La jungla polaca
Ryszard Kapuściński
Traducción de Agata Orzeszek
Anagrama
Barcelona, 2008
204 páginas
Sucedió antes
de los viajes a África que le impulsaron a escribir esa obra maestra que es Ébano (1998), o la inquietante crónica
sobre la guerra de Angola, Un día más con
vida (1976), considerada por muchos como su mejor libro. Y también sucedió antes
de los reportajes recogidos en volúmenes como La guerra del fútbol (1988), o
de que recorriera las regiones más desconocidas de la Unión Soviética
recogiendo impresiones que plasmaría en El
imperio (1993), un libro que al leerlo hoy uno se pregunta de dónde sacó
esa intuición para representar una región que se ha ido convirtiendo en un
territorio más y más olvidado. Antes de ser el gran periodista internacional,
comprometido con las causas de los perdedores, el hombre al que no le importaba
vivir en los arrabales de las ciudades africanas y que anhelaba charlar con la
gente común sobre lo verdaderamente importante, lo cotidiano, Ryszard Kapuściński
acudió a la escuela de la vida, aquella en la que está internada la gente a la
que no le queda más remedio que existir, y de la que uno obtiene mejores o
peores conclusiones en función de su capacidad de empatía, de la salud de esta
empatía, y de una buena digestión de lo que se internó en su cabeza y en su
alma. Esta escuela, en la que aprendió a ser un hombre ético, a pensar que la
misión de un escritor es dar voz a los que no la tienen, aparece ahora
reflejada en el libro La jungla polaca,
donde da razón de su aprendizaje.
El libro está
compuesto por veinte crónicas sobre el interior de una Polonia presa de la
posguerra, y dos textos escritos en la década de los noventa, y que reflejan un
inicio desgarrador en su vida y un afán final por reconciliarse con su entorno,
al contemplar desde la vejez, pese a que la ciudad donde vive no invita al
descanso. En los demás textos da buena cuenta, con lucidez, de un país que se
está reconstruyendo, en el que nada es estable y donde te puede sorprender
cualquier acontecimiento, cualquier persona, por algún motivo que no es del
todo hermoso ni totalmente trágico. Tomando al mundo rural como un compendio
del cosmos, Kapuściński presenta lo que podrían ser las historias secundarias de
una novela de Tolstoi, unas narraciones que podrían valorarse como relatos de
ficción, de una sorprendente inventiva, de no tener la certeza de que se trata
de crónicas sobre unas existencias reales. Ya desde joven, Kapuściński ha
desarrollado el olfato para encontrar lo extraordinario, unido a una facultad literaria
capaz de condensar en pocas pinceladas temas como la demencia ocasionada por la
guerra, la admiración por la inocencia, el amor a la tierra, la vida entendida
como una lucha, la paradoja de un desarrollo sin cultura, el escalón
generacional, el remolino de la existencia, la colmena humana, lo absurdo o el
derrumbe de la fe en ese valor que se llamaba patria. Pues en cada una de las
crónicas Kapuściński se plantea un tema de esta enjundia, al tiempo que sabe abandonar
el periodismo clásico para introducirse en una actitud más propia de otras
formas de literatura, como el monólogo o incluso la escritura desordenada,
cuando la esencia de lo que pretende reflejar se lo exige. Su táctica periodística
es bien sencilla: llega al lugar y se implica con la gente; deja que sean ellos
quienes le narren aquello que más les afecta, sin tomar apuntes, sin grabadora
de por medio, y luego confiará en el filtro de la memoria. De esta manera, él
participa de los acontecimientos sin forzar las posiciones de la gente.
Conservando
la distancia justa para ser capaz de separar el trigo de la paja, dueño de una prosa
limpia que le permite mantenerse al margen durante el proceso de escritura y
elimina todo exceso de estilo que enturbie el contacto humano -las metáforas,
por ejemplo, son poco estridentes y con frecuencia referidas al paso del tiempo-,
Kapuściński extrae la esencia de las piezas del mundo, permitiendo a las
personas que encuentra tomar la voz cuando sabe que esas voces son mucho
mejores que las del narrador para contar un suceso o intentar describir un
sentimiento.
Fuente: Quimera
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