miércoles, 28 de junio de 2023

DONANTES DE SUEÑO

 

Donantes de sueño

Karen Russell

Traducción de Rubén Martín Giráldez

Sexto Piso

Madrid, 2023

172 páginas

 



«—Mira, si te quedas dormida tienes que intentar mantenerte despierta dentro del sueño.»

La idea es terrible, porque supone esforzarse por controlar lo incontrolable. No sólo eso, sino que supone intentar controlar lo que al no estar bajo las guías de nuestra voluntad nos facilita el descanso. El único órgano de nuestro cuerpo que necesita dormir es el cerebro y para evitar tener la pesadilla, que en esta novela se propaga como un contagio provocado, hay que mantenerlo con la misma actividad que mantiene durante la vigilia. Y es la vigilia lo que causa la enfermedad, no la pesadilla. Es decir, la cura puede matar.

Estamos en un país, o más bien un territorio en expansión, pues el mal va atañendo a más y más planeta, reo de nocturnidad. La gente está dejando de dormir. La obra comienza con un plano general de la situación, para luego hablarnos a través de una de las protagonistas, una mujer que capta a donantes de sueño, a personas que todavía poseen ese don, y que pueden compartirlo. Se dona el sueño como se puede donar la sangre. El hecho de que alguien acepte donarlo no es baladí: supone un precio, supone perder parte del don. Así pues, nuestra narradora recurre al chantaje afectivo, que es una estrategia terrible, pues atañe a provocar sentido de culpa. Su hermana tuvo una muerte horrible a causa del mal y a ella no le duelen prendas a la hora de divulgarlo casa a casa, dormitorio a dormitorio. Este chantaje no es ético, pero ella no puede percibir el valor moral del mismo, pues el fantasma es demasiado potente, pesa mucho sobre su ánimo, lo bastante como para considerar que al invocarlo está, a su vez, haciendo lo mejor para los demás.

«Me da miedo que hasta mi deseo de actuar con buena fe se me desmande y se convierta en mal», comentará.

Es consciente de que trabaja para intentar reparar una enfermedad que afecta a las personas una a una, aunque se extienda como una epidemia, y que lo hace en el momento en que somos más vulnerables. Lo que ella propone, lo que propone la organización para la que trabaja, va resultando tan acogedor como el opio. De hecho, hay varias referencias a las flores y uno sospecha que se trata mayormente de amapolas. Cualquier droga es mejor que lo que causa no dormir. Lo que sucederá es que irán surgiendo los mismos problemas que pueden brotar en cualquier caso de tráfico, como por ejemplo en el tráfico de órganos, situaciones en las que los que carecen de valores éticos encuentran cómo aprovechar para enriquecerse. Y eso dará pie a las dudas éticas y emocionales con las que nos quedaremos al cerrar el libro.

Esta obra funciona como un cuento largo, es redonda, distópica, incómoda. Al bordear el sueño apunta al surrealismo, pero se mueve en el filo de la realidad, no la abandona, pues no deja de tratar con la condición humana y los registros que, en otra medida, nos encontramos a diario: los que nos hacen sentir mal, los que apelan a la culpa, los que denuncian la inhumanidad. Está narrada con pulso firme y una estructura depurada, siguiendo las fórmulas que se aprenden en los talleres de creación literaria. Pero el talento está en el acierto con que elige el tema, el balance de la ética de los protagonistas, ligado a uno de esos terrores que nos resulta más fácil sentir, que es el de perder el sueño. Hay dos figuras que representan el bien y el mal, casi sin querer, como el donante que transmite la pesadilla y la bebé que facilita el sueño. Los demás están moviendo la balanza.


Fuente: Zenda

jueves, 22 de junio de 2023

HIDRÓGENO en CULTURAMAS

 

Hidrógeno

Ricardo Martínez Llorca

Lastura

Madrid, 2023

200 páginas

 



Por Suso Alonso

El infierno son los demás, dijo el sabio francés. La boutade tiene una fácil pregunta consecuente: entonces ¿qué es el cielo? O quiénes son el cielo, porque ese estado del alma tiene que tener su cara y su cruz, su luz y su sombra.

