lunes, 30 de diciembre de 2024

MÁS DE UN SIGLO SE ALARGA EL DÍA

 

Más de un siglo se alarga el día

Chinguiz Aitmátov

Traducción de Marta Sánchez-Nieves Fernández

Automática

Madrid,

 557 páginas

 

 


Hay un viaje concebido como duelo para despedir a un amigo. Estos desplazamientos no son nuevos en literatura, basta con asomarse a Mientras agonizo para entenderlo. Pero Chinguiz Aitmátov (Sheker, 1928 – Núremberg, 2008) avanza hacia un valor que no solemos tener en cuenta a la hora de acertar con la altura literaria de una obra, y este valor es el respeto: «De pronto, Ediguéi comprendió con absoluta claridad y con un agudo arrebato de pesar que lo invadía que, a partir de ahora, solo le quedaba recordar…». Esta novela, Más de un siglo abarca el día, es una demostración de cómo recordar sin angustia, a pesar de ser consciente de que la memoria no es una flecha, no es una dirección, sino que se trata más bien de un territorio en el que nos desplazamos de mil maneras, incluida la teletransportación. Un rato estamos en un rincón soleado, y al segundo siguiente nos vemos paseando bajo la tormenta. Aitmátov nos da toda una lección al tratar con respeto cualquier paso de la memoria del protagonista, incluidos los que tienen que ver con los años de plomo posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Estamos en una estepa kazaja, en los años cincuenta, en medio de ninguna parte y de ningún momento. Es un submundo dentro del mundo, es un desierto por el que de vez en cuando atraviesa un tren, y nuestro protagonista está encargado de custodiar una estación sin vida. Pero su memoria es un regalo, es una memoria coral, de la que aprendemos las costumbres, la historia y la geografía. En buena medida, la novela es un retrato en movimiento de una cartografía que desconocíamos que podía existir.

Nuestro protagonista, muy preocupado por los demás, siente la deuda contraída por la amistad y la serena respuesta que se merece. El contraste lo ofrece un camello que representa la potencia vital, por un lado, y por otro un grupo de astronautas que parece haber encontrado otro planeta habitable o al menos el sueño de otro planeta habitable, en un momento en el que resulta complicado habitar el propio, porque se están rompiendo todas las costuras. A lo largo de la lectura de los distintos episodios, manejados con una estructura muy libre, no van a dejar de surgir preguntas en la mente del lector: ¿qué relación existe entre la dignidad y el esfuerzo?, ¿para qué sirve sufrir?, ¿qué nos dicta si nos merecemos o no la suerte de vivir donde vivimos?, y una bastante concluyente: ¿para qué vas a querer a tus hijos si no sabes qué destino les depara la vida? Y todo es posible en lo remoto, como en la estepa kazaja o en el infinito espacio sideral. Y también en la memoria, donde conviven recuerdos concretos con leyendas que, de vez en cuando, otorgan al relato un punto mágico.

La obra está construida desde un itinerario, pero este no se corresponde tanto con una ruta física como con los estados de ánimo de nuestro protagonista. Al fallecer su amigo, se despierte el miedo a quedarse solo. Este acicate será el que active la memoria, que abarca más de un siglo, pues hasta Gengis Kan entrará a formar parte de los recuerdos que le han ido construyendo. La novela no elude la intervención política, dudando del sentido que tiene en lugares tan apartados el alzamiento contra la lucha de clases o, más concretamente, el régimen estalinista. Durante las purgas de Stalin se consideró al padre de Aitmátov enemigo del pueblo y fue ejecutado, lo cual no impidió que nuestro autor siguiera una carrera política, llegando a ser embajador de Kirguistán ante la Unión Europea. Se puede leer esta novela como una fábula política, pero ese sería un segundo nivel: lo más interesante, lo que nos atrapa de esta obra maravillosa, es todo el despliegue emocional, profundamente respetuoso, de su protagonista.

