De Dublín a Nueva York
Maeve
Brennan
Traducción
de Isabel Núñez
Malpaso
Barcelona,
2019
539
páginas
Ser
memoria es una bendición. No mencionamos la memoria como una virtud o una
cualidad, ni siquiera como un valor intelectual o espiritual. Nos referimos a
ser memoria, a que la memoria lo sea todo, que se confunda con la literatura,
que sea literatura. En una época en la que se está sustituyendo la literatura por
la literatura, es decir, la esencia por el virtuosismo, en un momento en el que
la literatura se cocina a partir de las lecturas de letras, frases, párrafos, y
no de la fuente original, que es la vida, un libro como De Dublín a Londres nos ayudará a recordar -otra vez mencionamos a
la memoria- cuál es el origen de la necesidad del relato. Maeve Brennan
(Dublín, 1917 – Nueva York, 1993) defiende la pureza de la literatura con una intensidad
que, por momentos, iguala a Chejov, aunque sus pretensiones están muy alejadas
del autor ruso. Para quien quiera hacerse una idea, diremos que el libro está
dividido en dos partes, la irlandesa y la norteamericana, y que en la primera
de ellas comienza recordándonos a Edna O’Brien, pero a medida que avanzamos nos
remite a William Faulkner. En cuanto a las imágenes sobre Nueva York que forman
las crónicas del segundo bloque, debemos significar que su sencillez y humildad
provocan envidia.
Este
será uno de los grandes libros de este año y, sin duda, una de las mejores
lecturas para cualquier momento. Comienza con la inocencia de la infancia y Brennan
demuestra saber estar en paz con su pasado, un ejercicio más complejo de lo que
se nos figura. Como escritora, no interpretará en ningún momento, ni en la
etapa juvenil ni en la vida adulta en Manhattan. Se vale de registros que
incitan a la interpretación psicológica, o que quedarán guardados en el
recuerdo para que los hagamos aflorar de vez en cuando y revisemos lo que pudieron
sentir los personajes, y nosotros con ellos. Así van creciendo sus personajes
irlandeses, formando parejas en las que las aristas se imponen al contacto, en
el que se sufre el condicionamiento social. Aunque el talento de Brennan es tal
que uno no puede calificar a los relatos de costumbristas, porque son tan
personales que no se reconocen las costumbres. Cada acto, cada frase, va significando
sin llegar a puntualizar, a anclar, porque si uno abre y cierra un paréntesis
en una vida, ponga los corchetes donde los ponga, nada es una obra cerrada. Y mucho
menos el paso por la Tierra.
El
tema que unifica a los relatos es una pregunta: ¿qué se necesita para mantener
cuerpo y alma unidos? Nos remite a un Dublín algo aislado, que uno catalogaría como
provinciano si no tuviera terror del sentido peyorativo de ese adjetivo, pues
es imposible haber nacido en todo el planeta a la vez. Aunque, eso sí, sus
narraciones poseen una de las cualidades propias de este género: el personaje
central soporta la angustia de la autocompasión, o de evitar la autocompasión.
Se nos habla del patriarcado, de la pereza, de la abulia y de la maldición que
supone vivir por inercia, una corriente por la que nos dejamos llevar con demasiada
enjundia, un infierno, del que Brennan supo huir.
Y
para ello pasó buena parte de sus años en Nueva York. Una vez que supo emular a
Faulkner, hacer del alma emoción y recordarnos que no disponemos de tiempo
suficiente como para procesar las emociones y transformarlas en sentimientos,
colaboró con varios medios escribiendo momentos urbanos. Brennan entiende la
ciudad como un lugar habitado y es la gente quien llama su atención. Se transforma
en una activa voyeur que adora el gesto pequeño. Ve, y parece indicar que ya
pensará más adelante sobre aquello que registra. Con lo cual evita que sus artículos
sean algo parecido a actas notariales. Nos habla de nosotros, nos facilita la
empatía, y esa sensación es muy agradable. Nueva York es una ciudad caótica, neurótica,
llena de músicos solistas interpretando cada uno una pieza, y además desafinan.
Pero ella sabe reconciliarnos con la locura, nos muestra un lugar que invita a
que sucedan pensamientos y sueños.
Una
maravilla, un gran acierto editorial.