martes, 30 de noviembre de 2021

DE LA SOLASTALGIA

 

De la solastalgia

Juan Bautista Durán (ed.)

Comba

Barcelona, 2021

120 páginas

 


Montar en bicicleta convierte la abstracción de la felicidad en un sentimiento muy concreto, o al menos lo convertía antes, cuando tras pedalear terminabas en una charca, en una pradera o junto al mar.

Ahora uno utiliza la bicicleta para evitar atascos o evitar añadir átomos de contaminación a la atmósfera. La felicidad antes terminaba en el mar, en la pradera o junto a la charca, si eras niño jugando a cazar ranas y si eras adolescente suspirando por un beso. Pensar que todos los caminos en bicicleta deberían terminar así equivale a pensar que montar en bicicleta es viajar al pasado. El pasado no vuelve, nos dicen los espíritus viejos, viejos y malhumorados. En buena medida es cierto, en la medida en que la ruta en bicicleta ya no termina en un mar Mediterráneo que aparece tras el cañizal, porque el urbanismo acabó con las cañas, con las dunas y con cualquier línea del horizonte que no sea el Skyline de los edificios.

Entonces, si utilizáramos la bicicleta para otra cosa que no sea rodar por carriles bici, ¿hacia dónde iríamos? Esa pregunta, ese hacia dónde, es el eje entorno al que giran los ocho relatos reunidos en este volumen, en el que se nos acerca el concepto de solastalgia: angustia por las consecuencias del cambio climático o los desastres medioambientales. La tentación es a crear, ante una situación así, un relato distópico. Pero la distopía que eligen la mayoría de los autores elegidos no es una proyección del futuro, sino una mirada hacia el presente. El mundo pudo haber sido mejor como era antes, más pequeño, más rural, en el que el contacto con la naturaleza era, se siente uno tentado a decir cayendo en el tópico, más sincero. El mundo era menos conocido y tal vez ese desconocimiento implicara una relación en la que no se podía construir tanto relato falso, tanto relato Fake. De hecho, el contacto con la naturaleza que aparece en algunos de los relatos nos remite a los seres más pequeños que en ella se reproducen: los virus. La distopía son los tiempos modernos, el Covid-19, las neurosis e incluso las psicosis que condicionan la vida de algunos de los protagonistas. En realidad, se trata de viajes en los que se necesitan alforjas, pero la pregunta pertinente es ¿qué debo cargar dentro de las alforjas? Se trata de una cuestión fácil de resolver a la hora de emprender un viaje en grupo, pero complicada cuando uno parte solo.

De ese cariz es la esencia de la sostalgia, que nos lleva, como demuestran los relatos, al concepto que ideó Edward O. Wilson cuando pretendía rebatir la consideración del Antropoceno: no, no estamos ante una etapa en la que el hombre sea el centro de todo, sino en una etapa en la que la soledad del hombre es motor y gasolina, estamos en lo que él dio en llamar Eremoceno. ¿Cuál es el tema de la soledad? Ante la soledad, sólo cabe la postura de intentar mantenerse digno, digno frente al síndrome del miembro fantasma que sucede cuando recuerdas la infancia, ante la ignorancia y el absurdo, ante situaciones de confinamiento y sensaciones de ser hoja al viento, digno en la huida y digno al proyectarse en animales truncados, y digno hasta en las guerras civiles. Al final, uno se pregunta si es posible hacer literatura con otro tema que no sea la dignidad.

TAN ALTO EL SILENCIO

 

Tan alto el silencio

Ricardo Martínez Llorca

Nº de páginas: 196

PUNTO DE VISTA

«Un libro valiente y extraño dentro del panorama narrativo español, lleno de imágenes deslumbrantes, con la vertiginosa belleza de los Alpes franceses al fondo».
Altaïr





«Yo pensaba que mi hermano era inmortal. Nunca sabré por qué, o nunca querré saberlo. Seguramente no quería saber que un día iba a recibir la noticia de su muerte, lo que viene a significar que yo deseaba morir antes que él. Podría pasarme toda la vida escribiendo acerca de mi hermano, y ese proyecto destinado al fracaso sería suficiente para justificar mi existencia. Pero tal cúmulo inhumano de buenas intenciones se convertiría en una excusa, o en una de esas desviaciones psicológicas cuyo nombre nunca acierto a encontrar. Luego moriría: morirías sin haber vivido tu propia vida, por muy decepcionante que sea esta. Así de odiosa es la muerte. No quiero que nadie piense que tengo una cruenta obsesión por la muerte: es solo el vértigo de un futuro sin adjetivar. Vine aquí para hablar de mi hermano y para intentar relatar una historia».

A partir de un diario escrito por su hermano, aficionado a la montaña y muerto en una escalada, Ricardo Martínez Llorca reconstruye la historia de un destino marcado por la aventura y el riesgo de la montaña. Esta novela, publicada por primera vez en 1998, nos permitió descubrir a un autor con una excepcional lírica que entrelaza las palabras de su hermano con las suyas para describir la pasión por la montaña, los anhelos, los deseos, la vida y la presencia constante de la muerte.


«La novela no busca tanto contar una historia cuanto enaltecer un sueño: el de la libertad al aire libre respirando el viento helado de las alturas y tratando de superar metas casi imposibles al filo de la muerte, circunstancia esta a la que se mira de frente como posibilidad casi ineludible».
Manuel TalensLevante

«En torno a la pasión por la montaña vive y sueña un grupo de jóvenes, ilusionados representantes de una concepción vital desligada de las tentaciones burguesas. En ese contexto, las aspiraciones, los objetivos y los deseos que los animan toman una fuerza especial para el lector».
Nicolás MiñambresTribuna de Salamanca

«Este libro es un descomunal y póstumo homenaje».
Care SantosABC

sábado, 27 de noviembre de 2021

EL SENDERO DE LA SAL

 

El sendero de la sal

Raynor Winn

Traducción de Lucía Barahona

Capitán Swing

Madrid, 2021

312 páginas

 


La génesis de esta obra, El sendero de la sal, no puede ser más conmovedora: una pareja de cincuenta años se ve en una situación jurídica, a cuenta de un contrato, que les sobrepasa y son desahuciados de un hogar, de su granja; mientras tanto, a él le diagnostican una enfermedad terminal que conlleva un proceso de deterioro y unas severas limitaciones. Empujados a vivir en la calle, optan por echar a caminar. La ruta que eligen son los sugerentes mil catorce kilómetros de un sendero que recorre el sudoeste británico, siguiendo la línea de costa. Su presupuesto es de apenas unas pocas libras semanales, lo que implicará que el dinero, o su ausencia, será un nuevo escollo, un vacío sobre el que marchar a cada momento. A partir de esta motivación, Raynor Winn (Reino Unido, 1963) construye un libro itinerante en el que está muy presente el amor sincero por su compañero y muy carente de autocompasión. Y la autocompasión sería el gran peligro de una obra de este color. No hay nada de pornografía sentimental, nada de acoso a la sensibilidad del lector, nada de intención melodramática. Lo que Winn nos ofrece es un tratado sobre cómo construir, o reconstruir, la autoestima, sobre la dignidad de presentar batalla, aunque sepas que vas a salir derrotado. Se trata de una obra escrita “a partir de la nada, de la perdida, del dolor y del miedo” en la que aprender a caminar, a estar en ruta, se convierte en sinónimo de salvación, de curación, de salud.

