El libro de la
almohada
Sei Shònagon
Traducción de Jesús
Carlos Álvarez Crespo
Satori
Gijón, 2021
410 páginas
Cuando llueven ladrillos de canto, uno debe plantearse si la alegría de vivir no puede brotar de algún lugar del estercolero en que se le va convirtiendo el interior.
La salvación no
consiste tanto en conseguir el bienestar como en saberse en la lucha contra el
desánimo. El hombre ha creado una serie de recursos que nos ayudan, la mayoría
de ellos vinculados a alguna de las expresiones del arte: la literatura, el
teatro, el cine -ahí estará, siempre, Cantando bajo la lluvia-. Pero
también está la naturaleza y la capacidad de observar la naturaleza, que es
también una versión artística propia del hombre, y la adaptación de la
naturaleza a las dimensiones del hombre, eso que conocemos por jardinería. La
alegría de vivir no tiene por qué venir en un envase de euforia como se expresa
en la película de Stanley Donen y Gene Kelly, pues existe otra de carácter más
apolíneo, de diferente intensidad, que se extiende a lo largo de los demasiados
días y las demasiadas noches que nos toca vivir.
A esta suerte de
felicidad, de alegría, de descrédito del desánimo pertenece El libro de la
almohada o, para ser más exactos, pertenece la lectura que hoy podemos
hacer de El libro de la almohada. Llega a ser desconcertante el encanto
que refleja, con una sencillez maravillosa, Sei Shònagon, una mujer japonesa
que vivió en el siglo X, en el periodo Heian. Y si sostenemos que desconcierta
es porque el libro nos confronta con la realidad, con la calle, que se ha
transformado en un monstruo de siete cabezas en el que está ausente la
sensibilidad conmovedora de nuestra mujer. Shonagon es una noble que va tomando
nota de todo lo que pueden abarcar sus sentidos, que están perfectamente
dispuestos a estremecerse en un grado que no cesa, es decir, que no es
exagerado, pero es constante. Aquí algunos ejemplos, tomados de algunas de las
enumeraciones:
“COSAS DESALENTADORAS. Un perro ladrando en pleno día. Una trampa de cañas para capturar peces de invierno que se ha abandonado hasta la primavera. Un kimono de color ciruela y rosa cuando entrada ya la tercera o cuarta luna. Un boyero al que se le ha muerto el buey (…) Un brasero cuadrado y largo un hogar sin fuego encendido. Un erudito con un montón de hijas.”
“COSAS QUE HACEN QUE EL CORAZÓN LATA CON RAPIDEZ. Un gorrión con sus polluelos. Pasar por delante de un sitio donde hay niños pequeños jugando. Encender un incienso excelso y acostarte sola para dormir.”
“COSAS REFINADAS Y ELEGANTES. El sobretodo de una joven noble de color blanco sobre un violeta-gris pálido. Los huevos de ánade. Hielo raspado con un sirope dulce de parra virgen y servido en un cuenco nuevo de metal brillante. Un rosario de cristal de roca. Las flores de la glicinia. La nieve sobre las flores del ciruelo.”
“COSAS PERTURBADORAS. La madre de un bonzo que se retira a la montaña por espacio de doce años. Los vasallos que acompañan a su señor a un lugar desconocido durante una noche sin luna para evitar ser vistos. No hacen fuego, simplemente se sientan en fila y esperan nerviosos en la oscuridad hasta que él vuelva.”
Es posible que se
transmita un cierto talante aristocrático en tanta exquisitez, y es muy
probable que esa sea la razón por la que Borges adoraba este libro. De hecho,
en España no hemos conocido una edición completa hasta hoy, en que Satori ha
preparado este volumen que será uno de los mejores regalos que podremos hacer,
pues hasta ahora la edición más popular era una incompleta selección de textos
elaborada y traducida por el propio Borges.
Pero será esta aristocracia,
por otra parte, la que también nos desconcierte. Da la sensación de que la
belleza y el amor no están hechas para otra clase que no sea la suya, la noble.
Y, tal vez, tampoco la moral o el sentido espiritual con que se puede afrontar
la existencia para transformarla en vida. Shònagon nos habla de una sociedad
refinada, tierna, ociosa y entregada a los rituales y las ceremonias, una
sociedad contemporánea de un occidente oscuro y sucio. Las imágenes que nos
transmite esta lectura, comparadas con las imágenes de lo que imaginamos era el
siglo X en Europa, nos llevan a pensar en una cultura superior, si por superior
entendemos una entrega a la estética y lo que ello supone: mejorar la
convivencia y fomentar el respeto. Todo es más lento, e imaginamos que es porque
se lo pueden permitir. Pero eso es un prejuicio occidental y del siglo XXI.
Shònagon nos recuerda que la velocidad a la que se abre una flor, la velocidad
a la que crece un cerezo, sigue siendo posible hoy en día. Ahora bien, de vez
en cuando aparecen en el libro los albañiles, los jardineros y hasta las
limpiadoras de letrinas. ¿Viven ellos con otro tipo de sobresaltos? ¿Estará reservada
para ellos la alegría del sobresalto, como, por ejemplo, la que facilita el
alcohol?
Pero no es esa lectura
política, social, la que se impone. Está al fondo, sí, pero muy detrás de la
belleza de las descripciones, de la sutileza de las relaciones, de la
sensibilidad a flor de lectura, de la tranquilidad de los jardines. Ese
encuentro, delicioso, hace de esta lectura una experiencia conmovedora. Y que
deseemos que ese mundo que describe, el hermoso, delicioso, encantador, es el
que queremos para todos.
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