Las defensas
Gabi
Martínez
Seix
Barral
Barcelona,
2017
494
páginas
Lo
peor de estar enfermo, es que los girasoles le dan a uno la espalda. Todo el
mundo sabe que el girasol se encara siempre hacia el astro que da vida al
planeta, al que nos da luz y calor, y que durante la noche pulsan el
interruptor de stand-by. Lo que sueñen
los girasoles no cambiará el mundo, pero sí la dirección a la que apuntan a lo
largo del día. La gente no soporta la enfermedad y mucho menos si el enfermo es
un ser querido: “te quiero tanto que me duele tanto verte enfermo, y por lo
tanto prefiero no verte”, es una frase real, escuchada en más de una ocasión
desde el lado hacia el que miran los girasoles. El enfermo está solo y sus
sueños sí marcan la diferencia con el sano: sueña con llevar una vida normal,
con tener amigos y una familia. Tal vez encuentre algún amigo, como el
protagonista de esta novela lo encontró en Gabi Martínez (Barcelona, 1971),
pero la familia hará una demostración de que es una farsa y se diluirá como se
diluye el hidrógeno en el aire.
Lo
que pone sobre el tapete Gabi Martínez es mucho más que una novela y que una
biografía. Es un ejercicio literario que sorprende por su alta tensión en un
autor que nos ha acostumbrado a la literatura de viajes. No hay mucho más
movimiento que el que se produce entre unas pocas calles, pero, eso sí, por las
que circulamos nosotros, y no Gabi Martínez. Para relatar el caso del neurólogo
que padece una enfermedad idiopática, al menos durante cuatrocientas páginas,
elige la primera persona. Gabi Martínez nos convierte en el enfermo que no
queremos ser. Son nuestras sus pasiones y sus amores, pero también sus
arranques de una locura violenta. Nos identificamos con él y queremos
comprenderle, pero no somos él, en tanto que somos lo que estamos leyendo.
Porque la biografía de un cuadro polimorfo y cambiante es la nuestra gracias a
la formación literaria de Gabi Martínez, que sabe cómo dosificar datos y
entregarnos una vida a nuestro alcance. Nada de excesos de estilo: el estilo es
la historia. Y lo que nos preocupa, página a página, es que nuestra historia
debe tener un futuro. El protagonista da la sensación de ser tan hedonista como
paranoico. Pero Gabi Martínez nos muestra que la locura, si es que es tal,
tiene su coherencia, o al menos debería tenerla, como la tienen los girasoles.
Los
cambios de pareja, la terapéutica pasión por las montañas, los hijos, entre los
que se encuentra la que parece ser su favorita, una adolescente cuya intención
es vivir de okupa y hereda el sentimiento de justicia social de mayo del 68,
son una fuente de ingresos en el conflicto. Y este es la conciencia de los
sentimientos que tiene, frente a los que debería tener. Es decir, la vida
contra la sociedad. Porque vivir es salud y enfermedad. La sociedad no es nada
más que un acuerdo mediático que diferencia el bien y el mal, seguramente sin
precisión. Mientras tanto sus sentimientos, los que vemos reflejados en lo que
vivimos, pueden acomodarse a un trastorno obsesivo, o a un existencialismo
pocho, o a la neurosis del miedo a una herencia en el ADN. Por momentos, es
imposible no volverse un hipocondríaco. Las alarmas truenan en cuanto surge un
síntoma y da al traste con toda la buena labor que el protagonista hace como
profesional y como amante. Hasta tal punto llega a alarmarse, que en algún
momento entra en catatonia vital y abandona la montaña y hasta los asuntos
clínicos entre los que se mueve como pez en el agua.
Pero,
aunque solo sea por la insistencia de los demás, él sabe que padece un
trastorno. La inexistencia de un juicio clínico solo sirve para torturar. Los
girasoles cada vez le dan más la espalda. El sol que da vida se le niega. Y sin
sol, el cuerpo no responde y él se vuelve más y más vulnerable. Es tanta la
renuncia a una vida normal, incrementada por un claro caso de acoso laboral,
que el alcohol aparece como un chupete en un bebé. Y también el sexo a través
de páginas especializadas, esas que unen a la gente por patologías. Los
arranques violentos, que se manifiestan al principio en la resignación por la
renuncia a su familia, se van incrementando hasta que le internan encadenado. Y
nosotros, mientras tanto, hemos padecido el sacrificio y el malhumor, porque
Gabi Martínez consigue que seamos Camilo Escobedo, que el nombre con el que
figura el neurólogo en la novela. Solo un golpe de suerte puede cambiar su destino.
No desvelaremos más, pero ese golpe de suerte puede dar pie a la tragedia o a
la comedia, en el sentido más clásico del término: al final el protagonista
estará mejor o peor que al principio. Pero sin necesidad de recurrir a la
pornografía sentimental o a un trance bélico, como en los grandes clásicos,
acudiendo al conflicto nuestro o de nuestro vecino, o de aquel a quien le hemos
dicho que nos duele tanto verle enfermo que preferimos no verle, Gabi Martínez
construye una novela tan clásica como vanguardista. Su talento no tiene
límites.
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