Aquí nos vemos
John Berger
Traducción de Pilar Vázquez
Alfaguara
Madrid, 2005
217 páginas
15 euros
Donde se encuentra la vida
En la solapa del libro, bajo la
foto del maestro (pues de ninguna otra manera cabe calificarlo) John Berger, en
el texto biobibliográfico, se le cataloga como uno de los pensadores más
influyentes de los últimos cincuenta años. Este comentario, tan lleno de
bonhomía, no deja de ser un error, o al menos un tópico que se debería
completar, porque el pensamiento de Berger es, sobre todo, el de quien persigue
la verdad poética. De ahí que su afinidad con el campesinado no resulte
paradójica en alguien que tan bien sabe leer el arte. Y de ahí que sus obras
maestras sean los relatos de Una vez en
Europa (segundo volumen de la trilogía De
sus fatigas) y sus personalísimos análisis de imágenes, y que textos tan
dispares reflejen una misma esencia del conocimiento.
Ahora bien, para aquél que
todavía desconozca su obra anterior y quiera saber a qué nos estamos
refiriendo, no le vendría mal dedicar unas horas a leer este volumen, Aquí nos vemos, tan extraño como
soberbio. El libro recoge nueve textos nómadas en los que el pensamiento
poético de Berger viaja, a través de una memoria en la que hasta los fallos
están delicadamente medidos, hacia la consistencia de lo más espiritual que
configura sus días. El libro es una recapitulación sobre lo que ha vivido, una
selección del aprendizaje sensual, trayendo al presente lo que compuso eso que
uno llamaría alma si no fuera porque este vocablo ha perdido su entereza y, al
igual que el sustantivo amor, carece de fortaleza para formar parte de un
discurso coherente. De hecho, en ningún momento aparecen palabras de las
familias de estos dos términos, ni siquiera cuando encuentra algo que debe ser
el fantasma de su madre compartiendo minutos con él mientras pasea Lisboa. Su
madre y Lisboa son la primera persona y el primer paisaje elegido de entre los
que le formaron. Después vendrá Ginebra y la poesía de Borges, Cracovia marcada
por la guerra, el barrio de Islington donde vive su amigo de juventud, Le Pont
d’Arc y lo que nos hace menos humanos que los hombres de Cro-Magnon (“En lugar
de enfrentarse a los misterios, la cultura de hoy persiste en evadirlos”), el
horrible hotel Ritz madrileño, la estepa polaca tan colmada de vida, y un
interludio sobre la función sensual de las frutas dentro de la Creación.
Ojala fuera cierto que Berger es
uno de los pensadores con mayor influencia en el Mundo, pues a este planeta no
le vendría nada mal un poco más de poesía, ideas como esta en la que se refiere
a su madre: “Todos los libros tratan del lenguaje, y el lenguaje para mí es
inseparable de tu voz”. O esta otra con la que resume la sensación de pasear
por una plaza de Cracovia: “Aquí no hay seguridades. Lo más cercano aquí a la
certeza son las abuelas”. También está el reconocimiento de la sabiduría en los
demás, como hace cuando pone en boca de su amigo de Islington, cuya presencia
le lleva a recordar a la muchacha con la que descubrió que el sexo estaba
aderezado de una estética dorada, y que resume la senectud: “Desde hace algún
tiempo necesito mucha tranquilidad por la mañana para poder enfrentarme a él
(el día). Todos los días tienes que decidir ser invencible”. Y no olvida su
faceta de estudioso de arte, concluyendo, sobre las pinturas rupestres que
visita: “Estas pinturas sobre la roca se hicieron donde ya estaban para que
existieran en la oscuridad”.
Aunque todo es imprescindible, lo
mejor, sin duda, llega al final junto a la historia de Danka y Mirek, en los
parajes de la Europa
del este donde las cosas suceden de forma tan distinta y tan poco compleja, al
menos desde su punto de vista, al menos desde su prosa, al menos desde su
sabiduría: “Creo que todos fuimos a Moskie Oko para ver lo que hace el tiempo
sin nosotros”.
Fuente: Tribuna/Culturas
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