Una muchacha lo pasa mal, muy mal, y el origen en realidad no tiene tanto que ver con su deformación como con el sentido de culpa. Y no hablamos del propio, sino el heredado, el que ha mamado, el de los padres. Pero en este planeta hay buenos seres buenos que pueden ayudarte queriendo y sin querer. Esta es la base de esta novela que es, digámoslo sin más tardanza, una obra magnífica, deslumbrante, emocionante, divergente y que sería rara de no reconocerse su estructura y su fundamento.

Respecto a la estructura, estamos ante una novela de intriga. Como en las mejores novelas de detectives, hay un misterio que resolver, un misterio sin asesinato. ¿Qué es lo que ha ocasionado la maldición de la muchacha, esa cara marcada? A partir de ahí, la pareja de detectives improvisados va desgranando sus investigaciones, que en ocasiones llegan por casualidad. Antes que nada, debemos aclarar que la novela aparece narrada en primera persona del plural, seguramente en homenaje a El gran cuaderno, de Agota Kristoff, como se reconoce en algún momento del relato. Sin embargo, la voz se va desdoblando y los gemelos que narran, familiares de la muchacha, se turnan en la relación de las averiguaciones como si fueran, efectivamente, una única persona que se despliega y multiplica. El efecto está perfectamente conseguido y el lector reconocerá que da gusto enfrentarse a una voz valiente.

En lo tocante al fundamento, podemos hablar de una obra psicológica en el sentido en que sería psicológica una obra de Thomas Bernhard. No cabe asustarse. Martínez Llorca es muy consciente de que se dirige a todo lector y no escribe con la complejidad del intelectual austriaco. Pero al igual que en Bernhard, la psicología se deduce de las asociaciones que brotan a partir de un acto, de un gesto, de un movimiento.

La novela arranca en el momento en que los aviones se estrellan contra las Torres Gemelas. No es baladí. En casi todas las vidas hay un antes y un después de un acto así de potente. Toda acción empuja a una reacción. Y el malestar social que se generará en los tiempos posteriores, al menos en este país, decidirá también la suerte de nuestros protagonistas, a los que no nos quedar más remedio que ir queriendo más y más a medida que pasan las páginas.

Martínez Llorca nos ha acostumbrado a trabajar novelas sobre viajes y montañas, relatos de aventuras reales e imaginarios. Ahora entra en el mundo urbano y lo desmenuza sin olvidar que para retratar a una ciudad uno debe retratar no sólo sus miserias organizativas y políticas, sino también la característica más propia de la ciudad, en lo que afecta a los personajes, que es que la gente no se conoce.

Hidrógeno bien podría ser, en definitiva, la novela especial que todos los lectores esperan, un lugar donde las angustias se deben reconciliar con el afecto. Es una obra que le encantaría, sin duda, tanto a Dashiell Hammett como a William Faulkner.

lunes, 19 de junio de 2023

PONDRÉ MI OÍDO EN LA PIEDRA HASTA QUE HABLE

 

Pondré mi oído en la piedra hasta que hable

William Ospina

Literatura Random House

Barcelona, 2023

360 páginas

 

 


Faltaban un par de siglos para que se formulara la hipótesis de Gaia cuando Alexander von Humboldt nació destinado a recorrer el planeta portando, sin saberlo, esa inquietud. La Tierra es un sistema que funciona de forma holística, donde todo depende de todo para regular una calidad de vida en la que debería imponerse la armonía. Para imaginar y ser consciente de esta teoría hace falta ser muy sensible. La sensibilidad, qué otra cosa, recorre esta novela que ha ideado William Ospina (Herveo, Colombia, 1954) en la que todo el talento del autor está puesto en función de recorrer esa cualidad del alma del protagonista. Estamos frente al retrato de una de las personalidades que mejor ha sabido observar en la historia de la humanidad, escrito por uno de los autores que mejor sabe describir, cuando la descripción es emocional, en la literatura contemporánea. El punto fuerte de Ospina sigue siendo esa prosa lírica, densa, poética y acogedora, propia de alguien que, a su vez, es otro observador inquieto. Humboldt sentía con espíritu científico y pensaba que toda rama de la ciencia era un saber humanista; y Ospina observa con espíritu épico, pues no puede haber sino épica en los viajes de Humboldt: están diseñados para cambiar al hombre, pero el hombre que cambia en los viajes es el que está dispuesto a cambiar, el que sabe el significado de aprender, que no podemos aprender sin alterarnos.