 

 Fuente: Zenda

 

miércoles, 25 de diciembre de 2024

EL RÍO

 

El río

Alfredo Gómez Morel

Cabaret Voltaire

Madrid, 2024

402 páginas


 


Es inevitable recordar la obra de Mohamed Chukri durante la lectura de estas memorias. El río, de Alfredo Gómez Morel (Santiago de Chile, 1917 – 1984) comparte con El pan a secas (antes traducido como El pan desnudo) el ambiente desoxigenado de las calles, la vida al límite, el aprendizaje a través de la supervivencia. Si utilizamos el verbo sobrevivir nos estamos refiriendo a una situación llevada al extremo en su sentido más físico: el cuerpo está siempre a punto de dejar de aguantar, la pobreza es extrema y los recursos para llevarse un bocado al estómago no son nobles a los ojos, por ejemplo, de un aristócrata. Gómez Morel, como antes hizo Chukri, nos recuerda que estamos bailando sobre la armonía de los números y que desconocer la existencia de la pobreza nos convierte en mortales estúpidos. Existen los niños para los cuales la infancia no es la búsqueda de un tesoro. Pablo Neruda calificó El río como un clásico de la miseria, que es algo que bien podría aplicarse también a la obra del autor tangerino. Cualquier otro planteamiento vital que no sea un cobijo para dormir y un mendrugo en la boca, es un lujo: el amor, la felicidad, la autonomía, la amistad. La vida del niño Gómez Morel es tan miserable, que cree encontrar libertad en el río Mapocho, entre otros muchachos de la calle, huyendo así de la vida que le ofrece su madre.

Esta obra es una alerta para explicarnos que todavía es necesario reclamar dignificación y solidaridad, que lo primero que debemos hacer es comprender: «La misión del Escritor —el verdadero— consiste en indicar, con coraje y claridad, cuándo el Hombre se equivoca y cuándo acierta, cuándo la convención debe ser remplazada por la autenticidad», así lo expone el propio autor en el prólogo. Luego comenzaremos una lectura en la que ha de regresar a la infancia y juventud, volviendo a convertirse en quien fue, en el niño que no entiende y se somete a un aprendizaje cruel. El mérito de esta voz es que no narra como si todo aquello hubiera quedado atrás, sino como si lo estuviera reviviendo. Es así como nos enfrentamos al tema del valor de vivir, teniendo en cuenta aquí toda la polisemia del sustantivo valor: utilidad, aptitud y cualidad. Y para ello nos lleva de la mano del crío a un camino que no cesará de cuestionarnos si no estamos hablando de autodestrucción: «No dábamos ninguna importancia al peligro», confiesa. Así bregan él y sus compañeros del río, que como él pasarán muchas temporadas en la cárcel: Del Puente hacia arriba, empezaba nuestra lucha, y era sin cuartel. «Del Puente hacia abajo, empezaba nuestra libertad, y era sin medida».

«”¿Qué diría el Río…?” En esta pregunta estaba encerrada toda una manera de ver la vida, la filosofía del hampa». Pero la del autor no se limita a la exposición de hechos, de sucesos, de atrevimientos, entre los cuales no podría faltar la hambruna sexual, pues lo que también consigue transmitir son las sensaciones. Da reparo hablar de educación sentimental, que es de lo que se trata, porque la expresión queda demasiado afectada y, en consecuencia, incómoda. Gómez Morel va mucho más allá, al territorio que ya exploró Chukri, y lo hace con una tensión demoledora, sin esconder nada, como nos advierte al principio de la obra: «Mis dudas, la poca solidez de mis propósitos, mi amor a la vida fácil, la pereza en que viví por más de treinta años, mi inclinación a la bebida, la desesperante fiebre erótica que me corroe, el desprecio que por mucho tiempo sentí hacia todos los valores, mi afán de huirle a la verdad —o de aprovecharla con fines ocultos— y el violento líder que llevo en el alma desde que fuera aceptado definitivamente por el grupo delictual son mi batalla de cada día y creo que poco a poco voy venciéndolos». Estamos frente a uno de los grandes libros del año, una recuperación necesaria que nos vuelve a cuestionar cuál es mejor fin de la literatura.


Fuente: Zenda

miércoles, 18 de diciembre de 2024

CUENTOS COMPLETOS de JOSEPH ROTH

 

Cuentos completos

Joseph Roth

Traducción de Alberto Gordo

Páginas de espuma

Madrid, 2024

380 páginas


 


La victoria consiste en seguir vivos, pero eso no evita que uno piense, con frecuencia: voy a rebelarme, tengo que rebelarme, no puedo consentir que me sigan machacando, tengo que luchar. Ese carácter está detrás de buena parte de la obra de Joseph Roth (Brody, imperio austrohúngaro, 1894 – París, 1939), que se reproduce en esta recopilación de cuentos que edita Páginas de espuma. Cabe decir que durante la lectura uno tiene la impresión de estar leyendo la obra breve de alguien que tiene la cabeza configurada para escribir novelas. De hecho, los primeros relatos dan la sensación de ser proyectos de algo más largo, apuntes sobre los que edificar, dado que en pocas páginas trata de abarcar la biografía entera de un personaje. Y ya sabemos que si en esta biografía hay conflicto, existe ese tengo que rebelarme, el juego literario puede extenderse. Pero a medida que avanzamos nos damos cuenta de cómo se va forjando la esencia de una obra breve, hasta tener una consistencia potente, como sucede en la pieza más famosa del volumen, La leyenda del santo bebedor, la historia de ese vagabundo cuyo alcoholismo no le permite conseguir devolver una deuda.

