Convencer
o morir
Juan
Luis Conde
Arpa
Barcelona,
2025
216
páginas
La
elocuencia sigue siendo un valor capaz de transformar pulgas en diamantes.
Buena parte de la obra de Juan Luis Conde (Ciudad Rodrigo, 1959) está dedicada
al estudio del arte de la retórica, la expresividad, la convicción. Preocupado
por la construcción del pensamiento y las manipulaciones a las que estamos
expuestos a través del lenguaje, ha escrito ensayos tan ilustrativos como Armónicos
del cinismo o La lengua del imperio, siempre acercándose a nuestros
orígenes, escrutando en el interior de nuestra cultura, la occidental, y su
construcción. Pero aquí, en este Convencer o morir, se vale de la
sinología, la historia y la dialéctica para tratar de comprender la forma en
que construyeron sus discursos los asesores de los antiguos gobernantes chinos.
El efecto sobre el lector es de sorpresa, en primer lugar, y de hallazgo,
inmediatamente después. Nos encontramos frente a un libro que se asemeja al
tesoro escondido, cuyo mapa sólo alguien como Juan Luis Conde pudo concebir.
Debemos
aclarar que, si algo considera el autor que tenemos en común con otra geografía
y otro tiempo, son las mismas miserias de la política institucional de siempre,
esas que tienen que ver con la pirámide de poder y sus sistemas de
distribución. La diferencia fundamental, que se estudia a través de las figuras
de varios consejeros, algunos de los cuales dejaron testimonio por escrito, tiene
que ver con las formas de persuasión. Acostumbrados a que estas sucedan, en
nuestra cultura, desde un estrado o púlpito y hacia un grupo de gente más o
menos numeroso, en la vieja China tenía lugar de forma totalmente contraria: desde
abajo y personalmente. Lo que nosotros construimos como oratoria, sostiene el
autor, aquí pasa a ser diálogo y la orientación que el consejero da a ese
diálogo. Podríamos hablar de manipulación, pero también podríamos hablar de
estilo, y cuando este es muy elocuente y persuasivo, podríamos hablar de unas
clases de retórica de las que cabe colegir que aún no hemos llegado al final de
las posibilidades que ofrece el lenguaje.
El
verbo aprender será clave en el estudio a conciencia que elabora Juan Luis
Conde. El arte de la oratoria con forma diálogo no prospera si no es gracias al
arte de la escucha: quien no atiende, no aprende, y quien no está dispuesto a
aprender no puede tocar ni siquiera la superficie de la sabiduría. La escucha
será lo que separe a esta, a la sabiduría, de la astucia. Así nos va
descubriendo cómo se ha ido modelando una civilización en la que estaban muy
presentes los combates, también los que sucedían en los momentos de
relacionarse con los poderosos. Estos humanistas a los que se aproxima,
preocupados por hacer alma, procuraron encontrar los medios de salirse con la
suya, y que la decisión consecuente fuera una razón que favoreciera a la
mayoría.
A
medida que avanzamos con la lectura, las referencias más próximas a nuestra
civilización aumentan, construyendo un ensayo que gana en nitidez, y también en
fascinación, de forma creciente, por este arte de la interlocución y el diálogo
que, a su vez, se convierte en un arte de defensa personal a través del cual
los asesores conseguían en ocasiones hasta salvar su vida. A través de los
tratados de retórica china, elaborados siglos antes de nuestro año uno,
estudiamos como tratar con el peor enemigo de la sabiduría, que es el idiota
con poder. El dominado podrá tratar y tal vez vencer al dominante dirigiendo la
conversación como si se tratara de una esgrima sin violencia. Pero previamente
ha debido existir una construcción de intenciones y la previsión de las muchas
derivas que podrían surgir a lo largo de un ejercicio de preguntas y respuestas.
De esta manera, el arte de la elocuencia es activo, es personal y es, también,
peligroso, pues no deja de estar sujeto a la capacidad y habilidad de escucha
del poderoso.
Es
fácil deducir que Juan Luis Conde se muestra como un intelectual comprometido,
como alguien que pone en práctica un estudio magnético para que podamos
entender y cultivarnos, confiando en que el lector sigue siendo parte activa en
el proceso de construcción de la civilización, y que esta se construye, en
buena medida, con la palabra. Nos encontramos, seguro, frente a uno de los
grandes ensayos de este año, porque está pensado tanto para atraparnos por su
interés como para descubrir dónde podemos contribuir a hacer de este mundo un
lugar donde entendernos.
Fuente: Zenda
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