viernes, 26 de marzo de 2021

EN LLAMAS

 

En llamas

Naomi Klein

Traducción de Ana Pedrero Verge y Francisco J. Ramos Mena

Paidós

Barcelona, 2021

383 páginas

 


Estas son algunas de las cosas que más se echan en falta en este mundo: la poesía, la sensibilidad, la inteligencia, la madurez, la armonía, la imaginación, el respeto, el descanso, la compasión y hasta un sentido del prójimo que se asemeje al del Nuevo Testamento. A cambio, nos presenta toda una caterva de sociópatas y versiones de la sociopatía que estamos demasiado hartos de soportar. Frente a la empatía y los mejores deseos para que triunfe lo que debería ser más humano, la bondad, la sociopatía ha impuesto sus normas y ha ido implementando sus programas de miseria planificada, que es la acertada expresión que utilizó Rodolfo Walsh. A su alrededor se ha elaborado un discurso emocional que afecta a la parte más egoísta de nuestro ADN, y en muchas personas, demasiadas, esa parte ocupa casi toda la doble hélice. De ahí que se permita imponer una explotación planetaria que acabará con la vida, sin duda, amparándose en que su oposición oculta la privación de libertades, y se entiende por libertades los derechos de posesión. En realidad, la ley de la selva que esconde el discurso neoliberal ha demostrado ser una fórmula para asesinar banalmente a la naturaleza, y a nosotros con ella.

Naomi Klein será una de las voces más representativas de quienes se niegan a ceder, de quienes reclaman que otro mundo es posible y que estamos a tiempo de alcanzarlo, pues todavía asomamos la nariz por encima de la superficie del agua. No nos hemos ahogado y a tiempo estamos de recuperarnos, de salir a flote. Pero eso supone un esfuerzo no sólo individual. De eso versan estos artículos recogidos bajo el título En llamas. Klein demuestra una fe inquebrantable en lo que ella llama la comunidad: no parece tratarse de lo mismo que el Estado, aunque bien podría ser el Estado el sistema si consiguiéramos que ésta fuera algo más que una forma de distribución de riqueza en manos de sociópatas. La comunidad sería cualquier fórmula digna en la que se organizara la sociedad con un único fin: hacer del planeta un lugar mejor. Y no sólo para uno mismo, ni para su vecino, sino también para el desconocido. Será en ese sentido en el que se refleje el espíritu del prójimo que defendía Jesucristo, ese que reflejó en la parábola del buen samaritano. Klein sigue confiando en el hombre en tanto que ser político y desconfiando en los economistas, porque éstos han demostrado una falta de ilusión que les impide ahondar en la materia gris para buscar soluciones. La fe en el crecimiento económico como fórmula única es descorazonadora, entre otros motivos por la escasa imaginación que demuestra.

Aquí va denunciando la nueva colonización, el espíritu reaccionario, la política impuesta desde arriba por administraciones como la de Trump, frente a la política real, que sería la del hombre como miembro activo de la polis, la comunidad. Reniega del paradigma económico y reconoce que sí, que cualquier estrategia para salvar el planeta del cambio climático -y por ende de todo lo demás, pues sin planeta no habrá causas de justicia- pasa por lo que se conoce como políticas de izquierdas frente al egoísmo narcisista de la rabia:

“Tendremos que reconstruir la esfera pública, revertir privatizaciones, relocalizar grandes parcelas de la economía, reducir el consumo excesivo, recuperar la planificación a largo plazo, regular e imponer impuestos contundentes a las corporaciones e incluso tal vez nacionalizar algunas de ellas, recortar el gasto militar y reconocer nuestras deudas con el sur global”.

“Tener razón sobre algo tan aterrador no le hace ilusión a nadie. Pero a los progresistas nos hace sentir responsables”.