El sendero de la sal parte de dos formas de cura: caminar y el agua salada. En lugar de lamerse las heridas, los protagonistas deciden practicar el arte de embarcarse en un sueño. Sin preparación, sin dotación adecuada y hasta sin salud, inician un itinerario que les entrega al vagabundeo. Y en estos tiempos, es posible que no exista ningún viajero real que no sea un vagabundo. Comparados con él, el resto practicamos unas formas más o menos sofisticadas de turismo. En cuanto al agua salada, recordamos la famosa sentencia de Isak Dinesen: “Todo mal se cura con agua salada: con el sudor, con las lágrimas, con el mar”. Winn y su marido optan, también, por la naturaleza como lenitivo. El sendero entra bordea una costa en la que es complicado construir y que se ha convertido en un destino turístico para mochileros, pero que no termina de ser pura naturaleza, como no lo es casi nada en unos territorios demasiado colonizados por la civilización. En ese sentido, vemos cómo se trata a la naturaleza más como si se tratara de un parque urbano que como si se tratara de un Parque Nacional. Aunque no será la naturaleza la gran protagonista. Ahí están los encuentros con personas, con los que odian y los que aman, con los afables y los ariscos, con los compasivos y los rencorosos, que saltan constantemente a primer plano. Winn explora, así, el alma humana, que en esencia se define por la relación con los demás.

Este renacer que nos entrega Winn es más un itinerario que una muestra de Nature Writting. Si bien lo que importa es el renacer. Y nacer duele. Winn nos lo explica en una escala muy humana, con un lenguaje y una estructura sencillísima en el que nos da cuenta de lo que supone ser un sin techo. El libro, pues, es del tamaño del hombre y no del tamaño de lo que debería saber el hombre. Parte de una abdicación salvaje -renuncia forzosa al pasado, a las posesiones, a las raíces-, para invitarnos a acompañarles en el extremo donde se acaban los mundos:

“Removí el té mientras me asaltaba la extraña toma de conciencia de que yo no tenía un trabajo por el que preocuparme, ningún problema doméstico que resolver. Es más, no tenía ningún problema. Más allá de no tener un hogar y de que Moth se estuviera muriendo”.

Pierden raíces y encuentran alas. La libertad que comienzan a inventarse, e inventarse aquí es sinónimo de conocimiento, les viene por efecto rebote. En realidad, todos vivimos a base de sobreponernos, aunque tal y como lo padece y expone Winn se convierte en literatura universal: “pero en aquella playa vimos tan claro como el agua salada que fluía sobre el negro de Bideford que la civilización existe solo para aquellos que pueden permitirse habitarla y que sin un techo y nada en los bolsillos es posible sentir que estás aislado en u lugar remoto en cualquier parte”. El viaje, una vez más, será transformación, será la crisálida. Dos personas de cincuenta años caminando con mochilas de diez kilos pueden antojarse como dos mochileros viejos, que es lo que les sucede a la mayoría de las personas con las que se cruzan -y cruzarse es lo opuesto a convivir-; pero la expresión no es un oxímoron. Ser mochilero, o sentirse mochilero, no tiene edad. El resto, son lugares comunes. Aunque ni siquiera en algo así Winn muestra un atisbo de mal sentimiento, ni un gramo de cinismo ni nada por el estilo. Porque la verdadera renuncia a la autocompasión, supone una cordialidad constante. Ese es el tono sobre el que se sostiene este libro de viajes, que, sin duda, será uno de los mejores textos que leeremos este año.


Fuente: Revista de letras

viernes, 26 de noviembre de 2021

INVENTARIO DE ALGUNAS COSAS PERDIDAS

 

Inventario de algunas cosas perdidas

Judith Schalansky

Traducción de Roberto Bravo de la Varga

Acantilado

Barcelona, 2021

303 páginas

 


La nostalgia es el estado natural del hombre. 

¡Qué lástima comprobar cómo se va alejando aquello tan bueno que una vez estuvo a nuestro alcance! A veces sólo sabemos que hemos querido porque sólo sentimos la pérdida. Y, sin embargo, hay un trasfondo sanísimo en esa reflexión: si hemos querido es porque fuimos seres sintientes y esa cualidad, la de ser sensible, no se pierde tan fácilmente. Podemos disfrazarnos de roca, pero a la larga cualquier agua terminará por erosionarnos. Así pues, lo mejor, lo terapéutico, es reconocer esa nostalgia y considerar que la tristeza melancólica no tiene por qué ser leída como una enfermedad. A todos nos gusta estar alegres, pero la euforia no deja de ser fuegos artificiales frente a la constante sensación de echar de menos, porque la memoria es casi todo para nosotros.

A partir de este principio, Judith Schalansky (Greifswald, 1980) construye un libro en el que se enuncian casi todas las versiones posibles de la nostalgia. Desde que leímos el sorprendente Atlas de islas remotas, esperábamos con ansia una nueva obra, y ésta nos llega para hablar de lo que hemos perdido: “días pasados, imperios caídos, amores perdidos y oraciones no escuchadas”, dictará en uno de los episodios, en una enumeración que se podría prolongar tanto como se prolongaría la suma de las vidas de miles de personas. La fabulación será otro de los puntos fuertes de la creación de Schalansky, una fabulación imprescindible para interpretar el pasado, para hablar sobre la destrucción y la descomposición, y las versiones de las mismas, que pueden dejar un surco eterno en la memoria colectiva o apenas ser humo de alguna memoria particular. La intención, claramente, es la de conseguir que algo perviva. ¿Podemos recuperar el pasado? No está tan claro, pero si esta recuperación nos hace bien, ¿por qué no intentarlo? Schalansky da “la palabra a lo que está sumido en el silencio” y llora por lo perdido. “Esta obra habla por igual de búsquedas y de hallazgos, de pérdidas y de conquistas, guiada por la intuición de que la diferencia entre presencia y ausencia es puramente marginal, siempre que exista la memoria”.