Lo que no cesa desde el principio es su interés por seres que podrían aparecer en cualquier lugar de las ciudades, construcciones propias de alguien cuya principal cualidad es la observación. El realismo que impone Roth a su obra es el realismo que retrata la infelicidad; la imaginación, que es mucha, de nuestro autor está a disposición de explicarnos todo lo que cuesta vivir. Para ello se va deteniendo en las facetas de la vida y en los trozos de vida en que esta cambia, aunque a nosotros nos encierra en esos cambios, en esa gestión de la infelicidad. Lo que le importa es el retrato y, de hecho, hasta las descripciones físicas están elaboradas en función del perfil psicológico del personaje, indicen en él, nos explica un carácter.

Pero los valores de este volumen no se quedan ahí. Nos descubre un mundo, el de la Europa central de principios del siglo XX, tan condicionado por la Primera Guerra Mundial, en el que sucede el aprendizaje que a él le marcará como creador, que se asemeja al que expone uno de sus personajes en El triunfo de la belleza: «Un demente no es peligroso porque pueda amenazar físicamente a su entorno normal, sino porque destruye poco a poco la cordura de ese entorno. En este mundo, la locura es mucho más fuerte que el sentido común, la maldad es más poderosa que la bondad». Ese es el ambiente, esa es la atmósfera en la que Roth, fiel a su estilo directo y sencillo, no se entretiene, sino que nos deja respirarla a partir de los sucesos. El lirismo se deduce, no se enuncia. Pero estos tienen lugar en un momento clave, en unas circunstancias que nos dejan incapacitados para descubrir o intuir el futuro. Estos tienen lugar dentro de «los caprichos antinaturales de la historia universal». En esa brega contra la naturaleza de la historia se hallan los que van o regresan de la guerra, las mujeres que se sienten solas, los vagabundos y los rechazados. El volumen lo cierran tres piezas de no ficción, una carta y dos artículos, en los que el propio Roth da cuenta de su intención literaria de retratar su época.

Leer este volumen nos ayuda a entender mejor al genio que escribió La marcha Radetzky o Job. Y también a reflexionar acerca de lo que significó para la gente esa época clave en nuestra historia, de la que hemos heredado buena parte de lo que nos construye.

 

Fuente: Zenda

martes, 17 de diciembre de 2024

LA INDIVIDUALIDAD COMO MOTOR OCULTO DE LA HISTORIA

 

La individualidad como motor oculto de la historia

Fernando del Castillo

Comba

Barcelona, 2024

212 páginas



 

Las mejores obras de arte son fruto del talento de una persona, pero también de la acumulación de sensibilidad entre los humanos. Miguel Ángel escupió La Piedad, Shakespeare escribió Macbeth, Velázquez pintó Las Meninas, detrás del diseño del Taj Mahal tuvo que haber un arquitecto, y las nueve sinfonías de Beethoven sigue siendo el mejor refugio para la belleza. De acuerdo, pero la humanidad, o algún ingeniero o un loco, también ha creado las bombas nucleares y las bombas de racimo, la tensión económica, la contaminación o el odio entre hermanos. Parece claro que todo esto se debe a un cerebro que no cesa de evolucionar, la pregunta es saber hacia dónde. En cualquier caso, la cuestión es lo bastante sugerente como para que alguien, en este caso el médico y ensayista Fernando del Castillo (Salamanca, 1945), se plantee una cuestión que contiene espíritu de tesis doctoral combinado con ánimo de investigación divulgativa: ¿puede ayudarnos la neurociencia a entender la evolución de la sensibilidad y el pensamiento?: «Y ésa es nuestra propuesta: el cerebro individual —o mínimamente grupal— es el motor de la historia de los seres humanos».