La sensualidad está a la orden del día en esta obra en la que acompañamos, como un cámara acompaña al viajero en un documental, a Humboldt sobre todo por su gran viaje atravesando América Latina, siendo un joven sabio que ronda los treinta años. No hay diálogos que interrumpan este discurso aventurero, porque toda la redacción está diseñada desde la voz de un narrador que es muy consciente de intentar revivir, revitalizar, empatizar y compadecer uno de los episodios más dignos de la historia, cuando la civilización estaba a punto de empezar a liquidar a la naturaleza. Nuestro narrador sabe que hoy, esta fecha desde la que se embarca en la reproducción del viaje, hemos dado al traste con mucha belleza y considera que la percepción de paisajes, el contacto con las plantas y las flores o la visión de las aves forman partes de una moral mucho más sincera de la que podemos programar desde las ciudades. Hay, por tanto, una nostalgia por un ideal que está presente en cada frase. Y, mientras tanto, vamos conviviendo, pues ese es el verbo que facilita esta lectura, convivir, con un personaje que nos regala el concepto de entusiasmo tal y como lo entendían los antiguos griegos, que consideraba que era una inspiración que equivalía a tener a un dios dentro, como les sucede a los enamorados y a los poetas. Así pues, Humboldt no se cansará de descubrir belleza. Y nosotros con él, a través de las palabras que enlaza Ospina. La belleza será inacabable, porque es inacabable la sorpresa, la capacidad de sorprenderse que tenía Humboldt y que descubre el lector a través de la prosa de Ospina.

A medida que avancemos, iremos descubriendo que la geografía no es esa ciencia técnica y árida que supone enumerar ríos y montañas, que la cartografía no es un afán de mediciones de territorios, que lo que aprendimos en la escuela debería conllevar otros apellidos, menos académicos, que se identificaran con la sensación que nos transmite esta novela, que a la postre trata sobre la felicidad de vivir. Y nos recuerda que no debemos renunciar a nuestro mapa personal, que nuestro proyecto vital debería desarrollarse de manera natural, que no hace falta pedir explicaciones a un manzano preguntándole por qué da manzanas.


Fuente: Zenda

martes, 13 de junio de 2023

EL SIGNO DE LOS TIEMPOS

 

El signo de los tiempos

Oda Sakunosuke

Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cortés

Satori

Gijón, 2023

251 páginas

 



En buena medida, la literatura se sustenta más sobre lo probable que sobre lo posible. Es casi posible que nadie haya vivido una vida así, pero es probable que exista quien la padezca. La mayor diferencia entre un concepto y otro está en su modificación en cuanto se le añade el prefijo in: imposible frente a improbable. Lo que nos relata la ficción puede ser imposible, pero no se permite el luje de ser improbable. Ni siquiera en los relatos góticos o de ciencia ficción.

Las biografías que Oda Sakunosuke (Osaka, 1913 - Tokyo, 1949)  idea son existencias posibles, sin duda, y más en los tiempos que marca para que sucedan en los años cuarenta. Pero lo más doloroso, lo que más atañe al lector a la hora de ver sus emociones reflejadas en ellas, es que se trata de biografías probables. No parece que exista ninguna diferencia entre lo que nos relata y lo que debió conocer, aunque sea a través de los ojos, las voces y las experiencias de los otros. Algunos de los relatos recopilados son de una extensión suficiente como para considerarse novelas cortas, y en todos ellos está presente un costumbrismo que se refleja con serenidad, sin rencor, leyendo la calle y lo que acontece en la calle con fluidez y sin ánimo de encontrar odio. Aunque los hechos sean duros, los desencuentros y las relaciones ásperas y sin buena perspectiva, los personajes no hagan sino encontrar trabas para crecer y el amor parezca una utopía, pero que existe con la fuerza con que existen los deseos. Todos los seres que retratará poseerán un interés lo suficientemente denso como para prestarles atención: jugadores, escritores, geishas, soldados, etc.

