Ritual de duelo
Isabel de Naverán
Consonni
Bilbao, 2022
167 páginas
La literatura testimonial
busca volver a ver el sol en la ventana cuando uno abre los ojos. Es así de
sencillo: todo se ha apagado, se ha venido abajo, y uno se plantea si lo que
expresa es rendición o es terapia mientras no puede dejar de escribirlo. De
esta manera, vagando entre dudas, se le van a uno las ideas al papel, unas
ideas que quisiera que no fueran tales, sino sentimientos. Las condiciones del
lenguaje topan con la cualidad de ilimitado de los sentimientos. Faltan
palabras y nuestro recurso, en este caso, es acudir a la memoria, esperando que
con ello se pueda suplir esa carencia. Las experiencias deberían solventar,
aunque sea en parte, esa falla. Y también están las metáforas, claro. De hecho,
cuando uno acude a este tipo de literatura, que no cauteriza y apenas consuela,
al menos al autor, pero que expresa algo que necesita compartir, se da cuenta
de que otras artes poseen otros milagros. Estos milagros podrían serenar más,
pues transmiten mejor las emociones, los sentimientos. Ahí está la pintura, por
ejemplo, y eso por no hablar de la música. En la literatura testimonial uno es
puro empaque emocional y apenas posee unos caracteres para expresarlo.
Elegir un lenguaje
formal, como hace Isabel de Naverán (Getxo, 1976) en este Ritual de duelo
es bastante arriesgado. Nada de tropos, nada de adjetivos acumulados, nada de
aquello que nos remita a lo que consideramos propio de la poesía. De haber
poesía, tiene que deducirse de lo narrado y, tal vez, de compartir experiencia
con la narradora. El fallecimiento de una madre le deja a uno a la intemperie y
eso, que casi todo el mundo conoce o acabará por conocer, basta. En este caso,
se trata de una desaparición anunciada tras una larga enfermedad terrible, uno
de esos males degenerativos que acaban por transformar un cuerpo que tuvo vida
en un cúmulo de átomos sin sentido. Y, mientras tanto, debemos mantener la
firmeza, ya que dudamos hasta de la posibilidad de mantener la dignidad. De
este calado es la tormenta, una tormenta que, eso sí, cabe calificar como
humana: no se trata de una lucha que nos haya enviado un Dios para navegar con
esfuerzo, sino de una etapa de construcción, en la que vamos dándonos cuenta de
que podemos ser mejores, pero que por el camino nos vamos a dejar demasiadas cosas
que también son buena. Transformaremos la fuerza en luz. Y en medio de esa luz
estará siempre la presencia de aquel a quien tanto echaremos de menos, a quien
tanto querremos parecernos a partir de ahora. Desde aquí sólo cabe repartir
abrazos a las familias que, como la de Isabel de Naverán, han padecido esta
lluvia púrpura.