El autor parte del hecho de que el cerebro es un órgano evolutivo y en evolución, que el sistema nervioso no está estancado. Y para demostrarlo elige las representaciones artísticas, analizando someramente los paradigmas de la escultura, la pintura o el teatro en distintos momentos de la historia: «El seguimiento del yo en la historia, su evolución y manifestaciones en cada uno de los tiempos históricos, es el motivo principal de nuestro trabajo». No es tan sencillo demostrar que la evolución del arte y de la filosofía está relacionada con un proceso de madurez mental del individuo, pues habría que desgajarlo del contenido social que afecta, claro está, a la formación del pensamiento. Esto lo sabe bien el autor, que al margen del análisis a favor de su tesis afronta el tema desde una perspectiva psicológica y antropológica, en la que incluye a la religión, a la evolución de las implantaciones religiosas, además de a la teología. En lo referente a las expresiones artísticas, los referentes que le sirven de sustrato son autores como Gombrich, Hauser o Panofsky, sobre los que debate con frecuencia para estudiar la expresividad, el simbolismo, la iconografía o el naturalismo. Y a partir de ahí tratar de definir qué es la madurez y si esta responde a una madurez neurológica: «Mi opinión, muy contraria al maestro (se refiere a Gombrich), es que la individualización no se adquiere plenamente en un momento histórico determinado, sino que es un proceso continuado de perfeccionamiento mental, de manera que cada periodo histórico tiene su propia concepción del yo». El yo, ese yo, es lo que da lugar al debate que él plantea, acudiendo, de vez en cuando a pensadores y teólogos, sin distinguir entre unos y otros.

La intención del libro no es tanto demostrar una tesis, que posiblemente precisara de un análisis más complejo en el que participaran más autores, dado el interés que puede suscitar, como iniciar una nueva vía de estudio. Lo que consigue, con éxito, es intrigarnos y hacernos sospechar que faltan muchas cosas por decir, que hay un territorio que todavía nos puede regalar alguna sorpresa. Y no se nos ocurre un motivo mejor para afrontar la lectura de un ensayo.

viernes, 13 de diciembre de 2024

¿QUIÉN LO CUIDA?

 

¿Quién lo cuida?

Joan C. Tronto

Traducción de Jean-François Silvente

Rayo Verde

Barcelona,

134 páginas

 



 Pensamos que la revolución sucede mientras miramos las estrellas, pero el suelo está lleno de hoyos en los que tropezar, lo cual nos obliga a prestar atención a nuestros pasos. Esta llamada de atención está presente en este libro, cuyo subtítulo, Cómo remodelar la política democrática, nos sujeta a la tierra. Se trata de hacer algo posible, no de cambiar del todo el planeta. Y la propuesta de Joan C, Tronto (Minnesota, 1952) parte de un neologismo, concuidado, que es sencillo de entender, pero del que debemos tomar conciencia, pues una de las partes, la de la política con minúsculas, atañe a la convivencia y eso supone que es posible. La otra, la de la Política con mayúsculas, depende de otros cambios, sobre todo el económico.

El libro es un opúsculo directo en el que se enfrenta a la democracia del mercado contra la democracia del cuidado, es decir, a lo que llamamos realidad por imperativo frente a lo que consideramos ideología. Lo cual supone tanto como que tengamos que elegir entre la estupidez y la belleza. Porque esa realidad también se construye. Y se puede construir con el concuidado, que es solidaridad. De hecho, Tronto identifica esta palabra, solidaridad, con democracia, reclamando que ambas suponen construir una ciudadanía inclusiva de verdad. «El cuidado siempre está impregnado de poder. Y eso lo convierte en un asunto profundamente político». Política es la construcción de la polis, que es el espacio donde convivimos, con todas sus estructuras y ramificaciones, con su aspecto y su sustancia. ¿Por qué es necesario el cuidado? «En esencia, el cuidado se basa en la desigualdad. ¿Cómo podemos transformar algo tan desigual en algo basado en la igualdad?», se pregunta. Y propone una actuación en cuatro fases: identificar necesidades, aceptar la responsabilidad, aprender a sobrellevar el cuidado en circunstancias adversas y analizar la situación y los recursos asignados para mejorarla.

