve en el peligroso filo de la
pretensión: resulta complicado conseguir la tristeza intentando ser triste, la
decadencia tratando de ser decadente o hacer de un texto una memoria cuajada de
saudade buscando transmitir la saudade en cada frase que exprime un recuerdo.
En esta entrega autobiográfica, Wiesenthal toma como referencia las canciones
de su vida. Al igual que otros autores componen textos a partir de las
imágenes, bailan alrededor de fotografías libremente, él prepara una selección
de las formas musicales que significaron algo en su vida: boleros, tangos,
baladas, nanas… se trata, la mayoría de las veces, de música con ritmo triste.
Partiendo, además, del hecho de que de todas las artes, la música es la que
conserva siempre un trasfondo de tristeza, dado que es la que atiende más
directamente a la emoción y, por tanto, a los sentimientos que nos construyeron,
es decir, al pasado.
Escrito
a modo de correspondencia, los diversos capítulos son una confesión sin pudor
de quien Wiesenthal ha querido ser. Y la conclusión fundamental es que nos
encontramos frente a un adorador del arte, que ve en el arte la salvación.
Frente a alguien que hubiera deseado nacer en otra época y que esa época
permaneciera congelada hasta su muerte. Un individuo que pretende ser un
romántico, que es la forma más franca de perder cualquier viso de romanticismo.
Para ello recurre a una prosa en que reluce el exceso de conciencia de ser
maestro, maestro de la vida, maestro de la estética. Un lenguaje que pretende
vestir la erudición de sabiduría a base de delicadeza.
Así
Wiesenthal construye una obra homocéntrica en la que predomina la
hipersensibilidad, con los riesgos que supone el exceso de sensibilidad en la
literatura del yo: caer en el narcisismo y que este narcisismo esté tamizado
por un punto de soberbia, el que dicta que considerarse diferente es tenerse
por alguien que no comete los mismos errores que el resto de la humanidad. Para
deslumbrar en este planeta lleno de palabras inútiles, Wiesenthal, que tiene
como referentes de la literatura de la memoria a Proust o a Chateubriand,
defiende la idea de que las cosas estaban fundamentalmente mejor en el pasado. Un
principio que, como él sabe, va a dictarnos la idea de que algo de reaccionario
se cristaliza en unos textos de hombre mayor, en su forma de saldar cuentas. Contra
el posible resentimiento, no cesa de traer a colación la belleza. De modo que Siguiendo mi camino es, en buena medida,
una enumeración de las cosas, situaciones y personas de las que el autor ha
disfrutado y, aunque más elípticas, también de las que ha aborrecido. Es una
obra que Wiesenthal se ha propuesto escribir, aunque luche por adjetivarla como
uno de esos libros que a uno se le imponen y, en consecuencia, destacan por una
sinceridad que está más allá del espacio de la mente.
Excéntrico,
anacrónico, autosuficiente, presumido, resistente, culto. Wiesenthal reúne en
su obra lo que más podemos adorar y lo que podemos dar por superado, un resumen
de nuestras relaciones con nuestros propios complejos desnudando los suyos. De
ahí que la impresión que dan estas memorias de su camino es que caminó para
contarlas. Hasta el punto de representar una forma de melancolía arrogante: se
llama a sí mismo “viejo lobo de las ruinas” o afirma que “los humanistas
debemos recuperar la figura del Ángel”, por poner dos ejemplos de sus
principios. Pues de principios estamos hablando, dado que no ha existido
canción en su vida que haya sido capaz de modificar la secuencia de ideas que
componen una melancolía atípica, pues en esa melancolía no muestra debilidades.
Fuente: Quimera
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