Oasis prohibidos
Ella Maillart
Traducción de Manuel Serrat
Crespo
La línea del horizonte
Madrid, 2021
316 páginas
En el prólogo de este magnífico libro Nicolas Bouvier abre el debate acerca de la escritura y la vida:
“El atractivo frescor de la observación, un estilo extremadamente preciso, una
filosofía del viaje, en definitiva, que permite al autor vivir una aventura sin
querer gobernarla en exceso, sustituyen ventajosamente la «pretensión de hacer una obra literaria» y me confirman en mi idea de que con mucha frecuencia
aprovecha más leer a los viajeros que escriben que a los escritores que viajan”.
La duda surge al intentar definir qué es un viajero que escribe y qué es un
escritor que viaja, cuando nos encontramos frente a un texto que refleja un
viaje. No hay opción alguna a acceder a un registro de ADN que nos garantice
que el autor es viajero por encima de escritor, ni escritor por encima de
viajero. En lo que nos afecta como lectores, lo que recibimos es una impresión
en la que nos gusta sumergirnos para compartir con el autor la experiencia, en
mayor o menor grado. Separar la escritura del viaje, es decir, de la vida, es
como separar la forma del fondo, que es algo que sólo se soluciona en los
libros de texto y por la necesidad académica de gestionar un análisis. En realidad,
si no se trata de lo mismo se trata de algo tan simbiótico que no es posible
modificar uno sin que se vea afectado lo otro.
La línea del horizonte recupera este Oasis prohibidos,
de Ella Maillart (Ginebra, 1903 – Chandolin, 1997), en el que se atraviesa
China de este a oeste, para llegar a Sinkiang, cuina de una vieja cultura
iraní, cruzar montañas para acceder a Cachemira, y todo de forma clandestina. Maillart
y su compañero, el periodista Peter Fleming, atraviesan el Turquestán chino
levantado en armas, un territorio fragmentado por el que combaten señores de la
guerra, algunos al servicio de otros países. El recorrido se divide en dos
etapas básicas: la primera en la que se atraviesa la China conocida, donde se
impone el sabor de las curiosidades, de lo diferente; y una segunda en la que
nos vemos inmersos en una Tartaria donde lo desconocido debería sobrecogernos,
pero en su lugar nos dejaremos sorprender. Tanto en uno como otro lugar,
Maillart demuestra la misma sensibilidad que conciencia europea, pues mientras
el texto se desliza deliciosamente, reconocemos el lugar desde el que escribe,
que se sabe civilizado: “En Kumbun la vida parece inmutable y transcurre como
hace cien años”; “pero sobre todo, un retazo de Europa, materia aislante, nos
acompañaba inevitablemente por el mero hecho de nuestra comunidad; no me
hallaba a miles de kilómetros de todo lo que conocía, sumergida en un Asia en
la que iba integrándome”. A continuación se lamenta de acarrear con ella esa
conciencia, trasladando el lastre al planteamiento del viaje, en el convive con
un británico: “Siendo dos no se aprende tan rápidamente la lengua, los
indígenas no te adoptan, te sumerges menos en el ambiente”.
Ese ser dos nos regala
uno de los niveles de lectura más personales de la obra escrita en 1935, que es
la relación con Peter Fleming, que no deja de condicionar la mirada de la
viajera. Hay unos vínculos de amor y odio bastante ingenuos, y bastante
reconocibles, a los que no renuncia Maillart. Es más, parece fomentarlos para recordar
a los lectores que somos seres paradójicos: que ella prefiera el esquí a la
caza, al contrario que Fleming, les separa y les une, pues, al fin y al cabo,
se trata de dos actividades al aire libre: “Unidos por la voluntad de tener
éxito en nuestra empresa, nos entendemos a las mil maravillas. Pero, en
definitiva, no contemplamos las cosas del mismo modo”. En ese sentido, también nos gustaría ver
recuperado Noticias de Tartaria, en que se lee la versión de este mismo
viaje, la otra mirada, que nos presenta el británico.
Mientras tanto, nos
quedaremos en este regalo, en el que descubrimos que enunciar, enumerar, es una
de las estrategias literarias de descripción más complejas y que mejores
resultados transmite. En las secuencias que escribe Maillart asistimos a un
mundo extraño y que merece mucho la pena conocer. Tanto como para lamentar no
haber sido nosotros los compañeros de este viaje por un mundo que difícilmente
podremos recuperar, pero que gracias a gente como ella podemos, eso sí,
intentar comprender, que es el objetivo del viaje: hacernos mejores personas; “¿Cuántas
veces había maldecido, en Europa, la ajetreada vida que me impedía pensar? Y ahora
solo las preocupaciones de la vida material contaban para mí”.