Pondré mi oído en la
piedra hasta que hable
William Ospina
Literatura Random House
Barcelona, 2023
360 páginas
Faltaban un par de siglos
para que se formulara la hipótesis de Gaia cuando Alexander von Humboldt nació
destinado a recorrer el planeta portando, sin saberlo, esa inquietud. La Tierra
es un sistema que funciona de forma holística, donde todo depende de todo para regular
una calidad de vida en la que debería imponerse la armonía. Para imaginar y ser
consciente de esta teoría hace falta ser muy sensible. La sensibilidad, qué
otra cosa, recorre esta novela que ha ideado William Ospina (Herveo, Colombia,
1954) en la que todo el talento del autor está puesto en función de recorrer
esa cualidad del alma del protagonista. Estamos frente al retrato de una de las
personalidades que mejor ha sabido observar en la historia de la humanidad,
escrito por uno de los autores que mejor sabe describir, cuando la descripción
es emocional, en la literatura contemporánea. El punto fuerte de Ospina sigue
siendo esa prosa lírica, densa, poética y acogedora, propia de alguien que, a
su vez, es otro observador inquieto. Humboldt sentía con espíritu científico y
pensaba que toda rama de la ciencia era un saber humanista; y Ospina observa
con espíritu épico, pues no puede haber sino épica en los viajes de Humboldt:
están diseñados para cambiar al hombre, pero el hombre que cambia en los viajes
es el que está dispuesto a cambiar, el que sabe el significado de aprender, que
no podemos aprender sin alterarnos.
La sensualidad está a la
orden del día en esta obra en la que acompañamos, como un cámara acompaña al
viajero en un documental, a Humboldt sobre todo por su gran viaje atravesando
América Latina, siendo un joven sabio que ronda los treinta años. No hay
diálogos que interrumpan este discurso aventurero, porque toda la redacción
está diseñada desde la voz de un narrador que es muy consciente de intentar
revivir, revitalizar, empatizar y compadecer uno de los episodios más dignos de
la historia, cuando la civilización estaba a punto de empezar a liquidar a la
naturaleza. Nuestro narrador sabe que hoy, esta fecha desde la que se embarca
en la reproducción del viaje, hemos dado al traste con mucha belleza y
considera que la percepción de paisajes, el contacto con las plantas y las
flores o la visión de las aves forman partes de una moral mucho más sincera de
la que podemos programar desde las ciudades. Hay, por tanto, una nostalgia por
un ideal que está presente en cada frase. Y, mientras tanto, vamos conviviendo,
pues ese es el verbo que facilita esta lectura, convivir, con un personaje que
nos regala el concepto de entusiasmo tal y como lo entendían los antiguos
griegos, que consideraba que era una inspiración que equivalía a tener a un dios
dentro, como les sucede a los enamorados y a los poetas. Así pues, Humboldt no
se cansará de descubrir belleza. Y nosotros con él, a través de las palabras
que enlaza Ospina. La belleza será inacabable, porque es inacabable la
sorpresa, la capacidad de sorprenderse que tenía Humboldt y que descubre el
lector a través de la prosa de Ospina.
A medida que avancemos,
iremos descubriendo que la geografía no es esa ciencia técnica y árida que supone
enumerar ríos y montañas, que la cartografía no es un afán de mediciones de
territorios, que lo que aprendimos en la escuela debería conllevar otros
apellidos, menos académicos, que se identificaran con la sensación que nos
transmite esta novela, que a la postre trata sobre la felicidad de vivir. Y nos
recuerda que no debemos renunciar a nuestro mapa personal, que nuestro proyecto
vital debería desarrollarse de manera natural, que no hace falta pedir
explicaciones a un manzano preguntándole por qué da manzanas.
Fuente: Zenda
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