Hablamos de gente que de vez en cuando parece ausentarse de sus propios días, y cuando quiere darse cuenta, comprueba que la vida ha sucedido, que la vida no aguarda como esperamos nosotros a que pase el próximo tren. A pesar de ello, no cesarán de preguntarse si allí donde están, en ese espacio y ese momento, ese sigue siendo su lugar. Las decisiones fluyen entre lo que creemos que somos y lo que la gente espera de nosotros, lo cual nos puede convertir en integrados o rebeldes. Sea cual sea el resultado, los destinos de los personajes no afectarán en nada al palpitar del mundo. Supervivientes y en buena medida vagabundos (algunos con más énfasis que otros, pero todos saltando por los días y las noches), expuestos a la muerte, incluso a la agonía, relacionándose con celos y ternura, adictos a lo que sea con tal de que ese placer se muestra como un escape, piezas que se mueven en un itinerario que no terminan de elegir, forman parte de un lumpen posbélico, es decir, de la tristeza. De sus encuentros, de los encuentros del lector con ellos, uno debería deducir en qué consiste la esencia de la vida. Pero parece que es imposible e improbable deducir nada.

El libro está planificado en orden cronológico, con lo que podemos atisbar el proceso de maduración creativa de Sakunosuke, que va incrementando sus recursos de estructura, de formulación, de composición, sin abandonar jamás la frescura de la juventud. Su estilo es natural y es humilde. Así es como mejor nos dará a conocer a estos seres que se mueven entre la nostalgia por la vida y el desapego por la vida. Hay algo grato, en esta tristeza, en esta pobreza que va relatando, y es el darse cuenta de que nuestro autor es capaz de ser realista sin atender a la emoción que movería el mundo de no existir el miedo, que es la ambición. Aunque sólo sea por eso, merece, y mucho, la pena leer este volumen.


Fuente: Zenda

 

viernes, 9 de junio de 2023

DESVÍO A TRIESTE

 

Desvío a Trieste

Javier Jiménez

Fórcola

Madrid, 2023

334 páginas

 



Placer es lo que le hace a uno darse cuenta de que no está muerto, y es algo que brota muy de vez en cuando. Si uno sabe dónde encontrarlo, lo mejor es salir en su búsqueda, pues más adelante apenas le quedará otra cosa que el recuerdo de los labios de la primera persona que besó y ver asomar el sol cada mañana. Uno tiene derecho a crear sus propios mitos, que le ayudarán a sentir placer, y hasta tiene derecho a intentar explicarlos, a pesar de que la razón puede liquidar parte del misterio que los sostiene. El mito, por definición, intenta explicar aquello que no puede aclarar la ciencia. En cualquier caso, si se pretende entrar a conversar con él, lo mejor es hacerlo a través de una declaración de amor. Este es el ejercicio que ejecuta Javier Jiménez (Madrid, 1970) en esta obra, Desvío a Trieste, en la que da fe de sus pasiones, de sus filias, con lo cual uno reconoce que dedicar los minutos a los odios y las fobias es una pérdida de tiempo.

El libro se sostiene sobre los viajes a Trieste, pero no tanto los protagonizados por el autor físicamente, que apenas aparecen mencionados, sino por los que le orientan hacia ese lugar, en un recorrido cultural. Iremos revisando historia, literatura, música, arte, espacios, iremos comulgando con personajes históricos y con conflictos, se nos describirá la vida de aquellos que dejaron registro y, por tanto, son a quienes nos resultará más sencillo conocer, son gente con algo de fama. La formación de Javier Jiménez será la alguien con intereses de erudición, teniendo a la erudición por una cultura elegante, pero que está al acceso de cualquier persona. Aunque la ilustración, pues hablamos de un autor ilustrado, tendrá cierto tono de impostación, dado que la memoria que salta al texto es una combinación de memorias prestadas: el libro está colmado de citas, la aparición de las comillas es una constante, y en ese sentido el mérito está en saber traerlas a colación sin interrumpir las reflexiones ni el interés. Al final del volumen, se nos entregará un índice onomástico de casi veinte páginas.