El truco que se maneja en la bancada de la derecha es el de afirmar que cada uno es dueño de su destino, que nos labramos nuestra propia suerte. De esta manera, uno elude hasta la responsabilidad de sentir un poco de culpa por no contribuir a mejorar la situación de otro ser humano. Y mucho menos del planeta, cuando la salud del planeta depende de lo más invisible que existe, que es el aire. Pero Klein no se queda en el análisis de la perdición climática y las relaciones entre la economía y el calentamiento global; Klein reivindica el espíritu holístico de la lucha por las causas que merecen la pena, que todas ellas tienen que ver con formas de violencia, con los abusos, con la maldición de la sociopatía, y que estamos hartos de enunciar: sí existe un lado débil en cada una de las decisiones que tomamos, y es por ello que debemos tomarlas pensando en lo mejor para quien no puede defenderse por sí solo con la eficacia con la que se defienden los directivos del IBEX 35:

“El cambio climático actúa como un acelerador del muchos de nuestros males sociales (desigualdad, guerras, racismo, violencia sexual…), pero también puede actuar en sentido contrario, como un acelerador de las fuerzas que trabajan por la justicia económica y social y contra el militarismo”.

lunes, 22 de marzo de 2021

DELATORA

 

Delatora

Joyce Carol Oates

Traducción de José Luis López Muñoz

Alfaguara

Barcelona, 2021

408 páginas

 


¿Hemos tenido una vida feliz? Revisitar la infancia, la adolescencia, la juventud, con toda la violencia que hemos padecido, puede llevarnos a una respuesta sorprendente. Ese es el planteamiento del que arranca esta novela, Delatora, con la que Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) sacude, de nuevo, los cimientos de la familia. Oates idea una situación extrema como detonante: dos hermanos blancos propinan a otro muchacho, negro, una paliza, como consecuencia de la cual terminará falleciendo; la hermana menor de la familia, bastante numerosa, de doce años, tiene la clave para resolver el crimen, pues ha presenciado cómo sus hermanos borran los rastros. La consecuencia de la delación, que se demora, será su marginación familiar, pues por alguna suerte de defecto genético o de sometimiento a la dictadura de unos principios que anteponen la integridad familiar a la justicia, los padres toman un partido innecesario: la malvada será la niña y la consecuencia en destierro. Asistimos a un inexplicable carácter cruel, como si fuera algo más que inevitable, como si se asumiera que así debemos ser, pues Oates nos ha ido presentando una atmósfera de urbe alejada de cualquier moral, y de cualquier lugar, en la que se respira la violencia: la violencia masculina y la violencia racial, incluida la justificación de la violencia racial como una lucha antirracial.

El relato sucede en primera persona, contado por la víctima, que recurre a la segunda persona para imprecar al lector. Pues la novela es un retrato de nuestros monstruos, los de la clase media, los de la vida cotidiana, que jamás es tan cotidiana y a veces ni siquiera es vida. Para que la vida sea considerada como tal, deberíamos estar convencidos de que somos dueños de buena parte de nuestro destino, pero la protagonista es una cáscara de nuez en la tormenta de su alrededor, allí donde sea que caiga. Y cae en lugares de lo más variado: el hogar de sus tíos, el instituto, la residencia de un doctor, la universidad y hasta el regreso a la ciudad de los padres. Y siempre caerá presa de esa otra tensión que sobrevuela nuestros días y nuestras noches, la que se refiere al sexo, y que con tanta frecuencia, como le sucederá a ella, se rompe con estrépito, nos destroza, nos desarma, nos deshace. El comportamiento de la narración nos lleva de un lugar a otro, como a Eneas en el relato de Virgilio, en una estructura itinerante en la que nos vamos deteniendo en cada puerto, hasta que la acción se consume y nos vemos abocados a la huida. Aunque, en realidad, la protagonista trata de esconderse: sus hermanos saldrán algún día de la cárcel y la buscarán, damos por supuesto, como traidora, como la responsable de su condena. Son seres que podrían perdonarse a sí mismos haberse convertido en asesinos, y hasta perdonar al sistema legal por regirse bajo unos acuerdos que los llevan al castigo, pero jamás perdonarán, ni ellos ni los padres, una delación.