Y para ello Schalansky pone en marcha todos los recursos literarios conocidos, acertando a la hora de adecuarlos a la consistencia de cada capítulo. Comenzará por referirnos una improbable crónica sobre la isla paradisíaca, un lugar perfecto, en el Pacífico, donde no existe la maldad, y nos contagiará de la necesidad de seguir creyendo en los mitos. Reseñará la brutalidad medieval que acabó con bestias legendarias, advirtiendo sobre qué parte de esos seres brutales seguimos heredando. Nos llevará al territorio próximo al relato de terror para acompañarla en su experiencia personal a la búsqueda del esqueleto de un unicornio. Recreará el espíritu de la decadencia y de la decadencia de la aristocracia, visitando ruinas, que son símbolo del destino de la arrogancia. Coqueteará con el flujo de conciencia de alguien a punto de verse liquidado como lo que fue, y lo fue todo porque fue Greta Garbo. Expresará admiración natural por el amor y por la poesía, inseparables, cuando nos hable de Safo. Reflejará el peso emocional de la infancia recordando el palacio vinculado a la familia, y también el peso emocional del pasado de la familia, esa gente que se reúne alrededor de los relatos de la infancia. Tratará sobre la pérdida del paraíso real, el que estaba entre los ríos Tigris y Éufrates, cuando indague en cómo se arrasó con la religión de Mani, la que dio origen al concepto de maniqueísmo. Pintará un cuadro romántico sobre una idea de un puerto. Se proyectará en el yo creativo de un anacoreta que quiso crear el imposible mapa de la erudición. Llevará la historia de la extinta RDA a un cuento que comulga con el realismo social. Y junto a ella nos convertiremos en observadores, en el tipo solitario que encuentra en la luna un motivo para seguir viviendo, y lo hace con poesía.

Con todos estos mimbres, Schalansky construye un libro delicioso.

lunes, 22 de noviembre de 2021

DESDE DENTRO

 

Desde dentro

Martin Amis

Traducción de Jesús Zulaika

Anagrama

Barcelona, 2021

620 páginas

 


En algún lugar de este libro mestizo, Martín Amis (Swansea, 1949) comenta que son tres los verbos que rigen los días de un escritor: vivir, leer y escribir.

Si uno lee percibiendo y escribe pensando -aunque no sea del todo exacto y resulten afirmaciones incompletas-, ¿qué acción debemos aplicar cuando vive? Uno vive sintiendo, reflexionando, aprendiendo, curioseando, amando y odiando, y así podríamos continuar, en una enumeración de verbos que agotarían el diccionario. Lo que resulta un poco más enigmático de la secuencia de verbos que elige Amis, pues en secuencia es como los expone, como si se tratara de acciones que se suceden, que no son simultáneas, es su impermeabilidad y sus fronteras: ¿un escritor es un tipo de lee, escribe y vive? Tal vez la búsqueda de la respuesta a esta pregunta sea la esencia de esta obra, en la que la memoria lo es todo para su autor y en la que muestra un uso muy inteligente de la misma. Y en la inteligencia se impone la amistad, o una especie de amistad en la que está muy presente la admiración. Las figuras que se imponen son las de Christopher Hitchens, que es un igual por pertenecer a su generación, pero una figura que ayuda a explicar la política, la situación actual, desde la erudición histórica; y, sobre todo, Saul Bellow, que es el maestro, con todo lo que la acepción de esta palabra implica, alguien de quien aprender por admiración puramente humana y por respeto intelectual. También encontramos a Philip Larkin, o la obra poética de Philip Larkin, para ser más precisos.

Tal vez sea la amistad el hilo que enhebra este Desde dentro, y si utilizamos la locución tal vez se debe a que Amis se esfuerza por crear una obra híbrida, de difícil definición, en la que se pueda permitir utilizar todos los recursos a su alcance. Hablamos de autoficción y de dietario, de crítica literaria y de relato, pero también hablamos, y mucho, de saldar deudas. Este es uno de esos libros que a su autor le podrían haber costado disgustos personales de haber sido publicado hace unos años, cuando buena parte de las personas que en él aparecen estaban vivas, incluida aquella que tiene tanto peso en sus días y sus noches: Kingsley Amis. ¿Está destinada a cerrar heridas? Por momentos da esa impresión, pero esos momentos se superan gracias a la inteligencia de un autor que es muy consciente de tener una capacidad extraordinaria para trabajar con su materia gris, y que sabe escribir sin abusar del lector. En ningún momento se nos exige un esfuerzo desmesurado, comulgar con ruedas de molino, ni siquiera cuando tenemos que acudir, con frecuencia, a las notas a pie de página. En varias ocasiones, serán esas notas los párrafos donde encontremos al Martin Amis más personal, con el que resulta más sencillo identificarse: al que antepone vivir a la lectura y a la escritura. Y, sin embargo, será en los momentos en los que entre en análisis literario cuando más intenso se vuelva. Amis ha vivido para la literatura -leer y escribir- y sabe cómo transmitirlo, cómo lograr que nos convenza su opinión acerca de la novela, de la narración, del arte.

Entramos al libro a través de Nabokov y la afirmación de que el arte es largo, pero la vida es breve. Esto nos dará una pista acerca de la formación de Amis, patente a lo largo de un libro que podríamos atrevernos a catalogar de posmoderno, si no fuera porque su autor conoce demasiado bien la posmodernidad, el relativismo absoluto, la muerte de los grandes discursos ideológicos universalistas. En realidad, Amis es un autor ilustrado, que aparenta hablar de un caos sin esperanza, pero sabe que en la formación como persona encontraremos los frutos más positivos. A lo largo del libro veremos cómo siembra y cultiva relaciones, que también se deterioran e incluso, en ocasiones, se refieren al filo de la locura. Asistimos constantemente a una tensión sexual que tiene poco de secreta y prácticamente nada de resuelta, que, de hecho, está vinculada en muchas ocasiones con esa flor de la locura. Veremos cómo se sacraliza a la literatura y a quienes habitan en una esfera que no siempre comulga con el resto de los mortales, como al estudiar las causas y consecuencias de las grandes crisis de los últimos años: el 11 de septiembre o los grandes movimientos de refugiados. A pesar de tanta formación y de tantas asas a las que agarrarse, Amis nos refleja cómo no dejamos de ser títeres en medio de las tormentas, las tormentas históricas y las tormentas de las pasiones. Así compone un trabajo imposible en el que sale bien parado: sabe que no podemos ordenar la memoria, que es capricho y es turbación, que tiene la consistencia y la estructura de los sueños, pero nos entrega un libro emocionante que se lee con facilidad, con la facilidad con que saben expresarse los grandes autores.

martes, 16 de noviembre de 2021

DETENDRÁN MI RÍO

 

Detendrán mi río

Virginia Mendoza

Libros del K.O.

Madrid, 2021

150 páginas

 


No es posible volar y permanecer en el suelo. 

