Revelations
Jerry
Moffatt
Traducción
de Rosa Fernández Arroyo
Desnivel
Madrid,
2018
256
páginas
Hay
un momento en que esta raza, derivada de algo semejante a un mono, se pregunta
qué es lo que ha vivido. De hecho, en la mayoría de nosotros la pregunta es
mucho más superficial, y por tanto una carga de profundidad en la línea de
flotación: ¿de verdad hemos vivido? ¿Esto que nos ha ido sucediendo, mientras
esperábamos a que llegara la vida, era la vida? Apenas nos queda energía para
una última rebelión, la más inmediata, la que atañe a intentar poner el relato
del pasado en su sitio antes de que terminen unos días y unas noches en los que
no hemos llegado a conquistar nada, ni siquiera lo inútil. En el caso de Jerry
Moffatt, su actuación sobre la piel del planeta se nos antoja envidiable. Jerry
parece haber vivido como a muchos de nosotros nos hubiera gustado hacerlo. Su
biografía está repleta de aventuras en las rocas, en el mundo vertical o en el
desplome, donde parece haber pasado más horas que sobre el suelo horizontal.
Si
nos atenemos a lo que va sugiriendo a lo largo de este libro autobiográfico, su
éxito como escalador se debe a su tesón, sí, a su incapacidad para rendirse, como
él va confesando, pero, sobre todo, a llegar a percibir que lo natural es la
escalada. Es un territorio en el que se siente tan seguro como cualquiera de
nosotros en el salón de nuestros hogares. No importa el dinero, no importa el
hambre, no importan los ladrillos de canto que van cayendo más allá, en otro
mundo tan diferente al que él ha elegido habitar. Importa, eso sí, y mucho, la
amistad. Jerry Moffat se muestra cordial con todo el mundo, y fraternal con los
más cercanos. Comienza su carrera como escalador siendo adolescente, y antes de
cumplir veinte años ya estaba superando los grados más altos hasta entonces
catalogados. Su historia es la historia de la escalada en roca contemporánea:
desde el séptimo grado hasta el noveno. La envidia que siente el lector es la
de saber que ya no protagonizará la época donde los escaladores eran un cruce
entre bohemios, punkies y hippies, herederos de una contracultura que sabían
llevar al límite, que entendían que no debía molestar a nadie. Ni siquiera cuando
descubren el placer por las motos, pues ser motero en ese tiempo quería decir algo
diferente a lo que supone en la actualidad. Incluso un vehículo tan dañino como
ese, servía para contactar con la naturaleza.
Moffatt,
y sus compañeros, no creían correr más riesgos escalando, aunque fuera en solo
integral, que por el hecho de no tener dinero. Su memoria es un repaso un tanto
artístico a las hazañas en la escalada, pero también un homenaje a la edad de
la sencillez, a la inocencia. En el libro abundan las descripciones de vías, en
las que el sentido que se impone es el del tacto. Moffatta, cuando escala, es
todo tacto y todo equilibrio. En realidad, se podría resumir su actitud en el
profundo conocimiento del arte de la propiocepción, ese sentido que descartamos
por ser tan intuitivo que apenas paramos a reconocerlo, ese que nos transmite
la involuntaria sensación de movimiento del cuerpo. Junto a la motivación,
constituye el eje sobre el que basa el relato. Moffatt viene a decir que no hay
sueño imposible, pero sabe que son necesarias unas cualidades innatas. De
hecho, el relato centrado en su cuerpo se detiene apenas en dos o tres ocasiones,
como a cuenta de la muerte de su hermano pequeño, que nació con un defecto
congénito en el corazón, o la de Wolfang Güllich. Muertes que le enseñaron a
practicar con más intensidad el ejercicio de saberse en el mundo, de hacernos
nuestra propia suerte.
A
la hora de la verdad, aunque no lo mencione, se trata de despedirse sabiéndose
un digno ser vivo, una persona digna, un buen amigo. Moffatt se refugió durante
años en una tribu, pues como tal vive él los años ochenta y noventa, antes de
la masificación de la escalada. Incluso cuando se decide a competir lo hace con
un cierto romanticismo: voy, gano una vez y me vuelvo. Es otro ejercicio de
lucha. Y si uno no lucha, lo sabe hasta el diablo, es un cadáver con unas
cuantas células todavía en funcionamiento. Hacia el final, brevemente, nos
cuenta cómo se ha reinventado cuando los años le impidieron seguir ejecutando
ejercicios de escalada de dificultad. Para Moffatt, este libro es una repetición
de su vida, una prueba de reescalada. El lector se asombrará al cotejar el espíritu
de esos años con la historia de la última década, por ejemplo. Asusta mirar al
abismo del pasado, ver la velocidad con la que todo se transforma. Moffatt nos
regala un poco de esos buenos tiempos, los comparte con el lector. Pero no cabe
asustarse. El vértigo no es pensar tanto que aquella fue una edad de oro, como
suponer que la que estamos viviendo lo será para nosotros cuando se nos vaya
agotando la energía y no nos veamos con fuerzas para reinventarnos. Pero eso, todo
sea dicho, no importa. El futuro no existe, o al menos no está sucediendo. Lo
que podremos guardar para siempre, eso sí, son las leyendas, nuestro archivo de
bienestar perpetuo. Revelations
contribuye a esa parte grata y permanente de la vida.