Donantes de sueño
Karen Russell
Traducción de Rubén Martín
Giráldez
Sexto Piso
Madrid, 2023
172 páginas
«—Mira, si te quedas dormida tienes que intentar mantenerte
despierta dentro del sueño.»
La idea es terrible,
porque supone esforzarse por controlar lo incontrolable. No sólo eso, sino que
supone intentar controlar lo que al no estar bajo las guías de nuestra voluntad
nos facilita el descanso. El único órgano de nuestro cuerpo que necesita dormir
es el cerebro y para evitar tener la pesadilla, que en esta novela se propaga
como un contagio provocado, hay que mantenerlo con la misma actividad que
mantiene durante la vigilia. Y es la vigilia lo que causa la enfermedad, no la
pesadilla. Es decir, la cura puede matar.
Estamos en un país, o más
bien un territorio en expansión, pues el mal va atañendo a más y más planeta,
reo de nocturnidad. La gente está dejando de dormir. La obra comienza con un
plano general de la situación, para luego hablarnos a través de una de las
protagonistas, una mujer que capta a donantes de sueño, a personas que todavía
poseen ese don, y que pueden compartirlo. Se dona el sueño como se puede donar
la sangre. El hecho de que alguien acepte donarlo no es baladí: supone un
precio, supone perder parte del don. Así pues, nuestra narradora recurre al chantaje
afectivo, que es una estrategia terrible, pues atañe a provocar sentido de culpa.
Su hermana tuvo una muerte horrible a causa del mal y a ella no le duelen
prendas a la hora de divulgarlo casa a casa, dormitorio a dormitorio. Este chantaje
no es ético, pero ella no puede percibir el valor moral del mismo, pues el
fantasma es demasiado potente, pesa mucho sobre su ánimo, lo bastante como para
considerar que al invocarlo está, a su vez, haciendo lo mejor para los demás.
«Me da miedo que hasta mi deseo de actuar con buena fe se me
desmande y se convierta en mal»,
comentará.
Es consciente de que
trabaja para intentar reparar una enfermedad que afecta a las personas una a
una, aunque se extienda como una epidemia, y que lo hace en el momento en que
somos más vulnerables. Lo que ella propone, lo que propone la organización para
la que trabaja, va resultando tan acogedor como el opio. De hecho, hay varias
referencias a las flores y uno sospecha que se trata mayormente de amapolas. Cualquier
droga es mejor que lo que causa no dormir. Lo que sucederá es que irán
surgiendo los mismos problemas que pueden brotar en cualquier caso de tráfico,
como por ejemplo en el tráfico de órganos, situaciones en las que los que
carecen de valores éticos encuentran cómo aprovechar para enriquecerse. Y eso
dará pie a las dudas éticas y emocionales con las que nos quedaremos al cerrar el
libro.
Esta obra funciona como
un cuento largo, es redonda, distópica, incómoda. Al bordear el sueño apunta al
surrealismo, pero se mueve en el filo de la realidad, no la abandona, pues no
deja de tratar con la condición humana y los registros que, en otra medida, nos
encontramos a diario: los que nos hacen sentir mal, los que apelan a la culpa,
los que denuncian la inhumanidad. Está narrada con pulso firme y una estructura
depurada, siguiendo las fórmulas que se aprenden en los talleres de creación
literaria. Pero el talento está en el acierto con que elige el tema, el balance
de la ética de los protagonistas, ligado a uno de esos terrores que nos resulta
más fácil sentir, que es el de perder el sueño. Hay dos figuras que representan
el bien y el mal, casi sin querer, como el donante que transmite la pesadilla y
la bebé que facilita el sueño. Los demás están moviendo la balanza.
Fuente: Zenda