Suele fracasar ese empeño de la mayoría de los buenos padres, que consiste en darles a sus hijos alas y raíces a un mismo tiempo. Y, sin embargo, aprendemos a partir, que de no ser porque supone despedirse, no sería un gran trastorno. No deja de ser otro acto de supervivencia, de adaptación, como lo es el de encontrar un hueco, allí donde vayas, para echar nuevas raíces. Aun así, seguiremos echando de menos, porque la estética de la melancolía es parte inevitable en cualquier ser que sepa que las células del cuerpo saben cosas que la inteligencia ignora. Esta estética de la melancolía puede tomar la forma de tristeza, que como todo lo que se cura llorando puede ser una terapia, o del pesimismo patológico, ese que impide crecer y nos empujará a una caída moral, reaccionaria en el sentido en que es reaccionaria la idea de que las cosas estaban mejor antes que ahora. Equilibrar la idea de melancolía, conservando lo mejor del pasado e intentando que no se deteriore lo que merece ser conservado del presente, con la de progreso, no renunciando a las ciencias que nos han dado protección, salud, comida y techo, ha sido uno de los principios que han regido las consecuencias sociales de las revueltas juveniles, desde mayo del 66 al 15.M. Sirva como ejemplo la protección ambiental o la lucha contra cualquier forma de etnocidio, tanto de sangre como económico.

En esta línea ética es como puede leerse esta crónica de Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987), en la que recrea los últimos días de un pueblo que se sumergirá bajo las aguas en uno de esos proyectos faraónicos que inauguró Franco. Se nos decía que se trataba de otra forma de avance, de un futuro mejor, de dejar atrás ese país de cesantes y mendigos galdosianos mientras se reivindicaban Los episodios nacionales en las escuelas. Pero no existe otro país que no sea el de la suma de almas y al hablar de una de ellas estaremos hablando de la posibilidad de ampliar el conocimiento a todas. Así es como ha funcionado la parte de condición humana que se representa en las novelas, y esta crónica, Detendrán mi río, se lee, por esa misma razón, como una novela durante tres cuartas partes de la obra. Nos importa la suerte de Mercedes, la anciana a la que Virginia Mendoza entrevista y a cuya vida asistimos, como nos importaría la de cualquiera de nuestros amigos. Hay un tono de lamento en la crónica, pues nos habla de la imposibilidad del retorno y las alas como una imposición: nos habla de emigrantes y del tema esencial de la inmigración, que es la imposibilidad de volver a tener una patria, en el sentido en que sentimos el concepto de patria en la infancia: el lugar donde fuimos felices jugando.

Se lamenta, sí, la desaparición de Caspe bajo las aguas del Ebro. Pero no se lamenta con rabia, porque el estilo directo de la crónica nos ayuda a sentir que lo que fue bueno puede seguir siéndolo en la memoria, al tiempo que nos permite reconocer otras cosas buenas en el presente. De ese calado es la reflexión moral que se esconde en este libro. Y, mientras tanto, un gran barco parte de Estados Unidos en dirección a Europa, un buque que será torpedeado y hundido por el ejército alemán, lo que dará pie a que Estados Unidos se implique en la Primera Guerra Mundial. Al lado de esa conflagración, de esos millones de muertos, ¿qué supone la desaparición de un pueblo aragonés? Pero ese es tema para un ensayo, no para una crónica humana. Todos sabemos que la literatura nos demuestra que a partir de la figura de un panadero honrado se puede levantar una gran nación.

lunes, 15 de noviembre de 2021

RACIONALIDAD

 

Racionalidad

Steven Pinker

Traducción de Pablo Hermida Lazcano

Paidós

Barcelona, 2021

535 páginas

 


A Steven Pinker (Montreal, 1954) le encantaría aquella historia que contaba Stendhal:

Un hombre regresa antes de lo previsto a su hogar y se encuentra a su mujer en la cama, haciendo el amor con otro hombre; la mujer empieza su respuesta con el consabido “no es lo que parece” y comienza un diálogo en el que a medida que transcurren los minutos ella va olvidando el susto para ser presa del furor; tras varios minutos, termina por gritar al marido: “Crees más a lo que ves que a lo que yo te digo. No te lo perdonaré jamás”. La historia lleva al límite la irracionalidad convertida en un argumento racional. Se trata de un ejemplo de disonancia cognitiva y sus resultados: cuando dos ideas entran en conflicto y sabemos que hemos ejecutado la peor, tenemos que encontrar un razonamiento que nos ampare, que nos permita seguir respirando por mucho mal que hayamos hecho. De hecho, son los prejuicios, algo que uno se siente tentado a llamar emociones preconcebidas antes que ideas preconcebidas, los que imponen el sentido irracional sobre el que versa este maravilloso ensayo. En realidad, lo que se esconde detrás de la persistencia de algo que cualquiera que no tengamos el estilo de Pinker llamaría estupidez, es la idea de secta; necesitamos que nadie nos mueva los pilares de lo que creemos que tanto nos ha costado pensar, de lo que creemos que es nuestro humus, para sentirnos seguros: en caso contrario, nos veríamos como desamparados, como parias, nos sentiríamos exiliados de un reino que sólo se ha creado en nuestra imaginación. Pero cuando todo lo demás falla, la imaginación seguirá acompañándonos. Así pues, le debemos la mayor de las obediencias.

Estos prejuicios sostienen el deseo de los individuos de salirse con la suya o de actuar como sabelotodo, imponiéndose al deseo de aprender que, deberíamos aceptar, muchas veces para por intentar comprender los argumentos del otro: “nuestra capacidad de razonamiento está orientada por nuestros motivos y limitada por nuestros puntos de vista. (…) Así pues, la imparcialidad es también el núcleo de la racionalidad: una reconciliación de nuestras ideas sesgadas e incompletas con una comprensión de la realidad que trascienda a cualquier de nosotros. Por tanto, la racionalidad no es solo una virtud cognitiva, sino también moral”. Es fácil suponer, dado el argumento y mirando a nuestro alrededor, que esta parcialidad que mostramos está sesgada por varios criterios -de edad, de religión, de clase social-, pero que el que se impone es el sesgo de pensamiento político de izquierdas o de derechas -o de izquierda parlamentaria y derecha parlamentaria- hasta el punto de mostrarse totalmente excluyentes. Ese riesgo hacia lo irracional es la conclusión sobre la que trabaja Pinker.

Previamente, nos ha desmenuzado el concepto de racionalidad en un ensayo que es tan divulgativo como científico. Cada apartado de lo que podría componer la tesis de racionalidad viene justificado con una definición cabal, basada en experiencias de psicología cognitiva que rozan la filosofía, la sociología o psicosociología, y la medicina. Nos habla de qué entiende por lógica, correlación y causalidad, los razonamientos bayesianos, la probabilidad y la aleatoriedad, los ruidos y las señales, etc. Todo en función de una especie cuyo uso de la racionalidad parece tener un fin claro: “Tantos de nuestros razonamientos parecen hechos a medida para vencer en las discusiones que algunos científicos cognitivos, como Hugo Mercier y Dan Sperver, creen que tal es la función adaptativa del razonamiento. No hemos evolucionado como científicos intuitivos, sino como intuitivos abogados”.

