La noche de la
esvástica
Katharine Burdekin
Traducción de Xavier
Caixal i Baldrich
Rayo verde
Barcelona, 2023
305 páginas
Dos siglos más tarde, el
nazismo ha triunfado en Europa y lo que se ha instalado no es sólo un régimen
político, sino toda una religión. Hay una dictadura, porque todo está
superestratificado, y un espíritu común propio de una secta, asfixiante, a
pesar del cual hay quien se encuentra cómodo dentro de su jaula dorada. «Todos vosotros sois la no-Sangre, por lo tanto tenéis que (…)
pensar, en inglés, cuán sagrados somos, por qué Hitler no podría haber sido más
que alemán y entender que no es posible que exista ninguna otra filosofía o
forma de vida que no sea la nuestra. Ni siquiera se os permite la igualdad
dentro de la religión (…). La exclusión es una manera excelente para hacer que
los hombres se sientan inferiores».
Conviene advertir que La
noche de la esvástica se publicó por primera vez en 1937, años antes del
inicio de la Segunda Guerra Mundial. Katharine Burdekin (Spondon, 1896 – Suffolk,
1963) dio a conocer el texto bajo el seudónimo masculino Murray Constantine, que
era el que utilizaba para hablar sobre política, pues esta novela distópica es
una reflexión sobre la tendencia del mundo a la polarización. Esta forma de
viajar de extremo a extremo se refleja, en primer lugar, en la división entre
los hombres y las mujeres, convertidas en organismos para la reproducción.
También en la fragmentación mundial, que separa dos grandes naciones que ocupan
todo el espacio, la alemana y la japonesa. Y, finalmente, en los personajes
principales, que son un alemán y un inglés, o dos alemanes y un inglés, pues el
personaje alemán se desdobla en el amigo analfabeto y el Caballero, un
ciudadano de la élite que será quien intervenga en los diálogos con el muchacho
inglés que ocupan el cuerpo central de la obra.
Lo que nos dibujan es un
panorama grotesco, en el que ser libre significa ser un buen súbdito. Será la
complicidad entre ellos la única garantía que nos quede de que existe una posibilidad
de encontrar algo de bienestar humano, algo de afecto. De hecho, este afecto
será el responsable del desarrollo de las páginas finales, en las que lo que ha
sido una especie de obra de teatro sale del ambiente cerrado, seguro, para
exponernos un itinerario, una aventura. Lo que ocasiona esta aventura no es
gratuito: llevar un libro a un destino. Los libros han sido destruidos, como ha
sucedido en las ocasiones en que un emperador o un loco absolutista ha querido
que la historia comenzara con ellos. Lo primero que hace quien desea ejercer el
dominio del mundo, es anular el pensamiento, destruir cualquier rastro de otra
posible verdad.
De los diálogos entre el
Caballero y el inglés, que es una persona serena y cultivada a pesar de pertenecer
a la clase baja, se decanta la intención de falsear la historia y el relato
social, hasta instalar una subjetividad imperativa. El inglés es un tanto
contraintuitivo, pues la intuición que se ha instalado en esta región del mundo
es un condicionamiento, es un aprendizaje forzado que nos transformó en
animales. La cultura es un sucedáneo de cultura, la política un acto de fe, la
tradición una herramienta para acomodar ideas como si fueran verdades, y estas
ideas favorecen la inmovilidad. Porque, a la hora de la verdad, lo que más
importa en este tipo de régimen es que nadie se mueva, que nadie se salga de
los márgenes. Es inevitable remitirse, durante la lectura, a El cuento de la
criada o a 1984. La noche de la esvástica complementa estas
obras por ser más reflexiva, por permitir a los personajes expresarse con más
libertad siempre y cuando no se les escuche. Tal vez sea menos narrativa, contenga
menos acción, pero el aire que nos hace respirar está también resudado y ahoga.