La mayor traba que estudia es la supeditación a una economía de mercado, que tomamos como única posibilidad real, mientras que crea grandes desigualdades y reduce, por tanto, el significado de concuidar: «Con el paso del tiempo, la democracia de mercado crea una jerarquía antidemocrática y despreocupada por el cuidado entre los ciudadanos. El recurso más importante para el cuidado es el tiempo. Por desgracia, no todo el mundo dispone de él del mismo modo. Los profesionales trabajan muchas horas, pero también los pluriempleados que cobran un salario mínimo. Los trabajos mal pagados van acompañados de menos beneficios, menos días por enfermedad y menos días de libre disposición. Aunque el trabajador profesional disponga de poco tiempo, cuenta con más recursos para atender sus necesidades asistenciales». Para que la propuesta de Tronto sea posible, hay que construir un sentido de propósito común, una comunidad, tal vez una tribu: «Tenemos que dejar de creer que “el mercado” satisfará todas las necesidades asistenciales (…). Los ciudadanos democráticos tienen que preocuparse lo suficiente “por” el cuidado para comenzar a cuidar “del” cuidado. Tenemos que exigir que las responsabilidades asistenciales se reasignen de conformidad con nuestros otros valores, tales como la igualdad y la libertad». Este texto deberíamos colocarlo a la cabecera de nuestras camas, junto al calendario laboral, pegado a la pantalla de la tele, para tenerlo siempre en cuenta, porque nos recuerda que la democracia debería ser un sistema de respaldo humano, cuya principal virtud es la solidaridad.

jueves, 12 de diciembre de 2024

LAS HIJAS DEL CAZADOR DE OSOS

 

Las hijas del cazador de osos

Anneli Jordahl

Traducción de Petronella Zetterlund

Siruela

Madrid, 2024

327 páginas



 

Revisitar el mito del buen salvaje se hace necesario en un momento en que ya es imposible que exista. No hay rincón del planeta sin explorar, fuera de las profundidades del océano. Hay gente que vive apartada, eso sí, en alguna duna del Sáhara o en algún valle del Himalaya, allí donde no llega, ni llegará en mucho tiempo, el turismo. Pero lo del buen salvaje pertenece a la mitología, es ficción y como ficción proyecta nuestros deseos en lo que estamos creando. Eso sí, existe la posibilidad de pensar que hay una especie de buenos salvajes entre nosotros, los que huyen de la ciudad, que es el máximo exponente de la civilización, pero no para ir a los pueblos, que se pueden alcanzar gracias al segundo máximo exponente de la civilización que son las carreteras. Estos huyen para intentar esconderse, un intento que se verá constantemente frustrado porque es imposible evitar el encuentro social. A uno se le viene a la cabeza la película Capitán Fantastic, por ejemplo, reivindicativa, loca y romántica. Pero en caso de que esta situación sucediera, la realidad podría empujar a la familia a transformarse en algo mucho más feo.

Eso es lo que sucede a las siete hijas huérfanas que protagonizan esta novela. Siete personajes criados en el bosque, nos remite claramente a los cuentos de hadas, pero debemos decir, antes de seguir adelante, que estos contenían, por debajo de la historia, un sustrato siniestro: niños abandonados, secuestros, seres miserables y oscuros, entorno ingobernable, etc. El bosque será hermoso, pero no carece de peligros. Y no todos provienen del entorno: nuestras siete protagonistas son alcohólicas por necesidad, por refugio, porque de alguna manera tienen que adaptarse a lo más rudo y convertirse ellas en mujeres durísimas. Eso es, al menos, como lo entiende la narradora, una etnóloga aficionada que al conocerlas decide investigar para escribir sobre ellas. Y así nos da cuenta de una familia en la que las relaciones no son solo primarias, sino incluso primitivas. Y también de algo que utilizando un eufemismo llamaríamos choque cultural, el que se produce en cada encuentro que ellas tienen con la otra gente, con los civilizados, y la incomprensión consecuente.

Obligadas a madurar a marchas forzadas, tras la desaparición de un padre y una madre que eran unos energúmenos, se nos presentan siete tragedias, una por cada hija, que suceden como consecuencia de apartarse de la sociedad, pero, sobre todo, de apartarse del dinero, es decir, de la pobreza. El libro apunta trazas potentes, contiene muchas posibilidades de atrapar al lector, de enganchar por los temas traídos. Si cabe ponerle algún reparo, es el estilo funcional, seco, que no parece ser el más acertado para relatar esta historia, aunque este apunte bien puede ser orgullo de lector. En cualquier caso, es un relato de iniciación en el que las protagonistas se ven obligadas a conocer un mundo en el que demasiadas cosas no deberían existir, viniendo de otro mundo que no es ningún lugar hermoso. Aunque solo sea por ese planteamiento, merece la pena echar un vistazo a esta novela.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