Y aquí tropezamos con otro de los conceptos claves que esconde el ensayo: la intuición. Y su papel en la racionalidad, que tiene que ver con algo que uno se atrevería a llamar el pensamiento contraintuitivo. De hecho, una de las funciones de la racionalidad, a juicio de Pinker, es desconcertar a esta intuición con una suerte de nuevo pensamiento científico cuyo fin sea determinar la verdad. En medio de este proceso, que exige un esfuerzo casi de algoritmo, está la merma de la confianza, que es lo que nos lleva al conflicto. Estamos, de nuevo, hablando de los prejuicios y de las ideas que jamás se nos hubieran ocurrido, porque creemos que mellan nuestros prejuicios o porque nos obligan a una defensa propia de la disonancia cognitiva. Pero Pinker no desfallece: “Los principios de la psicología cognitiva sugieren que es preferible trabajar con la racionalidad que posee la gente y mejorarla a descartar a la mayor parte de nuestra especie como crónicamente incapacitada por las falacias y los sesgos. Lo mismo sugieren los principios de la democracia”. En cuanto a falacias y sesgos, Pinker demuestra su aversión por las fake news y las mentiras de gente como Donald Trump, cuyo único objetivo es incrementar el mal, lo inmoral. De hecho, este ensayo es, en buena medida, un resultado del efecto rebote de toparse con esas frases repartidas por la superficie del trozo de planeta en que habita:

“Las reglas se diseñan para dejar de lado los sesgos que se interponen en el camino de la racionalidad: las ilusiones cognitivas incorporadas en la naturaleza humana, así como el fanatismo, los prejuicios, las fobias y los -ismos que infectan a los miembros de una raza, una clase, un género, una sexualidad o una civilización. Estas reglas incluyen los principios del pensamiento crítico y los sistemas normativos de la lógica, de la probabilidad y del razonamiento empírico (…). Son implementadas entre personas de carne y hueso por instituciones sociales que evitan que los individuos impongan sus egos, sesgos o engaños a todos los demás”, sostiene, defendiendo la función de instituciones como la universidad, que es la fuente de la que extrae la mayor parte de la solidez con la que justifica sus argumentos. Si alguien sabe expresar qué necesitamos, en un mundo en el que llueven ladrillos de canto, es Steven Pinker.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

DIARIOS. A RATOS PERDIDOS 1 Y 2

 

Diarios. A ratos perdidos 1 y 2

Rafael Chirbes

Anagrama

Barcelona, 2021

465 páginas

 


El tema de los diarios íntimos, los personales, es la incomodidad con uno mismo. 

Es decir, uno tiene que sobrevivirse, uno tiene que conformarse con ser quien es, uno tiene que navegar entre las aguas que se va construyendo, en una suerte que es en parte construcción propia y en otra un destino del que no somos dueños. Rafael Chirbes (Tavernes de Valldigna, 1949 – 2015) dejó escritos unos cuadernos en los que leemos esa especie de lucha, ese cuestionamiento del término aceptación, por utilizar una expresión propia de los libros de autoayuda que nos socorra a la hora de centrar el asunto al que nos referimos: “No quiero romperme, no quiero preguntarme por lo que hago, por lo que sé hacer, por aquello para lo que sirvo. Siempre me ronda la idea de irme. Cortar con la degradación. Cortar por lo sano. No estar. Cuando llegue la degradación a buscarte, que tú ya no estés.” Suena al tópico de huir de la propia sombra. Pero, ¿acaso ésta no puede ser una definición de la depresión? De hecho, estos diarios se pueden interpretar como uno de los mejores textos sobre la depresión que hemos podido leer, en una época en la que la depresión nos asalta constantemente desde las estanterías. Chirbes muestra una angustia sin filos, como si pretendiera transmitir que es posible convivir con ella, integrarla, sentirse molesto, sí, pero no impedir una evolución personal de forma constante. Esa angustia, tan subjetiva, llena los textos del diario durante la época en que escribe sus mejores novelas: La caída de Madrid, Los viejos amigos… Es una literatura no obligada, no forzada, sobre asuntos que salen del subconsciente y de la voluntad a partes iguales, no como en Crematorio, que es una obra forzada por la necesidad exterior, la del roce con el mundo cotidiano, más que de las emociones que a uno se le imponen, que tienen que ver con vínculos humanos.

“Sigo necesitando saber, más que me toquen los nervios”, comenta, resumiendo un tanto su obsesión por ser novelista, su existencialismo que, al contrario que el expresado en la corriente filosófica, no trata de abarcar al hombre, sino de encontrarse a uno mismo. Es subjetivo y obedece a “la falta de estímulos literarios y de horizonte vital”. Y termina con una visión de uno mismo que puede describirse de muchas maneras, pero en todas aparecerá, en algún momento, el adverbio de modo estúpidamente:

“La pereza no como consecuencia de creer que se tiene todo el tiempo del mundo, sino como desánimo, como convencimiento de que ya no se tiene tiempo para casi nada. Así, he acabado por quedarme vacío, y solo. Modelo de ineficacia”.

Y, mientras tanto, la moral que busca se va cruzando con Balzac, el autor al que no abandona. La ristra de lecturas y los comentarios de Chirbes deberían estar entre los cánones más próximos, desde los elogios a Broch y Musil, a las prevenciones sobre algunas obras de Gopegui. Lo sorprendente de encontrarse con diatribas literarias en un diario, es la paradoja de emitir opiniones al tiempo que uno reconoce el estado de ánimo del momento. Aun así, Chirbes se muestra sereno y, al mismo tiempo, se sincera en su proyecto literario, en el cual se confía tanto a la intuición, a los mecanismos que el autor no quiere poner sobre la mesa, como al pensamiento. Es un escritor que elaboró su obra tras mucha reflexión, pero que guardaba las conclusiones en el sótano del intelecto mientras escribía. Y que como lector nos habla siempre de lo que nos construye dentro del espacio literario: no de estética, ni de filología, sino de cómo podemos explicarnos. El diario será, a su vez, una revancha, en ocasiones hasta contra el propio diario: “¿Por qué tener pudor también aquí en la intimidad de un cuaderno escrito para nadie? ¿Es que se puede escribir para uno mismo? Me digo que sí, que se puede escribir para recordar y comprenderse a uno mismo, pero no acabo de creérmelo del todo. Entonces, ¿pienso que estos cuadernos acabará leyéndolos alguien que no sea yo?”. En ese sentido, no rehúye la parte terapéutica: “Buscar (…) es correr el riesgo sin certeza de que te vayas a encontrar con otra cosa que no sea el polvo que te tragas al caer”.

A diferencia de en las psicoterapias, en los diarios uno queda apresado en las palabras que interpretarán los demás. Pero a Chirbes eso no le afecta. Resulta espontáneo, conciso, preciso y demuestra la intención, lo que pretende, y que esta pretensión sea digna:

“No hay más piedra de toque que el férreo control del gusto y, aunque parezca secundario, de la propia ética: en el control de la ética está la clave, el gusto arraiga ahí, por más que no se quiera, en el arte como autoexigencia, no como emisor de lenguajes piadosos, u originales por voluntad y decreto (¿qué es la originalidad a fines del siglo XX?), sino de formas en tensión que cuestionan las de uso corriente. Un arte que carezca de esa voluntad de levantarse sobre los escombros del tópico es un arte que ha naufragado, que se encuentra a la deriva, vertedero de su tiempo más que testigo.”

