martes, 22 de marzo de 2022

BÚHOS DE LOS HIELOS DEL ESTE

 

Búhos de los hielos del este

Jonathan C. Slaght

Traducción de Julio Hermoso

Siruela

Madrid, 2022

371 páginas

 



Existe un territorio en el que lo más salvaje es el grupo de jóvenes que se reúne para practicar la costumbre, tal vez la tragedia, del botellón. Ahí el teléfono móvil impone su ley, a todas horas, y la vida es eso que sucede dentro de las redes sociales. ¿Cuándo dejamos de ser esencialmente naturaleza? ¿Por qué elegimos separarnos de lo salvaje para considerar que eso que llamamos civilización, que es una construcción urbana, es la mejor de las opciones? Nosotros creamos edificios y carreteras, y ahora creamos los algoritmos y nos pudrimos con las neurosis de la vida moderna. Los árboles, por su parte, crean bosque. Somos los gestantes y alimentadores de nuestra propia condena, que es algo demasiado parecido a la infelicidad. Hemos aprendido a sobrevivir gracias a la química, mientras nos criamos enfangados en la materia del tiempo, de la suma de segundos.

Frente a la maldición, están las experiencias, que siempre son individuales, de gente que regresa a la naturaleza. Muchos de ellos, de los que mejor podemos aprender, a experiencias de naturaleza cruda y compleja, allí donde sobrevivir se hace complicado. Se convierten en seres del desierto, de la tundra, de las islas extremas, de las grandes cumbres. Y decimos se convierte y no que viajan, porque viajar supone desplazamiento, supone que la continuidad es el movimiento y no la convivencia. En casos como el que hoy tratamos, el de Jonathan C. Slaght, es una muestra de ello. Con afán de escribir una tesis doctoral, Slaght se desplaza hasta un lugar remotísimo, el territorio de los búhos manchúes, entre Rusia, Corea del Norte y China. El animal al que busca es totémico, es extraño y es precioso. Allí se transforma en observador y practicante de una vida rudísima, que es la que pasa a protagonizar la mayor parte de este libro. Estamos en un territorio que casi podríamos llamar virgen, donde la naturaleza sigue siendo quien desempeña el papel decisivo que condiciona la vida. Sacar adelante el día a día es una aventura que nos recuerda, por ejemplo, a Dersu Uzala.

Es cierto que se habla de alcoholismo, ese que mata la desazón de la soledad y las horas vacías, y no del compartido con afán de carcajada. Es cierto que aparecen personas que no se comportaron dignamente. Pero ahí Slaght es testigo, una condición que comparte con la de conviviente y nos transmite en un relato en el que sabe mantener la distancia. Como lectores, nosotros somos parte de la gran experiencia de la naturaleza, a la par que damos fe de esas existencias que bordean lo terrible allí donde lo salvaje puede llevarnos al límite. Estamos en un territorio donde apenas se ha visto a ningún extranjero, que Slaght nos describe con minuciosidad. De hecho, todo el libro es un despliegue documental, en el que las palabras pretenden sustituir a las imágenes mientras transmiten las sensaciones. Será la situación, la existencia, los días en que se forme parte de lo salvaje, lo que dé interés al libro. Todo lo que nos atrapa brota de una experiencia diferente, que no deja de ser una gran sorpresa. En ella, el autor, que es protagonista junto a algunos personajes muy fieles, demuestra que eso que conocemos como tenacidad es uno de los grandes valores a los que deberíamos aferrarnos. Sobre todo, cuando nuestra dedicación no puede ser más digna y menos lesiva. En ese sentido, este será un libro bueno, un libro que nos apoya en cualquier proyecto decente, y esa decencia, uno se pregunta la razón, parece que cada día supone acercarnos más a la naturaleza.

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