Cargando con su condena allí por donde va, la protagonista sufre acoso, abusos, insomnio y toda suerte de males que brotan de la tracción de la personalidad irascible que se va imponiendo en esta sociedad, la que lleva a transformar las frustraciones y los fracasos en patologías y degeneraciones. El punto fuerte de esta novela, escrita con un oficio mucho más que digno, es, precisamente, el de la psicología que nos nutre y a la vez nos derrota: los sentimientos encontrados, las emociones cargadísimas, los acosos insoportables, la angustia, la gran tristeza (que tiñe, como substrato, toda la obra) y, por encima de todo, la culpa. La protagonista no duda a la hora de saber que tiene que salir adelante, pero sí duda sobre si se lo merece. Oates comienza metiéndonos dentro de su cabeza y contemplamos la presión moral a que se somete a una púber. Luego ella irá creciendo, pero jamás se librará de ese dilema tóxico, vivirá maldiciendo y se hará adulta en el exilio, en esa situación en la que se le niega a uno hasta el derecho a la nostalgia. Compartirá situaciones de sexo no consentido, y a veces consentido en un trance que se asemeja mucho al duelo, con personajes de baja estofa, de mala ética, subidos al carro de la violencia, que son una muestra de la perversión a la que nos asomamos desde las aceras, en las calles, en el centro de trabajo o en el lugar de estudio. Ella visita su propia existencia sin decidir si merece ese castigo, que es social y que es personal. Quisiera esconderse, preferiría no saber las cosas que sabe y duda que haya un solo ser en el mundo que la quiera sanamente. Pero no renuncia a apostar por una nueva versión de supervivencia y se reinventa. El drama, todos lo sabemos, es que siempre ganan los más poderosos, los más fuertes, los más malos. El drama es el pesimismo, a pesar de lo cual no debemos dejar de coser el botón de la camisa mientras escuchamos un aria de Verdi. De ahí que no exista un final, porque el final es propio del cine y no de esta novela que da un paso más allá de la realidad para retratarla, y que concluye con una gran duda, la de pensar que tal vez, al contrario que nuestros padres, por muy equivocados que estuvieran, no seamos capaces de formar una familia. Es posible que no seamos merecedores de esa suerte.


Fuente: Revista de letras

sábado, 20 de marzo de 2021

TIENES QUE MIRAR

 

Tienes que mirar

Anna Starobinets

Traducción de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado

Impedimenta

Madrid, 2021

184 páginas

 


La dificultad estriba en aprender a separar la tristeza del dolor. Esa es la enseñanza básica de esta obra, en la que Anna Starobinets (Moscú, 1978) nos habla de una experiencia reveladora, dura, pero reveladora. Hemos conocido a Starobinets a través de sus relatos, sus ficciones con buenas dosis de fantasía y terror, y ahora afronta el recurso literario a modo de método cauterizante. Dentro de Starobinets crece un bebé inviable. Y ese ser imposible da lugar a una serie de desencuentros, si bien la expresión es un eufemismo. En lugar de acudir a su auxilio, los profesionales de su país demuestran una inhumanidad que aturde. Son los antimédicos, la gente que en lugar de sanar, echan sal en la herida. Hasta ahora esa función sólo estaba asignada al enemigo, al canalla, y ahora sabemos que se esconden entre las filas de quienes nos deberían ayudar a tener una vida mejor. Frente al dolor, regalan pánico.

Starobinets trata de informarse en un trabajo de búsqueda que obedece a una necesidad: sí o sí, debería imponerse la vida. Y, sin embargo, se impone el tipo de miedo que los pastores griegos identificaban con el dios Pan escondido entre la naturaleza: como no se dejaba ver, sacudía con más fuerza, pues todos sabemos que no podemos dominar a la naturaleza. Si ella quiere acabar con nosotros, le resultará fácil lograrlo. Starobinets descubre que puede acabar con ella desde fuera, pero también desde dentro. Aun así, su empeño en salvar a un condenado nos remite a los defensores de causas perdidas. No pueden dejar de ayudar, pues no existe opción dentro de su juicio ético, pero saben, o van sabiendo a base de darse cabezazos contra las paredes, que nadie les va a ayudar, a su vez.