Todo lo lleva, pues, a la dimensión del hombre, de cada hombre. No hay sentimiento, durante la lectura de estos diarios, que nos seduzca pensando que habla de verdades absolutas, de lo que atañe a todos los hombres. Eso hace de estos textos una experiencia universal, que se puede trasladar a cualquiera de nosotros. Incluso cuando se entrega sin freno a descripciones de experiencias sexuales, entre la falta de pudor y el conflicto que subyace detrás, reconocemos que se aleja de la pornografía, que podría ser una embriaguez propia, propia, también, de esa costumbre de buscarse a uno mismo en los lugares donde no se encuentra, que es tan característica de los diarios: “Yo diría que escribir te permite seguir viviendo sin que te haga falta sentirte de alguna parte o de alguien”.

El tabaquismo, el alcohol, la frecuentación de rincones oscuros, trasnochar, incluso la relajación que muestra cuando se encuentra frente a paisajes de la naturaleza, nos remite a la angustia urbana: “Y cada una de esas etapas se ha saldado con enormes dosis de sufrimiento”. Ese sufrimiento que forma parte de una de las mejores obras literarias en nuestro idioma desde 1988, año de publicación de Mimoun.


Fuente: Revista de letras

martes, 9 de noviembre de 2021

EL VIAJE INTERIOR

 

El viaje interior

Miguel de Unamuno

Biblioteca Nueva

Barcelona, 2021

333 páginas

 


Desahogarse significa, también, cultivar la autoestima.

En este planeta las versiones posibles del ahogo son innumerables y cada vez menos las salidas para un desahogo, por la sencilla razón de que la naturaleza se va reduciendo. Leer estos cuadros de Unamuno nos hace caer en la cuenta de que el tiempo transcurría más despacio y que la velocidad es una dimensión no humana. Antes todo era más puro, aunque no pudiéramos viajar a Angkor Watt con la misma facilidad con que lo hacemos hoy en día. “¿Turismo? ¿Excursionismo? Mejor emigración por el tiempo, tiempo atrás, a través de recuerdos”. Todo existe para ser memoria, que es una forma de conjugar el tiempo verbal con mucha paradoja: cuando algo es memoria, quiere decir que ha existido. Resulta tan incómodo convivir con el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que uno puede volverse un rancio reaccionario o acabar con el cuerpo estrellado contra el suelo tras saltar desde un séptimo piso. La mejor forma de contrarrestar cualquiera de estas dos tentaciones de muerte es reincidir: volver a pisar senderos, crear más memoria, estar creando más memoria.

Las mejores sensaciones que iremos construyendo entonces, tienen que ver con la libertad. Caminamos para concebir, idear una versión de la libertad:

“Son los paisajes como la música, que nos lleva dulcemente al país de los sueños informes, de las ideas inefables, de las representaciones incorpóreas, donde se alza del lecho del alma en extraño concierto de ideas olvidadas y sentimientos adormecidos todo el riquísimo mundo subconsciente, de ordinario poderoso  con el poder del silencio, mundo de trama tan complicada e infinita como el de la realidad, mundo que se despierte y se  revela al hombre mostrándole los tesoros escondidos de su espíritu. Por debajo de las ideas formulables, de los recuerdos figurados, de las representaciones corpóreas y los sentimientos expresables, llevamos un mundo vivo, el reflejo del alma de las cosas, que cantan en silencio”.

La vida interior es una de las ideas constantes que atraviesan estos textos. Porque es en esa vida donde sentimos la libertad, o las libertades. Hablamos de un concepto debatible, pero de un sentimiento clarísimo: uno sabe cuando está siendo libre. En el caso de Unamuno, la sensación está muy relacionada con el descanso y el descanso, el auténtico, tiene lugar en la naturaleza. Puede que breguemos contra las características de un paraje, ese lugar en el que el hombre ha intervenido ya, pero, sin duda, el paisaje, lo que vemos, oímos, olemos y nos roza la piel, nos va construyendo emocionalmente. Leer el paisaje supone afrontar sus leyendas, indagar en la posibilidad de tener raíces al tiempo que en la de saber si nos está regalando alas, sentir si hay vida, lo cual supone arrojarse a lo telúrico. No importa si hablamos de una tristeza que emana de Portugal o de los cielos de Castilla, que Unamuno no cesa de comparar con la luz de su tierra natal, el País Vasco.

Con un estilo que nos va recordando, constantemente, que sólo el pasado es poético, Unamuno vuelve a recorrer, haciendo literatura, los lugares que le hicieron sentir. ¿Sentir qué? ¿Acaso eso importa? Cuando uno sabe que está sintiendo, sabe que se está permitiendo ser libre. No hay mayor fuente de libertad que reconocer que en el interior hemos partido de viaje, un viaje hacia un mundo emocional.

lunes, 8 de noviembre de 2021

LO QUE QUIERO DECIR

 

Lo que quiero decir

Joan Didion

Traducción de Javier Calvo

Random House

Barcelona, 2021

125 páginas

 


“En muchos sentidos, escribir es el acto de decir yo, de imponerse a otra gente, de decir 
«Escúchame, ve las cosas como yo, cambia de opinión»”.

Asegura Joan Didion (Sacramento, 1934), en un artículo publicado en 1976 cuyo tema era por qué escribo. A la pregunta, se ha respondido con demasiada frecuencia con una premisa tramposa: para qué escribo. Para que me quieran más mis amigos, dictó Gabriel García Márquez, por ejemplo. Para que las opiniones propias se escuchen con tanta fuerza que así sean irrebatibles, nos indica Didion. Como si al reflejarlas por escrito, y conseguir publicarlas, se les diera un marchamo de veracidad del que carecerían en una conversación. Escribir convierte a uno en un intelectual y, por tanto, su parecer merece otro respeto. Didion puede tener muchos defectos, pero no el de la falta de autocrítica ni el de la visión sesgada. Así, más adelante, en el mismo artículo, comenta:

“Ya no me acuerdo de si Milton puso el sol o la tierra en el centro de su universo en El paraíso perdido, una cuestión que fue centra durante por lo menos un siglo, y un tema sobre el que aquel verano escribí diez mil palabras, pero todavía me acuerdo del grado exacto de ranciedad de la mantequilla del vagón comedor del City of San Francisco, y de cómo las ventanas tintadas del autobús de la Greyhound proyectaban una luz grisácea y extrañamente siniestra sobre las refinerías de petróleo de las inmediaciones del estrecho de Carquinez”.

