Agua
negra
Joyce
Carol Oates
Traducción
de Montserrat Serra Ramoneda
Fiordo
Madrid,
2025
149
páginas
Por
más que se empeñen los políticos, los militares o cualquier tertuliano, los que
saben dibujar a un país son aquellos con alma de artista. A España la han
podido tildar de muchas cosas, pero nadie como Goya a la hora de explicarla, y
nadie como Shakespeare para aclararnos en qué consiste Inglaterra. Joyce Carol
Oates (Lockport, 1938) trabaja desde hace tiempo en tratar de concentrar en sus
novelas buena parte de lo que caracteriza a Estados Unidos, y esta Agua
negra, que ahora recupera la editorial Fiordo, es otra muestra de ello. Un
senador, posible candidato presidencial, comienza una aventura con una muchacha
que podría ser su hija, y según marchan de la fiesta donde se han conocido
tienen un accidente, porque el senador conduce borracho. El vehículo vuelca
sobre un río, pero un instante antes el senador ha podido salir del coche. Sin
embargo, la joven queda atrapada, sobreviviendo gracias a una pequeña reserva
de aire que irá menguando. ¿Qué hará el senador?
En
realidad, lo que pueda hacer el senador en ese rato no es de nuestra incumbencia,
porque lo que importa es lo que le sucede a la muchacha, a la que acompañamos
en su angustia, en los que pueden ser sus últimos momentos. Y lo que Carol
Oates pretende es hacernos un retrato de ella y de las jóvenes como ella. La
novela avanza con constantes flashbacks hacia la fiesta donde se han conocido y
la intriga acerca de qué es lo que ha ocasionado que la joven se sienta atraída
por el senador. Ella, es cierto, le conoce bien, en un plano teórico, por sus
estudios, pero no le ha resultado un personaje atractivo. Otra cosa es lo que
sucede una vez que se encuentran en persona. Y ella no deja de ser una persona
en una edad en la que uno entiende que divertirse es atender a las fiestas y a
las llamadas del sexo, pero también a toda manifestación de persona inconforme.
Carol Oates no se queda ahí en sus revisitas al pasado, y con frecuencia va
reconstruyendo la parte biográfica de la muchacha y también la parte
psicológica. El accidente sucede varias veces en la narración, para recordarnos
que ella es mortal, y nuestra muchacha, a la que vamos comprendiendo mejor a
medida que nos dan pinceladas de su historia, no deja de recrearlo convencida
de que terminará por salvarse. Eso es lo que todos anhelamos, pues será su mortalidad
lo que nos lleve a empatizar con ella. El contraste con el senador está servido,
pues una de las preguntas que subyacen en la novela es qué hace esta gente con
el poder y qué diablos es lo que les importa.
Joyce
Carol Oates aparece todos los años en las quinielas del premio Nobel, y cuando
uno lee cualquiera de sus obras, tan bien construidas, se da cuenta de que no
sería ninguna injusticia concedérselo.
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