SI LOS ANIMALES PUDIERAN HABLAR

 

Si los animales pudieran hablar

James Herriot

Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria

Blackie Books

Barcelona, 2024

303 páginas

 

 


Son muy pocos, pero existen: hay libros buenos en el mismo sentido en que hay buenas personas. Eso es lo que sucede con la obra de James Herriot (Sunderland, 1916 – Thirsk, 1995), que ahora está recuperando, en varios volúmenes la editorial Blackie Books. Si los animales pudieran hablar es la continuación de Todas las criaturas grandes y pequeñas, título que al lector le puede resultar familiar, pues una famosa serie de televisión se basa en esta obra. Herriot recoge anécdotas de su vida como veterinario rural en el condado de York, una vida que sucede hace décadas, cuando los días estaban sometidos a los ciclos agrarios y el sol y la lluvia decidían que aspecto tendría la tierra. Cada capítulo, que no es muy extenso, funciona con la autonomía de una fábula, pero sin otra enseñanza moral que no sea la de mostrarnos que el tono constante que mantienen va construyendo una vida que, si bien puede no ser la que nos gustaría vivir, lo que es seguro es que nos gustaría vivirla con esa intensidad y ese saber estar. De ahí que Herriot escriba con un lenguaje que nos llega diciéndonos que yo soy uno más de nosotros, como lo es el lector. La vida que merece la pena, parece querer decirnos, es la que resulta de ir cosiendo las pequeñas satisfacciones, en las que se incluyen los momentos apurados de los que, finalmente, pudimos salir más o menos airosos. Si el arte está en la mirada del espectador, el arte de vivir está dentro de nuestro cuerpo, en algún lugar que, a falta de un término mejor, llamaremos alma.

Estos muy entretenidos episodios transmiten el valor de una vida sana y sincera, algo que nos resulta complicado de hallar si levantamos la mirada y observamos a nuestro alrededor: dentro de los ordenadores, dentro de internet, uno no puedo gozar de una sensación de ser libre semejante a esta. Lo que se nos muestra, es que la mejor aspiración que podemos tener es la de convertirnos en un ser sensible que va aprendiendo a relacionarse con la gente y con el planeta. De hecho, al tratarse de una obra extensa, consuela saber que esa impresión, que nosotros podemos tener muy de vez en cuando, se extiende a lo largo de todos los días, que es posible vivir como nos gustaría vivir. Y esa vida contiene lo mejor de las dos vidas tradicionales a las que aspiramos: Herriot escribe mostrándonos una vida de acción, aunque no se trate de acciones propias de Hércules o Ulises, pero que tienen la consistencia de una vida contemplativa. Es posible actuar y sentir a la vez; ser un gran hombre no supoen hacer cosas célebres o brutales, ser un gran hombre significa entender que los demás tienen debilidades y virtudes. Es casi inevitable mencionar que esta obra antecede a los libros de Gerald Durrell, con quien comparte la intención de transmitir que cualquier error es perdonable, en lugar de hacernos creer en la maldad. Aunque también nos remite a la serie Doctor en Alaska, donde el cosmos posee sus propias reglas y las cualidades humanas se van moldeando. E incluso por momentos nos hace recordar los cuadros de Millet, donde la siega y el sudor entrañan cierta calma. En definitiva, estamos ante una mirada tierna colmada de comprensión, ante un espíritu con el punto exacto de alegría que nos muestra que vivir es una carrera de fondo, ante una obra amable, grata y divertida. Estamos frente a uno de esos libros que nos hacen felices. Y ese es un gran valor literario.

 

Fuente: Zenda

martes, 10 de diciembre de 2024

UN PASEO POR LA PRAGA DE KAFKA

Un paseo por la Praga de Kafka

Alberto Gil

Reino de Cordelia

Madrid, 2024

229 páginas

 



Alto, flaco y con orejas puntiagudas, casi se podría decir que con el tipo de un elfo oscuro, este tipo, Franz Kafka, nos reveló que la revolución de la literatura vendría de la personalidad del autor, que se aloja en todos y cada uno de los estratos del cerebro. El siglo XX comenzó con una serie de autores jugando con el lenguaje, a ver quién hacía la frase más curiosa, más densa, más larga (incluso sin comas ni puntos), más bonita, con más sentidos. Hasta que llegó Kafka y dijo que la literatura no son solo palabras y juegos de palabras, que la literatura es bregar con los monstruos propios y con los monstruos sociales, y además hacerlo con un sentido del humor muy particular, uno que nos puede llevar hasta el aturdimiento. En realidad, Kafka lo que hizo fue liberarnos de escuelas y modas, de corrientes literarias y estilos funcionales, para indicar que el autor que pretenda aportar algo nuevo, lo mejor que puede hacer es aportarse a sí mismo. Kafka descubrió a Kafka.