Nada de arrogancia, nada de presunción. Lo que aprendemos, lo que se queda con nosotros, está en el ámbito de las sensaciones, que son experiencias en la que no existen privilegios, que es un mundo que nos iguala.

Este espíritu, que es personal y trasciende a cualquiera, recorre los artículos recogidos en Lo que quiero decir, escritos entre los años 1968 y 2000. Se reúnen algunos textos de carácter personal, como este que se refiere a la tentación de escribir y a la forma que va tomando la creatividad durante el acto de escribir, que se transforma en una suerte de conjuro. Y también algunos perfiles, como el que brota tras una somera visita a Nancy Reagan siendo la mujer del gobernador de California, o la elogiosa entrega a la literatura de Hemingway, maestro de Didion en el uso del lenguaje y el respeto por la expresividad. Didion nos habla de un periodismo de manos sucias, inocentes, sí, pero sucias, de adiciones al juego o la lectura, o de la manierista mansión de William Randolph Hearst. Nos recuerda el punto de inflexión que es el paso a la universidad… o cualquiera que haya sido su equivalente, en esos instantes en los que toca reconocer que nos hacemos mayores y asumir alguna responsabilidad hacia la madurez. Habla sobre su formación en revistas como Vogue, donde se vio obligada a eliminar lo accesorio y encontrar los centros de interés, y encuentra puentes entre cualquier proceso creativo a partir de las fotografías de Mapplethorpe. Cuando se refiere a Hemingway deja traslucir un debate acerca del honor, y cuando lo hace sobre Martha Stewart nos habla de excentricidad y empoderamiento. Pero siempre, y este tal vez sea el asunto que enhebra el libro se convierte en sinónimo admiración y la facultad de querer. El equilibrio entre amar y sentirse cautivado es una de las grandes lecciones que nos transmiten los artículos de Joan Didion. Y eso es mucho.

sábado, 6 de noviembre de 2021

TRANSFORMACIONES

 

Transformaciones

Anne Sexton

Traducción de María Ramos

Ilustraciones de Sandra Rilova

Nórdica

Madrid, 2021

171 páginas

  


Anne Sexton (1928 – 1974) era consciente de que los hermanos Grimm jamás hubieran imaginado un lugar como Brooklyn. Pero nosotros hemos podido hasta pasear sus calles, respirar su contaminación y compartir nuestro tiempo con gente como los protagonistas de la película Smoke. De ahí la urgencia, bastante visceral, de actualizar los cuentos que a tantos entretuvieron y que sirvieron, a su vez, para concitar y exorcizar miedos. Porque el miedo es la herramienta sobre la que la poeta trabaja, lee y reescribe, los doce cuentos elegidos en estas transformaciones, que nos entrega en formato de verso. Será la forma de la poesía lo que ayude a involucrar a las corrientes literarias que desde los hermanos Grimm hasta la primera década del siglo XX han tenido lugar, desde el verso libre hasta el surrealismo, desde el modernismo hasta el futurismo, pasando, inevitablemente, por Kafka.

Los cuentos de hadas, o los cuentos infantiles tradicionales, ocultan siempre sucesos muy oscuros. Sexton se ensucia las manos con la parte más siniestra y la trata con una naturalidad que hace revivir a la oscuridad. Puede haber un trasfondo demoníaco en ese afán por la sangre, por los hombres truncados, por la muerte, por los animales simbólicos, por la belleza como temeridad en los cuentos de hadas. Puede que a él acuda Sexton para descubrir que con esas sensaciones, que ya estudiaron psicoanalistas como Bruno Bettleheim, se construyen hallazgos poéticos, figuras poéticas que resultan muy contemporáneas. La rana es el escroto de un padre, por ejemplo. O esta descripción de una relación sexual, que deslumbra, en el cuento de Rapunzel: “Pero él la deslumbró con su palo danzante. / Se tumbaron juntos sobre los hilos amarillos, / nadaron entre ellos”. Por no hablar de cómo entiende el final clásico de los cuentos y a qué debería traducirse: “y así pasaron sus días / viviendo felices para siempre…, / una especie de féretro, / una especie de miedo azul. / ¿No es así?”

Blancanieves comerá siete hígados de pollo cuando entre en la casa de los enanitos, en un relato que comienza asegurando que “Tengas la vida que tengas / una virgen es una muñeca agradable”. Una muñeca agradable que come hígados de pollo y que termina sus días, o al menos los días que cuentan para el relato permaneciendo en palacio, “abriendo y cerrando sus ojos azul esmalte, / y hablando de vez en cuando con su espejo, / como hacen las mujeres”. El sexo y la realidad, a la que se enfrenta con un simbolismo que nos remite a Kafka y, por qué no, a Poeta en Nueva York o a ciertas obras de Silvia Plath, con quien compartía la depresión suicida, serán ejes sobre los que circule una voz narrativa muy libre, que encuentra asociaciones sorprendentes y efectos de humor. La preocupación por la figura femenina y, sobre todo, una brutal sinceridad, serán dos connotaciones que nos estén recordando sobre qué estamos leyendo: cuentos morales a los que se les priva de moralidad tradicional, aquella con la que se pretendía aleccionar a los niños. Así va componiendo unas interpelaciones al lector que nos golpean con mucha fuerza, pues no cesan de ser sorprendentes.

¿Qué es la realidad? Nos preguntamos durante la lectura, con una potencia semejante a la que nos sacude cuando leemos las novelas de Kafka. Hay un extrañamiento que en esta edición se suaviza gracias a unas ilustraciones tan limpias como sugerentes. La edición, a la que acompaña el texto original en inglés, no puede ser más cuidada. La única realidad de la que podemos dar fe es la del amor por los libros y el amor por la literatura, la de siempre y la que todavía requiere de mucha imaginación, que aquí se ve muy bien traducida por María Ramos.

Antes de terminar una advertencia: “Aquel que mata a su padre / y gana tres veces a su madre / deshace el hechizo”. Las interpretaciones son tan inquietantes como múltiples.


Fuente: Revista de letras

viernes, 5 de noviembre de 2021

EL IMPULSO NÓMADA

 

El impulso nómada

Jordi Esteva

Galaxia Gutenberg

Barcelona, 2021

495 páginas

 


Se imponía un pequeño mundo feísimo, el de los años cincuenta y sesenta, en nuestro país, en el que el franquismo había instalado la costumbre de cercenar y pintar de gris.

Todo debía ser uniforme. Todos debían estar cortados por un patrón cuya esencia se definía, sobre todo, por un corte militar en el que se imponían los gustos, y los gustos eran horribles: tardes de toros y emblemas patrióticas para sustituir a un país atrasadísimo, en el que apenas se permitían grietas para que entrara la música de algún grupo de Liverpool, y aun así esta era condenada entre las muelas de los mayores, a quienes se debía un respeto que se asemejaba demasiado al miedo. Nos decían que la cultura es un jardín cerrado cuyo cultivo requiere una especial sensibilidad, y esa especial sensibilidad estaba en los libros de texto, donde se elogiaban las corridas de toros, a Churruca agonizando en la batalla de Trafalgar, a El Gran Capitán degollando malvados en Italia o a San Jorge matando moros. Se suponía que había gustos exquisitos que marcaban el contenido de lo que debería enorgullecernos, y este contenido podía reducirse a la música de Manolo Escobar y a la predicción meteorológica de Mariano Medina.

