Los enanos
Concha Alós
La Navaja Suiza
Madrid, 2021
254 páginas
La realidad es que apenas nos queda el deseo para vivir.
Eso es lo que sucede con estos personajes que pueblan
Los enanos, la novela de Concha Alós (Valencia, 1927 – Barcelona, 2011)
que recupera La Navaja Suiza. El realismo que transmite es social y roza
lo siniestro, y los deseos se expresan en la actividad de soñar despierto, que
muchas veces tiene que ver con aspiraciones, y siempre con la necesidad de
sacar la nariz por encima de la superficie de las aguas muertas. A los seres
que habitan en la pensión barcelonesa de los años sesenta, un ambiente feo, les
puede haber sentido cómo aquello que soñaron que sería su vida, se ha truncado
por efecto de una sociedad que no permite nada que no sea sobrevivir en gris.
Estamos en plena dictadura franquista y la obra funciona como testimonio de esa
época, denunciando que apenas se permitían ni siquiera los conflictos que
tuvieran que ver con la condición humana. Asistimos a un trozo de la vida de
unos seres civilmente estancados, sin posibilidad de aspirar a una moral, en
los que el colectivo se impone al individuo.
Excepto en el caso de
María, que da la segunda voz a la obra. Entre los cuadros de una vida
intimidada, Alós introduce apuntes de un diario de una joven que vive el fallo
de un gran amor y las consecuencias, que serán hasta demasiado orgánicas: “Otras,
cuando el sol es muy fuerte, las cosas brillan y la vida es, para los demás, importante,
me rebelo contra algunas palabras que me parecen vacías, que son como monstruos
colorados llenos de ojos y orejas y vacíos, completamente vacíos, por dentro:
deber, sociedad, sacrificio…”. Esta mujer, que habla de sí misma como alguien a
quien la lucha diaria la convierte en una persona cansada y estúpida, a quien
los recuerdos la hacen desesperar, nos ofrece una visión más intimista en un
mundo donde todo lo que sucede está expuesto a los ojos de los demás. Los
personajes viven para ser comidilla en las otras bocas. Y esa miseria no deja
de ser una denuncia social. Esa miseria será la que dé el tono descriptivo,
breve, de cada suceso, en los que se impone la exposición de pensamientos de
corto alcance y los diálogos veloces, combinado por un talento muy eficaz de la
autora para llevarnos a prestar atención a detalles significativos. Puede que
no observemos el cuadro completo, pero sí prestamos atención a los puntos que decoran
la narración y nos imponen un pensamiento triste, al menos triste leída hoy,
cuando esos decorados son parte de algunos recuerdos.
Alós organiza la obra alrededor
de los mismos centros de interés que empañan la vida de la clase obrera y de la
condición de la mujer. Nos habla de una existencia dolorosa en la que las
tiritas para evitar la autocompasión consisten en no resistirse a hablar de los
demás –“Somos ratas que no pueden escapar de la negra cloaca para mirar a la
luz”-, respirando un aire en el que la felicidad es absolutamente imposible: “Y
yo y mi pobre cuerpo y toda mi vida irán a quemarse con la de los otros enanos,
con la de los desheredados y los torpes”.
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