Hasta que sale de su atmósfera y da con un lugar en el que sí existe la empatía e, incluso, la compasión en su esencia: padecer con el otro. Starobinets deberá decidir si quiere vivir con la marca de la muerte en las entrañas. Pero los empáticos le mostraran que no es exactamente así, que en las entrañas no existe sólo el tóxico de la culpa, que se puede guardar la tristeza sin conservar el dolor. Sin embargo, en su regreso a casa vuelve a toparse con los individuos sin alma ni norte, sin ética ni bondad. Ella precisa de consuelo, ese valor tan poco apreciado, para afrontar la curación de ataques de pánico, de depresiones, de crisis de ansiedad, para superar el duelo. En un planeta en el que se cultiva en egoísmo, la codicia, en el que la gente está de vuelta sin haber ido a ninguna parte, lo que nos salva es encontrar buena gente y gente sensata. Si la memoria se ilumina con las pequeñas cosas, el vínculo con el presente se iluminará con esa forma de sensatez que es la bonhomía. La necesitaremos durante la lectura de esta obra, para aliviar el malestar que sentimos al leer, como nos exige Starobinets, con las emociones ardiendo.

jueves, 11 de marzo de 2021

VIAJES ALREDEDOR DE UNA HABITACIÓN

 

Viajes alrededor de una habitación

Xavier de Maistre

Traducción de Delfín G. Marcos

Mármara

Madrid, 2021

173 páginas

 


Contar las constelaciones y luego echarse a dormir. Esa es la esencia de viajar, algo así como el resumen de un día en que te sentiste libre. ¿Cómo sentirse libre sin salir de la habitación? Encerrado en ella durante varias semanas, a cuenta de un confinamiento domiciliario, Xavier de Maistre (Chambéry, 1763 – San Petersbrugo, 1852) decide que en lugar de constelaciones va a dar buena cuenta de lo que nos hace humanos. Así escribe Viaje alrededor de mi habitación, que años más tarde completaría con Expedición nocturna alrededor de mi habitación, en los que se propone desgranar la filosofía del hombre de mundo. No se trata de los grandes temas metafísicos ni éticos, nada del estilo de montar una estructura que trate de explicar el universo y la razón de nuestra presencia en el universo. Se trata de tocar los temas humanos como los tocaba Montaigne, pero con un aliento más corto y un espíritu muy didáctico. Escribe con esa conciencia propia de su época, la de tener lectores, la de saber que será leído y, en consecuencia, debe ser diáfano y aterrizar en el territorio del hombre común.

Xavier de Maistre va recorriendo los espacios de la habitación y a partir de cada pared, de cada rincón, distribuye pensamientos, diserta, como si siguiera a los distintos ángeles que le salen al paso. Y así afronta el tema del alma y el tema de las artes, que nos distinguen de los otros seres vivos. Como nos diferencian otros asuntos que van saliendo al paso: la amistad, sin duda alguna, o en qué consiste la virtud; habla de la belleza y los efectos de la belleza, que son la alegría y la tristeza; se centra en la forma de observar que es propia del ser humano a través de la expresión propia y la común; se acerca a otros verbos como jugar o inventar, y también menciona la imaginación, que es un valor constante a lo largo de los dos textos.

Todo lo plantea como si estuviera en diálogo consigo mismo, lo cual bien podría ser síntoma de locura; pero ese filo en el que se puede mover el hombre, esa línea que separa estar loco de vivir cuerdo, ha dado lugar a pensamientos lucidísimos, como si los autores abandonaran sus lastres y, no teniendo obligación de rendir más cuentas, se permitieran pensar tan libremente como si estuvieran contando constelaciones antes de acostarse. En realidad, son momentos de autoconocimiento. Xavier de Maistre se hace consciente de sus limitaciones y nos enseña que haber vivido significa haber estado abierto al aprendizaje. Y todo esto lo reflexiona con un tono exacto de humor en el primero de los escritos, el viaje de día, que dará pie a una melancolía algo más acrecentada cuando afronte el paseo nocturno, algo que es inevitable que asociemos a la senectud. Bien aprovechadas, tanto la juventud como la vejez son dos temporadas en las que navegar entre la sabiduría.

miércoles, 10 de marzo de 2021

PRIMAVERA SOMBRÍA

 

Primavera sombría

Única Zürn

Traducción de Alba Lacaba Herrero

Pepitas

Logroño, 2021

78 páginas

 


Como no se cumplen los sueños de la infancia, la infancia debería ser castigada. Sin embargo, nos aferramos a los días azules con una memoria que es, en realidad, la herramienta para rescatarnos de los naufragios. Los sueños de la infancia sobrenadan en ella junto a las risas en la playa, en el monte, en el parque, en la verbena del pueblo o compartiendo bocadillos. ¿Qué sucede si uno vive una infancia en la que no cabrán ni los sueños ni las risas? Entonces lo mejor sería liquidarla, acabar con ella, si es que se puede eliminar la infancia de nuestro interior como se elimina la cabeza bajo la guillotina.