Su leyenda llega a tal punto que Alberto Gil no es el primer lector que se embarca en un viaje a Praga para indagar por ahí qué es lo que la ciudad pudo aportar a la mente de nuestro autor. Praga, por su parte, se ha convertido, sobre todo en épocas de buen tiempo, en una ciudad muy turística, casi un parque temático para enamorados. Aun así, ¿sería posible reconocer a Kafka mientras nos movemos por sus calles? Si intentamos reproducir su vida, viviendo la única parte que nos resulta posible revivir, a lo mejor entendemos un poco mejor al escritor. Con este propósito Alberto Gil elabora un delicioso libro sobre la ciudad y el autor. Estamos frente a una combinación de guía y biografía elaborada con gran acierto a la hora de compensar las miradas hacia la ciudad con las vivencias del personaje. El equilibrio que Gil consigue es complejo, pero nos lo traslada con tal sencillez que se nos antoja una lectura de lo más natural, una lectura fácil que se va haciendo más y más interesante a medida que avanzamos en ella. Hay admiración, sí, tanto hacia Praga como hacia Kafka, pero jamás se sale de la justa medida: en una obra en la que uno estaría tentado a caer en hipérboles, Gil sabe contenerse, sabe ser grato y agradecido a un tiempo.

Como invitación a releer al autor y a volver a visitar la ciudad, funciona perfectamente. Pero sobre todo funciona a la hora de expresar que hay un vínculo entre ellos, y que ese vínculo se puede ir resolviendo, pero va a ser complicado que lo hagamos del todo, porque lo que más nos apetece es dejarlo en el misterio, dejar que se imponga la leyenda: lo que más nos atrae no nos atrae por motivos racionales, nos atrae porque por más que pensemos en ello, seguiremos siempre con ganas de volver a indagar.

La edición que Reino de Cordelia ha elaborado de este texto es un cuidadísimo libro ilustrado, una de esas piezas con las que de vez en cuando nos invita a comprar ejemplares para regalar a los amigos, sabiendo que el regalo será un éxito. Queremos dar la bienvenida a este volumen, que esperamos pase a formar parte de los fondos de cualquier biblioteca personal.


domingo, 8 de diciembre de 2024

FLOTAR, PUDE

 

Flotar, pude

Gabriela Ponce Padilla

Candaya

Barcelona, 2024

136 páginas

 



La familia puede ser, también, un cuento de terror. Cualquiera ha podido pasar por una etapa en la que hubiera condenado a la hoguera a su propia madre sin sentir ningún tipo de remordimiento. Al fin y al cabo, sabemos quién es cuando está junto a nosotros, pero desconocemos lo que puede ser fuera de ese ambiente. Dicen los psicoanalistas que las madrastras y las brujas de los cuentos de hadas sirven para que el niño sublime la parte más oscura de la madre, la que le atora de miedos de vez en cuando. Por ahí circulan, además, los hermanastros, que son la negación de la hermandad que se supone debe existir entre los miembros de una familia, o al menos de ese modelo de familia que se impone en el catolicismo más rancio o en las películas de Disney. Así pues, un relato que cambie los parámetros convencionales, los de ciertas religiones y ciertas películas, se nos antoja una narración de terror, aunque podamos reconocer que hay más sinceridad en ellos que en la doctrina de unos y el dulce de los otros.

Eso sucede con este conjunto de cuentos de Gabriela Ponce Padilla (Quito, 1977), que nos transmite cierta decadencia, aunque sea un tipo de decadencia que ya vivimos hace un par de décadas: la agresividad sorprendente entre miembros de una familia, el VIH, las drogas, las amenazas económicas, etc. El centro de interés es la familia, pero no es el único que atraviesa las historias, porque la presencia del dolor y de su hermano siamés, el miedo, es constante. Y refleja más daño en los narradores, que todos se expresan en primera persona, cuanto más se aproximan a las madres. Ponce Padilla crea más cuentos de situación que cuentos de tramas, momentos en que se refleja la inmadurez de los personajes, que es casi necesaria en esa etapa del crecimiento. Es gente que no entiende a qué se debe lo que están viviendo, y esa incapacidad para comprender es el detonante de la situación que, por utilizar algún eufemismo, calificaremos de desagradable, de incómoda. Pero no huyen de ese lugar y de ese momento, ni tampoco lo enfrentan: más bien se diría que lo sobrenadan. En buena medida, la prosa de Ponce Padilla está al servicio de mostrarnos las sensaciones que saturan esos instantes, esas desgracias que no tienen otra utilidad que la de rompernos. En estos cuentos, la normalidad está de luto, las vidas son feas y a los narradores les gustaría poner las cosas en su sitio. Pero eso supondría que existe un sitio donde la vida es normal, cuando lo normal es que la suerte nos la hagamos, dentro de un destino del que no somos dueños.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