Aunque esta estrategia nos lleva a pensar, en ocasiones, si el autor no estará sustituyendo cultura por la cultura. Podríamos considerar que hay bastante de academia en las fuentes, que si se nos habla de historia o de mundo artístico, se nos está hablando de la historia oficial o del arte oficial, de aquello que aparece en los libros de texto, pero que Javier Jiménez maneja en profundidad y gestionando las asociaciones oportunamente. Sin duda ha leído muchas biografías y hagiografías, tantas como para llevarnos a pensar que nuestro autor vive el pasado como un deseo. Por utilizar la expresión de Magris de la que se sirve el propio Javier Jiménez, siente «nostalgia de pureza». En la educación sentimental del autor está muy presente eso que conocemos como sensibilidad estética, y que en este caso se traduce en escuchar a Debussy, pasear por el museo del Prado o leer a Mauricio Wiesenthal. Aunque las notas musicales, las lecturas y las miradas parecen no terminarse nunca. Estar enamorado de las sensaciones y emociones que estas experiencias le producen a uno supone, cómo no, un cierto narcisismo artístico del que el lector podrá aprovecharse con gratitud, si siente que este modelo de cultura comulga con el propio o que debería ser mucho más frecuente si se quiere que el mundo sea mejor. En caso contrario, coloca al autor en un lugar diferente y le llevará al lector a preguntarse algo así como: vale, tú allí y yo aquí, y ahora ¿qué? Porque Trieste debe ser, y ha debido ser algo más que Joyce y Svevo, que la ópera y la pinacoteca; Trieste también ha debido ser el barro que pisaban las criadas y los porqueros, sobre el que también nos gustaría tener noticia. Pero esa suele ser labor de novelistas más que de historiadores o de, como en este caso, filólogos de la cultura.

miércoles, 7 de junio de 2023

HIDRÓGENO

 


Hidrógeno

Ricardo Martínez Llorca

Lastura

 

«Hidrógeno» es una novela psicológica sobre el miedo a perder la cordura y contra los lugares comunes, que funciona como una novela negra narrada en primera persona del plural. El 11-S de 2001, a mediodía, una joven pasea solitaria por unas calles cubiertas de sol. La muchacha sufre por su deformación: media cara está cubierta por una mancha cuyo origen ningún médico ha sido capaz de descubrir. El atentado de las Torres Gemelas da pie a una reacción debido a la cual sus amigos, los gemelos que narran, se propondrán, casi sin darse cuenta, descubrir el origen del estigma de su amiga y resolver las dudas de identidad. Nada será lo que pareció durante tanto tiempo, como iremos descubriendo a través de encuentros que matizan culpas y redenciones en estos personajes, superados por sus errores. ¿Qué vínculos cruzados de amor y de amantes condicionarán la vida de los afectados? ¿Cuál es nuestra debilidad, esa de la que nos olvidamos cuando todo va bien, como nos olvidamos de la vida que la protagonista precisa hallar para reconstruirse?

 Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) ha sido profesor, ilustrador, traductor, y aficionado al alpinismo y a los viajes. Es autor de las obras de ficción «Tan alto el silencio» (finalista del Premio Tigre Juan), «El paisaje vacío» (Premio Jaén), «El carillón de los vientos», «Después de la nieve», «Cinturón de cobre», «Hijos de Caín», «Hasta la frontera de mi sueño», «Mi deuda con el paraíso» y «Atlas del camino blanco». En el terreno de no ficción ha publicado «Al otro lado de la luz», «El precio de ser pájaro», «Eva en los mundos», «Para huir», «Sueño y verdad», «El viento y la semilla» y «Luz en las grietas»(Premio Desnivel). Colabora en Zenda, FronteraD y Culturamas.