De eso trata esta Primavera sombría, un libro aterrador escrito por la escritora y pintora, por la poeta Única Zürn (Berlín, 1916 – París, 1970). Zürn ha practicado las técnicas literarias del surrealismo y siente el anhelo de un amor romántico, ideal o idealizado. En este relato parece mostrar un despecho desmesurado frente al desencuentro con el romanticismo y se rebela. Nos encontramos con una niña que está abandonando el territorio de la infancia sin haber fraguado ni un solo recuerdo grato, que la reconforte, y que mantiene vivo el complejo de Electra, ese enamoramiento, o casi enamoramiento, platónico por el padre. En teoría, al entrar en la pubertad debería haber superado dicho complejo, pero no resulta tan sencillo, sobre todo cuando tienes que convivir con la ausencia del padre y su sustituto, un hermano mayo, resulta ser un degenerado, un delincuente, un violador.

El relato nos habla de los primeros pasos en el sexo de la niña, y nos hallamos frente a un aprendizaje peor que desgarrador: no hay nada de erotismo en el sexo, que es una experiencia crudísima, indigesta, patológica y hasta satánica. Zürn no recurre a ningún tipo de subterfugio, a nada que se asemeje al eufemismo, ni adorna de ninguna manera la tragedia. Las pasiones son sucísimas y las liberaciones una tortura. La obra impacta, y mucho. Pensar que alguien fue capaz de idearla nos hará replegarnos sobre nuestros prejuicios, porque eso significará que tal vez alguien tuvo que habitar en ese mundo no sólo dentro de las fronteras de la literatura.

lunes, 8 de marzo de 2021

LOS HEREDEROS DEL OPIO

 

Los herederos del opio

Josep Prat

Península

Barcelona, 2021

286 páginas

 


Viajar puede estar convirtiéndose en una maldición: se ha sacralizado al acto de desplazar el cuerpo y colgar una foto sonriendo, siempre sonriendo, aunque el telón de fondo sea el campo de exterminio de Auschwitz. Uno viaja para descubrir o descubrirse, para sentir o para sentirse, para dejarse sorprender, para enamorarse en el sentido en que entendía el enamoramiento Aristóteles, quien sostenía que al enamorado se le incrementaba la sensibilidad, sentía todo con mayor ardor. Encontrar que los demás no comparten esa alma, es una auténtica declaración de decadencia: si uno no viaja para sentir cómo le afecta el viaje, lo hará para presumir, lo hará por una versión moderna de la avaricia. Y el viaje por codicia afecta más al lugar y a las personas a las que uno viaja, que al viajero. Él se encontrará en un territorio sentimental inmóvil. Pero ellos, se verán en la tesitura de dejarse vencer para seguir existiendo, o permanecer como eran para seguir siendo. Y uno no puede ser si no existe. Ese anhelo, esa impresión de que o se llega demasiado o uno tiene que buscar lo más remoto, está presente en este libro, Los herederos del opio, escrito por un periodista joven con una sorprendente solvencia para la literatura de viajes.

Josep Prat (Sabadell, 1993) sabe encontrar el afán del destino, sus particularidades, sabe mantener el pulso del interés, eliminando lo que no afectará al lector; sabe invocar a la tristeza como telón de fondo y a la aventura -el tipo de aventura que podríamos tener nosotros, que no alcanzaremos jamás la cumbre de una montaña de ocho mil metros ni nos sumergiremos en la fosa de las Marianas- representarla en primer plano; sabe encontrarse con gente cuya crónica merece la pena y mantenerse detrás de la persona para no figurar como sujeto demasiado valiente. El libro es consistente y nos habla de la dualidad. Prat ha recorrido el sudeste asiático, como corresponsal y como mochilero, y nos habla de los días en que se aleja de rutas convencionales para adentrarse en aldeas más remotas. Viaja por Laos, baja unos días a Camboya y luego se marcha al norte de Vietnam. Y de todos los lugares nos habla intentando reflejar la dualidad que afecta a la vida de la calle y a la educación sentimental: es complicadísimo, sino imposible, conciliar tradición y ciertas formas de gobierno, y también las costumbres cotidianas en un mundo que te ofrece cantos de sirena con forma de nueva tecnología.

