Búhos de los hielos
del este
Jonathan C. Slaght
Traducción de Julio
Hermoso
Siruela
Madrid, 2022
371 páginas
Existe un territorio en
el que lo más salvaje es el grupo de jóvenes que se reúne para practicar la
costumbre, tal vez la tragedia, del botellón. Ahí el teléfono móvil impone su
ley, a todas horas, y la vida es eso que sucede dentro de las redes sociales.
¿Cuándo dejamos de ser esencialmente naturaleza? ¿Por qué elegimos separarnos
de lo salvaje para considerar que eso que llamamos civilización, que es una
construcción urbana, es la mejor de las opciones? Nosotros creamos edificios y
carreteras, y ahora creamos los algoritmos y nos pudrimos con las neurosis de
la vida moderna. Los árboles, por su parte, crean bosque. Somos los gestantes y
alimentadores de nuestra propia condena, que es algo demasiado parecido a la
infelicidad. Hemos aprendido a sobrevivir gracias a la química, mientras nos
criamos enfangados en la materia del tiempo, de la suma de segundos.
Frente a la maldición,
están las experiencias, que siempre son individuales, de gente que regresa a la
naturaleza. Muchos de ellos, de los que mejor podemos aprender, a experiencias
de naturaleza cruda y compleja, allí donde sobrevivir se hace complicado. Se
convierten en seres del desierto, de la tundra, de las islas extremas, de las
grandes cumbres. Y decimos se convierte y no que viajan, porque viajar supone
desplazamiento, supone que la continuidad es el movimiento y no la convivencia.
En casos como el que hoy tratamos, el de Jonathan C. Slaght, es una muestra de
ello. Con afán de escribir una tesis doctoral, Slaght se desplaza hasta un
lugar remotísimo, el territorio de los búhos manchúes, entre Rusia, Corea del
Norte y China. El animal al que busca es totémico, es extraño y es precioso.
Allí se transforma en observador y practicante de una vida rudísima, que es la
que pasa a protagonizar la mayor parte de este libro. Estamos en un territorio
que casi podríamos llamar virgen, donde la naturaleza sigue siendo quien
desempeña el papel decisivo que condiciona la vida. Sacar adelante el día a día
es una aventura que nos recuerda, por ejemplo, a Dersu Uzala.
Es cierto que se habla de
alcoholismo, ese que mata la desazón de la soledad y las horas vacías, y no del
compartido con afán de carcajada. Es cierto que aparecen personas que no se
comportaron dignamente. Pero ahí Slaght es testigo, una condición que comparte
con la de conviviente y nos transmite en un relato en el que sabe mantener la
distancia. Como lectores, nosotros somos parte de la gran experiencia de la
naturaleza, a la par que damos fe de esas existencias que bordean lo terrible allí
donde lo salvaje puede llevarnos al límite. Estamos en un territorio donde
apenas se ha visto a ningún extranjero, que Slaght nos describe con minuciosidad.
De hecho, todo el libro es un despliegue documental, en el que las palabras
pretenden sustituir a las imágenes mientras transmiten las sensaciones. Será la
situación, la existencia, los días en que se forme parte de lo salvaje, lo que
dé interés al libro. Todo lo que nos atrapa brota de una experiencia diferente,
que no deja de ser una gran sorpresa. En ella, el autor, que es protagonista
junto a algunos personajes muy fieles, demuestra que eso que conocemos como
tenacidad es uno de los grandes valores a los que deberíamos aferrarnos. Sobre
todo, cuando nuestra dedicación no puede ser más digna y menos lesiva. En ese
sentido, este será un libro bueno, un libro que nos apoya en cualquier proyecto
decente, y esa decencia, uno se pregunta la razón, parece que cada día supone
acercarnos más a la naturaleza.
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