viernes, 2 de junio de 2023

UNA CARPA BAJO EL CIELO

 

Una carpa bajo el cielo

Liudmila Ulístskaya

Traducción de Yulia Dobrovólskaya y José María Muñoz Rovira

Automática

Madrid, 2023

750 páginas



 

El mundo cultural frente al poder, que es tanto como decir aquello que tiene rostro, imagen, voz, frente a una opresión que se parece a una entelequia, al aire, a la amenaza de los anónimos. Bajo esta atmósfera se construye esta gran novela, en la que Liudmila Ulítskaya (Urales, 1943) ha volcado toda la experiencia de lo vivido, de su biografía y de la de los que la han rodeado. Estamos en una URSS que va evolucionando, desde el principio del siglo XX hasta su última década, y la URSS será, eso sí, el Estado, el poder. Porque se nos enseñará a separar este concepto de otros que comparten con él geografía y población, como son patria o país: el primero mucho más emocional, y el segundo con tintes antropológicos, sociales, étnicos, culturales. De esta manera, iremos leyendo mientras no cesaremos de cuestionarnos si la historia contemporánea es la nuestra o es la oficial, es la de las personas o la de los libros.

Tres niños, con alma de artista, sufrirán acoso escolar, y así desde el inicio de sus vidas, y de la novela, sabremos que los protagonistas, y con ellos nosotros, están a la intemperie. Bajo esta presión sabremos que a la escuela uno acude para aprender lo real, la realidad, y a sobreponerse a ella, pero no a derrotarla. En la adolescencia tendrán un despertar sexual acompañado por el despertar a la literatura, y sabrán que la utilidad de ser rebelde es la de sentirse vivo. Su profesor, que educa fuera de lo formal, será un modelo vital. Al paso por la adolescencia se harán necesariamente independientes, saldrán al resto del mundo, y sufrirán aún más intemperie, topándose con eso que llamamos sistema, esos acuerdos impuestos y esa obediencia a una jerarquía que pasarán a tomar el lugar de los acosadores. Nuestros protagonistas, y con ellos la gente que les rodea, sus amigos, sus amores y sus desamores, siguen creciendo y siguen aprendiendo y descubriendo que es mucho lo que les falta por saber, sobre todo para aprender a disfrutar, que es un verbo imposible. Hacerse mayor duele. Uno se pregunta, ante tantas trabas, si de verdad es posible madurar. Y así llegamos a conocer que de entre todos los temas que atraviesan esta novela, que está construida con muchos estratos, quizás el más contundente sea la necesidad de aprender, es decir, la necesidad de crecer.

Nuestros personajes sufren el síndrome de Ulises sin abandonar su tierra: tristeza, baja autoestima, anhedonia, tensión, cefaleas, fatiga crónica. Están desolados. No se les permite vivir, a pesar de lo cual no cesan en el empeño. En lugar de felicidad, lo que existe es el deseo de ser feliz, con las consecuencias que esto supone y que se combate con pastillas de alprazolam. Buscan la amistad como única salida posible, como última justificación para concluir que merece la pena vivir, como estrategia que les permita entender que conservan la dignidad, que están derrotados, pero no domados. Su heroísmo consiste en intentar no perder el juicio, en un lugar que como organización, es decir, como Estado, ya perdió el suyo. Es URSS será una cárcel que va incrementando las versiones del horror a medida que van haciéndose mayores nuestros protagonistas.

Sin alardes formalistas, pero con una estructura compleja, atendiendo al pasado, del que se extrae el amor y el odio que uno precisa para transformar la emoción en literatura, Ulístkaya escribe una obra que se construye con mucha observación y con un sensato proceso de decantación. Es histórica, porque lo mismo que afecta a la historia afecta a los personajes, se entrelaza con ellos, les impone y genera conflicto. Y es realista, porque atiende a cuestiones como de dónde sale el dinero, de dónde emana el poder y la autoridad. Es coral y refleja una cartografía humana y temporal. Y es, sobre todo, muy vital.

 

 Fuente: Zenda