En llamas
Naomi Klein
Traducción de Ana Pedrero
Verge y Francisco J. Ramos Mena
Paidós
Barcelona, 2021
383 páginas
Naomi Klein será una de
las voces más representativas de quienes se niegan a ceder, de quienes reclaman
que otro mundo es posible y que estamos a tiempo de alcanzarlo, pues todavía
asomamos la nariz por encima de la superficie del agua. No nos hemos ahogado y
a tiempo estamos de recuperarnos, de salir a flote. Pero eso supone un esfuerzo
no sólo individual. De eso versan estos artículos recogidos bajo el título En
llamas. Klein demuestra una fe inquebrantable en lo que ella llama la
comunidad: no parece tratarse de lo mismo que el Estado, aunque bien podría ser
el Estado el sistema si consiguiéramos que ésta fuera algo más que una forma de
distribución de riqueza en manos de sociópatas. La comunidad sería cualquier fórmula
digna en la que se organizara la sociedad con un único fin: hacer del planeta
un lugar mejor. Y no sólo para uno mismo, ni para su vecino, sino también para
el desconocido. Será en ese sentido en el que se refleje el espíritu del
prójimo que defendía Jesucristo, ese que reflejó en la parábola del buen
samaritano. Klein sigue confiando en el hombre en tanto que ser político y
desconfiando en los economistas, porque éstos han demostrado una falta de
ilusión que les impide ahondar en la materia gris para buscar soluciones. La fe
en el crecimiento económico como fórmula única es descorazonadora, entre otros
motivos por la escasa imaginación que demuestra.
Aquí va denunciando la
nueva colonización, el espíritu reaccionario, la política impuesta desde arriba
por administraciones como la de Trump, frente a la política real, que sería la
del hombre como miembro activo de la polis, la comunidad. Reniega del paradigma
económico y reconoce que sí, que cualquier estrategia para salvar el planeta
del cambio climático -y por ende de todo lo demás, pues sin planeta no habrá causas
de justicia- pasa por lo que se conoce como políticas de izquierdas frente al
egoísmo narcisista de la rabia:
“Tendremos que reconstruir la esfera pública, revertir privatizaciones, relocalizar grandes parcelas de la economía, reducir el consumo excesivo, recuperar la planificación a largo plazo, regular e imponer impuestos contundentes a las corporaciones e incluso tal vez nacionalizar algunas de ellas, recortar el gasto militar y reconocer nuestras deudas con el sur global”.
“Tener razón sobre algo tan aterrador no le hace ilusión a nadie. Pero a los progresistas nos hace sentir responsables”.
El truco que se maneja en
la bancada de la derecha es el de afirmar que cada uno es dueño de su destino,
que nos labramos nuestra propia suerte. De esta manera, uno elude hasta la
responsabilidad de sentir un poco de culpa por no contribuir a mejorar la
situación de otro ser humano. Y mucho menos del planeta, cuando la salud del
planeta depende de lo más invisible que existe, que es el aire. Pero Klein no
se queda en el análisis de la perdición climática y las relaciones entre la economía
y el calentamiento global; Klein reivindica el espíritu holístico de la lucha
por las causas que merecen la pena, que todas ellas tienen que ver con formas
de violencia, con los abusos, con la maldición de la sociopatía, y que estamos
hartos de enunciar: sí existe un lado débil en cada una de las decisiones que
tomamos, y es por ello que debemos tomarlas pensando en lo mejor para quien no
puede defenderse por sí solo con la eficacia con la que se defienden los
directivos del IBEX 35:
“El cambio climático actúa como un acelerador del muchos de nuestros males sociales (desigualdad, guerras, racismo, violencia sexual…), pero también puede actuar en sentido contrario, como un acelerador de las fuerzas que trabajan por la justicia económica y social y contra el militarismo”.