El camino a Rainy Mountain
N. Scott Momaday
Traducción de Bruno
Mattiussi
Nórdica
Madrid, 2022
113 páginas
Sentimos el calor de la
relación con la naturaleza cuando nos vemos reducidos a lo más desnudo de
nuestra esencia. Sentimos esa relación, que es de ternura y es de memoria, en
las despedidas, sobre todo en las despedidas que nos exponen a la imposibilidad
de una reconciliación. Es en esos instantes, cuando somos mucho más pasado que
presente, cuando nos encontramos con lo más natural de lo que somos. Y cuando
brota, a la par de la necesidad de llorar, la necesidad de consensuar un
relato, de expresar un sentimiento a través de una narración. Y regresamos con
el camino de la nostalgia a los lugares que nos construyeron.
El fenómeno es fácil de
identificar en el individuo. Pero también existe en el clamor o el terror
social, también existe en el grupo, en la tribu. De hecho, es una de las cosas
que definirán una tribu. Y queremos expresar, aquí, una definición de tribu en
el mejor sentido posible: allí donde los que nos rodean son refugio, son
consuelo, son compasión, son armonía, son, en definitiva, amigos.
De esto trata este texto
que es ya casi un clásico, en el que se refleja el viaje sentimental de los indios
kiowa hasta un reasentamiento tras la rendición. En la despedida, en la
nostalgia, en los momentos de revisar quiénes fuimos, se vuelve a construir el
mundo. El texto es una suerte de Génesis. Aquí tenemos a el hombre, que es, a
su vez, todos los hombres, relacionándose con el entorno con una mirada
dispuesta a reconocer la magia, a construir leyendas. El contenido se expone a
través de tres voces diferentes: “La primera es la voz de mi padre, la vos
ancestral y la voz de la tradición kiowa. La segunda es la vos del comentario
histórico. Y la tercera es la voz de la reminiscencia personal, mi propia voz”.
Los tres planteamientos dan lugar a una experiencia de lectura muy
enriquecedora, en la que nos exponemos a encontrar las diversas caras de un
poliedro que, al sumar puntos de vista, enriquecen el territorio, enriquecen la
memoria, enriquecen aquello por y para lo que vivimos. Estamos frente a una
experiencia literaria que expresa tanto la libertad de los espacios abiertos
como la libertad a la hora de expresarse. De ahí que siga y seguirá mereciendo
la pena leer esta travesía, que es un adiós.
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