Podemos fabricarte
Philip
K. Dick
Traducción
de Juan Pascual Martínez
Minotauro
Barcelona,
2018
270
páginas
Con
la sensación de que la obra no obedece a un plan previo, se desarrolla una
trama en la que los temas se abordan de forma sucesiva. En principio da la
sensación de que nos encontramos frente a una revisión del mito de Prometeo,
algo en la senda de Frankenstein, por ejemplo. Un grupo de gente ha ideado el
autómata perfecto, un hombre sintético que responde, en buena medida, a los
estímulos humanos, sobre todo a los intelectuales. Con mayor ahínco se viven
estas dudas al tratarse de personajes históricos, capaces de guardar en sus
circuitos una memoria idéntica a la de la persona real. Las intenciones de
vender la patente darán pie a una reflexión sobre el poder y el libre mercado,
incluida la revolución y su forma última: fulminar al poderoso de un disparo.
Sin
embargo, la parte más potente de la novela nos espera a partir de la mitad de
la misma. Es entonces cuando abordamos el desamor, el enamoramiento imposible,
y nos podemos reconocer en el joven que pierde la cabeza por una muchacha con
una patología que, a su vez, incrementa su atractivo. Ella toma una parte tan
activa en la acción como él y dará pie a la parte más madura de la novela,
aquella obsesión de Philip K. Dick que es la cordura. O, para ser exactos, los
riesgos de perder la cordura. Esa búsqueda de anclas con una realidad que tal
vez podamos crear, pero no manipular una vez creada, de una realidad que
también crean los demás, a nuestro pesar, de una solución que tampoco es capaz
de aportar la medicina, unido a la capacidad inmensa de amar, es lo que fragua
la parte más incómoda, más humana, de esta novela. Solo por ella merece la pena
leerla.
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