PAN

 

Pan

Knut Hamsun

Traducción de Kristi Baggethun y Asunción Lorenzo

Nórdica

Madrid, 2024

145 páginas

 

 


Al inicio de esta novela, Knut Hansum (Lomnel Gudbrandsdal, 1859 – Grimstad, 1952) nos presenta a un personaje que representa buena parte de lo que queremos ser en ocasiones de crisis: aquel que hace de la soledad un beneficio buscado, aquel que la transforma en solitud. El cazador nórdico que vive en los bosques, en compañía de su fiel perro Esopo, tiene mucho de Robinson, pero también de Tarzán y, buscando paralelismos por todos lados, hasta de Henry David Thoreau: «Bueno, yo no mataba por matar, mataba para vivir. Ese día me hacía falta solo un urogallo, por eso no maté dos, sino que dejé el otro para el día siguiente. ¿Por qué iba a matar más? Yo vivía en el bosque, era hijo del bosque». Esa soledad se verá interrumpida, pero en su discurso querrá retornar a la calma que ella supone en cualquier situación: «Me alegro de estar solo, de que nadie pueda verme los ojos», dice más avanzada la obra. La naturaleza y la lealtad de su animal de compañía son garantes de equilibrio. Pero el equilibrio es algo que uno debe mantener, no viene solo.

Un día aparece en la vida de nuestro cazador la ternura y el deseo sexual. A partir de entonces, presa de la debilidad que no sabemos si debemos permitirnos, el protagonista balbucea vitalmente, duda sobre su propia identidad, como si no supiera si es ese cazador duro y autosuficiente, o el ser que desea, el que se enamora. Él es un tipo de mediana edad, ella una joven de veinte años que aparenta quince, y que al igual que él, pero en un terreno más social, no parece entregarse a nada ni a nadie, no parece tener cuentas que rendir. Y esta libertad aparente hacen de ella un ser mucho más atractivo. ¿Será posible que seamos incapaces de reconciliar dos formas diferentes de belleza? Esa dificultad lleva al protagonista a convivir con otros humanos, momentos que aprovecha Hansum para crear un ambiente coral, una serie de encuentros con gente de mentalidad mundana que sustituyen a los ruidos y los silencios del bosque. A partir de entonces, el autor construye una novela que contiene la tensión de muchas obras clásicas del romanticismo, de todas aquellas que versan sobre los amores imposibles: «La segunda noche de hierro: el mismo silencio y el tiempo templado. Mi alma medita». Más adelante nos presenta actitudes propias de quien sufre mal de amores: «¿Por qué mirar tanto tiempo el fuego?».

Pan es una obra que nos muestra lo que supone que alguien te arranque de tu ecosistema. Lo grave es que la tragedia sucede porque somos débiles, si es que enamorarse, caer en un amor imposible, es una debilidad. En este caso, eso parece. Y, por tanto, lo que se anuncia todo el rato es tragedia. La novela comienza con belleza, mientras paseamos por el bosque, y se va internando en las circunvoluciones del alma cuando el alma no está tranquila. De hecho, nos dice que seremos capaces de los actos más terribles, pensando que son actos de amor, porque la confusión nos supera, dará buena cuenta de nosotros. La obra está repleta de simbolismos, desde los contrastes entre los medioambientes hasta las estaciones del año —se conocen y enamoran en primavera y la relación toca a su fin en otoño—, como sucede en buena parte de la literatura romántica. La editorial Nórdica continúa recuperando la obra del Premio Nobel Sueco que, confesó, sentía especial admiración por Dostoievski, y al igual que el ruso le obsesionaba que el alma humana no fuera capaz de soportar los inevitables tormentos que supone querer y ser querido, aborrecer y ser aborrecido.


Fuente: Zenda