Así Prat se va preguntando qué es la revolución, o qué fue de ella, si es que la hubo o la hay. Y para ello se acerca a perdedores, como todo buen periodista, y busca la dignidad de la derrota. En las regiones por las que pasea, no faltará nada de ello, como consecuencia, mayormente, de las guerras del siglo XX. Buscará la pista de guerrilleros ocultos, de naciones sin Estado, de conflictos, de tipos que son especiales a su pesar o con devoción por serlo y, por supuesto, nos hablará de la gente normal, de la gente. Todo con ciertas dosis de maldición hacia un occidente que no deja de afectar de una manera más o menos sibilina -en ocasiones con gritos que aturden- a la transición de esos países, de esas aldeas, hacia lo que no conseguiremos definir hasta que no sea pasado. Y aun así, tal vez sigamos ignorando en qué lo transformamos, porque se impondrá el anhelo de haber conocido lo que pudo haber sido.

miércoles, 3 de marzo de 2021

LA MIRADA IMPOSIBLE

 

La mirada imposible

Agustín Fernández Mallo

Wunderkammer

Girona, 2021

93 páginas

 


Hay que salir del sepulcro de todos los días, levantarse y andar. A eso nos vemos reducidos, a un acto en el que la voluntad se suma a la supervivencia, y que supone el mismo gesto que debemos practicar cuando nuestra inteligencia se plantea el problema de la identidad: sal del sepulcro y anda. No estás muerto. Si sabes huir, puedes hacerlo hacia una agradable sobremesa con los amigos. Pero si de camino te planteas quién eres, si el tipo que se rasca la cadera por debajo del pijama al despertar o el ser al que abrazan los que te quieren, si eres el que te parece o el que les parece a los demás, te darás de bruces con la quinta pared, como la define Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), ese lugar donde habitamos que existe si entendemos la realidad como un espacio con más dimensiones de las que concibe la mirada. Fernández Mallo nos presenta este ensayo sobre la identidad con el ingenio que le caracteriza, y con esa forma de elaborar el ingenio, que es la locución verbal. El despliegue de recursos estilísticos vuelve a sorprender, a constituirse en una atmósfera envolvente que nos lleva a cuestionar si la realidad está dentro o fuera de nosotros, o en los dos lugares, pero ignorando en qué medida.

Somos, resolviendo así la duda del príncipe de Dinamarca, en la medida en que nos observan: “La idea de que el sujeto arma su propia identidad y más o menos la controla no es más que una mentida consoladora. La identidad nos la construyen los otros en un proceso que incluye exclusivamente su mirada, y en el que poco o nada podemos intervenir”. No es, pues, el anacoreta en la cueva del desierto, o es, sencillamente, menos, pues quien le observa es Dios, que es, a su vez, una proyección de lo que él observa: su interior, su deseo, su fuga. Sin embargo, como el propio Fernández Mallo va aclarando en un inicio que explica la motivación del ensayo, somos o queremos ser uno y otro al mismo tiempo: impostamos como si pretendiéramos vivir varias vidas. El referente será móvil, pendular, y supondrá la constante elaboración de pactos con algo que no conseguiremos jamás definir, que es la realidad, aunque sí conseguimos cuestionarnos su contrario, la irrealidad, cuánto de irrealidad nos forma, que es el tema sobre el que el autor cimenta los mejores párrafos. Los cambios de punto de vista irán añadiendo espectros, sobre los que indaga Fernández Mallo con referencias constantes a la cultura, al cine -como, por ejemplo, a Kim Ki Duk-, a la poesía de, sobre todo, Alejandra Pizarnik. La información sobre la identidad será material y será sentimental, como apunta el autor, que deja visos de creer que en nuestro interior hay un planeta de humanidad que escapa a lo práctico, a los actos de sobrevivir. Se trata, de alguna manera, de considerar que el interior que nos habita es ilimitado.