Mientras tanto, en las aulas de centros diseñados en estudios de arquitectura cuyos principios culturales eran la cantidad y la geometría, sobrevivían alumnos practicando el acoso y luchando contra los sabañones. En los momentos más clandestinos, cualquier cosa podía ocurrir en los lavabos, y esa cualquier cosa nunca se asemejaba a la amapola que nace en el estercolero. En el estercolero lo que mejor se da es el estiércol. Allí un Jordi Esteva, hijo de esta época impregnada de fealdad, iba construyéndose con más dudas que aciertos. Y en ese ambiente, que también implicaba a una familia integrada, el efecto rebote le empujó al viaje, a salir y a no querer volver jamás. ¿Qué es un viajero? En realidad, se trata de un alma donde conviven con más o menos armonía dos términos contradictorios: el héroe y el antihéroe. Uno aspira a ser el protagonista de su propia vida, lo cual es una heroicidad, pero si quisiera que se le señalara como el más fornido y el más valiente, no saldría de viaje en modo incógnito. Uno parte sintiendo que le gustaría ser un mestizo entre Eneas y Don Quijote, aunque su objetivo sea tan personal, que desde fuera podría llamársele valiente a la par que egoísta. En realidad, no es ni una cosa ni otra. Porque se siente arrojado, apuesto, honesto o equilibrado. De hecho, si sale de casa es para encontrar ese equilibrio en algún lugar e integrarlo en cuanto sea posible. Uno quiere ser Ulises, pero conoce el existencialismo, y sabe que si intenta parecerlo se asemejará al Lazarillo de Tormes. En definitiva, Esteva parte por la misma razón por la que un manzano da manzanas: porque es Jordi Esteva.

Ahora rinde cuentas de su biografía en este El impulso nómada, una obra que recoge infancia, adolescencia y juventud, sin esconder nada: ni el bullying, ni el descubrimiento de la homosexualidad, ni el flirteo con drogas, ni el ansia de emular los viajes a Asia, ni cierta impresión de orientalismo que le sedujo. Pero en el que se ensalza, y mucho, a los amigos. Viajar es conocer paisajes, pero es, mayormente, encontrar a personas. Esteva nos había regalado el mágico libro sobre Socotra, la isla remota donde se supone que vive el ave Roc. Ahora se expone a sí mismo, reedita sus vivencias, sus viajes, sus años en Egipto, el deseo de la India, la seducción del desierto. Todo bajo una memoria que trabaja a destajo: tal vez haya un criterio riguroso para seleccionar episodios, los justos, los que al autor le han parecido más concluyentes, los que mejor le definen, pero, sin duda, lo que existe es una labor de documentación exhaustiva en los pozos de los recuerdos, de los que se rescatan múltiples detalles. Cabe decir que la redacción de este texto autobiográfico no es extenuante. Esteva recurre a frases sencillas, preconcebidas en muchas ocasiones. Sabemos que su capacidad expresiva, cuando se lo propone, podría encuadrarse en ese jardín cerrado cuyo cultivo requiere una especial sensibilidad. Así pues, debemos pensar que aquí el autor ha preferido abrir las puertas del jardín para ser uno más de nosotros, para que la cultura, los viajes, pertenezcan a todos. No existe otra forma de compartir que no sea la de sintiendo que, previamente, algo le pertenece a uno. El viaje fue de Jordi Esteva, ahora también es del lector.

martes, 2 de noviembre de 2021

LOS ENANOS

 

Los enanos

Concha Alós

La Navaja Suiza

Madrid, 2021

254 páginas

 


La realidad es que apenas nos queda el deseo para vivir.

Eso es lo que sucede con estos personajes que pueblan Los enanos, la novela de Concha Alós (Valencia, 1927 – Barcelona, 2011) que recupera La Navaja Suiza. El realismo que transmite es social y roza lo siniestro, y los deseos se expresan en la actividad de soñar despierto, que muchas veces tiene que ver con aspiraciones, y siempre con la necesidad de sacar la nariz por encima de la superficie de las aguas muertas. A los seres que habitan en la pensión barcelonesa de los años sesenta, un ambiente feo, les puede haber sentido cómo aquello que soñaron que sería su vida, se ha truncado por efecto de una sociedad que no permite nada que no sea sobrevivir en gris. Estamos en plena dictadura franquista y la obra funciona como testimonio de esa época, denunciando que apenas se permitían ni siquiera los conflictos que tuvieran que ver con la condición humana. Asistimos a un trozo de la vida de unos seres civilmente estancados, sin posibilidad de aspirar a una moral, en los que el colectivo se impone al individuo.

Excepto en el caso de María, que da la segunda voz a la obra. Entre los cuadros de una vida intimidada, Alós introduce apuntes de un diario de una joven que vive el fallo de un gran amor y las consecuencias, que serán hasta demasiado orgánicas: “Otras, cuando el sol es muy fuerte, las cosas brillan y la vida es, para los demás, importante, me rebelo contra algunas palabras que me parecen vacías, que son como monstruos colorados llenos de ojos y orejas y vacíos, completamente vacíos, por dentro: deber, sociedad, sacrificio…”. Esta mujer, que habla de sí misma como alguien a quien la lucha diaria la convierte en una persona cansada y estúpida, a quien los recuerdos la hacen desesperar, nos ofrece una visión más intimista en un mundo donde todo lo que sucede está expuesto a los ojos de los demás. Los personajes viven para ser comidilla en las otras bocas. Y esa miseria no deja de ser una denuncia social. Esa miseria será la que dé el tono descriptivo, breve, de cada suceso, en los que se impone la exposición de pensamientos de corto alcance y los diálogos veloces, combinado por un talento muy eficaz de la autora para llevarnos a prestar atención a detalles significativos. Puede que no observemos el cuadro completo, pero sí prestamos atención a los puntos que decoran la narración y nos imponen un pensamiento triste, al menos triste leída hoy, cuando esos decorados son parte de algunos recuerdos.

Alós organiza la obra alrededor de los mismos centros de interés que empañan la vida de la clase obrera y de la condición de la mujer. Nos habla de una existencia dolorosa en la que las tiritas para evitar la autocompasión consisten en no resistirse a hablar de los demás –“Somos ratas que no pueden escapar de la negra cloaca para mirar a la luz”-, respirando un aire en el que la felicidad es absolutamente imposible: “Y yo y mi pobre cuerpo y toda mi vida irán a quemarse con la de los otros enanos, con la de los desheredados y los torpes”.