Levántate, sal del sepulcro y camina. No somos sólo las noticias, que son acosos que también nos construyen. En buena medida, somos el resultado de nuestros actos. Pero ¿se reduce a ese resultado, a la construcción que hacen quienes nos observan, la identidad? El debate seguirá abierto, y Fernández Mallo no va a renunciar a saltar al campo de juego para participar en él.

martes, 2 de marzo de 2021

EL LEOPARDO DE LAS NIEVES

 

El leopardo de las nieves

Sylvain Tesson

Traducción de Juan Vivanco

Taurus

Barcelona, 2021

168 páginas

 


Para que el paso de los días deje de ser duro y pedregoso, el hombre dispone de la inocencia y de la rebeldía. A primera vista se nos puede antojar que son medios contrarios, como lo son la fuga y la resignación, pero es posible reunirlos en armonía y para ello se idearon las distintas facetas del arte. Ahí están las muestras de salvación que presenta la pintura, que es una de las artes que más admira Sylvain Tesson (París, 1972), en viajero y poeta autor de este libro de viajes. El leopardo de las nieves lleva el mismo título que la obra maestra de Peter Mathiessen y, en buena medida, ambas hablan sobre uno mismo, sobre quien protagonizó el viaje y escribió con poesía. La naturaleza pasará a ser la fuente de la que bebe la inocencia y el descanso que nos ofrece la rebeldía: por fin logramos abandonar la civilización, que es una olla podrida, y nos adentramos en un lugar sin fronteras, en el que nos sentimos retratados con cortesía, con la amabilidad de no sufrir el paso del tiempo o los ruidos del tráfico. En la naturaleza no hay polución. Y la forma de conocimiento viene impuesta por un solipsismo bien entendido, pues serán las impresiones directas en los sentidos lo que motive emociones y pensamientos, sentimientos e ideas, sin tener que recurrir a fuentes de segunda mano, a la literatura ajena o a los discursos de los profesores.

Así es como se plantea Tesson este libro, de capítulos cortos, frases cortas y una sencillez extrema, para ayudarnos a ser parte de la experiencia, que es, al fin y al cabo, el objetivo más honesto que puede tener un libro de viajes. Le vemos a él retratado y vemos retratado el paisaje, que describe con un amor de una pasión muy balsámica. La voluntad de expresarse con poesía se impone, porque se impone el anhelo de una vida sincera, sin el malestar de la civilización, de la farsa. Tesson lleva a tal extremo este deseo que es capaz de sentir añoranza por el inicio, por el Edén que no llegamos a conocer en ningún otro sitio que no sea los fósiles: en algún momento el planeta estuvo cubierto al cien por cien de pura naturaleza, y que no exista un gramo de cemento ni de asfalto debe de causar el placer más sano, el auténtico, algo que uno se atrevería a llamar la verdad: el origen de la verdad. En esos principios, con los que viaja y escribe Tesson, sobrenada la inocencia y sobrenada la rebeldía. Asiste a la belleza del mundo, en Asia, en el Mekong, en Tíbet, en la montaña, y aprende el valor de la paciencia. El tiempo no existe mientras uno aguarda durante semanas a que aparezca el leopardo de las nieves para ser fotografiado, pues será un célebre fotógrafo de zoología quien le acompañe en el viaje o, para ser más exactos, al que acompaña él. E intenta celebrar esta belleza con las palabras. Mientras tanto, a través de la convivencia con las otras dos personas con quienes comparte viaje, y a través de una inquietud que le es propia, reflexiona sobre el misticismo, que aparece, sin mencionarlo, como un deseo y, por tanto, se le cuestiona. Tesson encuentra consuelo en el Tao, una fuente de conocimiento que se asemeja a la naturaleza, al menos en los efectos que nos produce, y que se asemejan a una tierna combinación de inocencia y rebeldía. Que será lo que haga atractiva la lectura de esta obra, compartir, no sin envidia, este viaje.