lunes, 29 de abril de 2024

NOSOTROS MATAMOS A STELLA

 

Nosotros matamos a Stella

Marlen Haushofer

Traducción de Rosa Marta Gómez Pato

Contraseña

Zaragoza, 2024

103 páginas

 



En lugar de a Moisés guiándonos mientras Dios divide el mar, de camino a la Tierra Prometida, tenemos la culpa, que es todo lo contrario: el agua se nos viene encima, nos ahoga y, además, está envenenada. La narradora de esta novela corta, Nosotros matamos a Stella, está atormentada por la culpa, y ese tormento lo proyecta en todo, hasta en un marido infiel que la engaña con la muchacha que han acogido en su casa: «Siempre que Richard intenta engañarme, me sobreviene un sentimiento de vergüenza incomprensible, aunque no sea yo la que tiene que avergonzarse. Pero es precisamente su falta de pudor lo que me deja muda de vergüenza». Hemos dicho engaña, pero tal vez no sea el verbo exacto, dado que no hay lugar a confusión. Donde sí es todo confuso es dentro de la cabeza de la narradora, Anna, una mujer que responde a los perfiles que creaba Marlen Haushofer (Frauenstein, 1920 – Viena, 1970), personajes para quienes todo supone un exagerado esfuerzo a la hora de vivir.

Haushofer nos ubica dentro de esta mujer, y también dentro de una familia burguesa austriaca, con un padre abogado y dos niños estupendos, y también nos ubica dentro de lo que se supone que es un hogar. En realidad, estamos tan dentro —de la cabeza y encerrados en las paredes—, que volvemos a sufrir la sensación de claustrofobia, esa que Haushofer ya explorara de manera sorprendente en su novela más conocida, El muro. Teniendo todos los mimbres para ser felices, hay una extraña elección hacia la infelicidad: desde la posición de un lector sumergido en el desamparo que se va confesando, da la sensación de que si no tiene las herramientas para salir de ahí, es porque no mira en la dirección correcta: bastaría con girar la cabeza, con asomarse a la ventana. Bastaría, incluso, con abrir esa ventana. De hecho, la presencia de Stella termina por enfangar más su desconsuelo, enfrentada a la inocencia que, damos por supuesto, ella tuvo en alguna ocasión, antes del matrimonio. ¿Por qué no abandonarlo? Desde el principio, destaca la inseguridad entre los caracteres de la mujer: «Sospechamos que luchamos por una causa perdida y emprendemos pequeños y desesperados intentos de rebelión. Cuando fracasa el primer intento, lo que, por lo general, suele ocurrir, nos rendimos hasta el siguiente, que ya será más débil y que nos volverá todavía más miserables y derrotados». Será esta inseguridad el sustrato sobre el que se geste ese extraño pesimismo, ese absurdo que obedece, sobre todo, a la emoción que mueve al mundo, que es el miedo. Podemos ver, fácilmente, los estragos de esta cobardía cotidiana, burguesa, que terminarán con un accidente que se asemeja bastante a un suicidio.

Mientras asistimos al decadente espectáculo que alguien que parece autofagocitarse, como si creyera que el destino la ha criado para ello y no se mereciera otra cosa, vamos apuntando las peculiaridades que desprende de este relato, y que atienden a lo que menos desearíamos vivir: hay un claro fracaso existencial, un desasosiego que deforma, una rutina que se nos antoja la verdadera cárcel, y está presente el mutismo, la incomunicación, la imposibilidad de hacerse entender o lo que sea que nos ha hecho renunciar a hacernos entender. No están definidos los trastornos, pero nos hallamos, claramente, ante una gente que padece mutilaciones sentimentales, fallos en el motor de las emociones que nos llevan a reducirnos a una dualidad pueril, la del blanco o negro: «La vida con Richard me ha corrompido y convertido en algo irrecuperable. Sería absurdo comenzar algo nuevo desde que sé que hay asesinos bondadosos». Lo que no deberíamos hacer, que es lo que hace nuestra protagonista, es quedarnos quietos. Y, sin embargo, cuántas veces nos congela la culpa, la cobardía. De eso trata esta novela que huye de algo tan poco natural como es la calma.


Fuente: Zenda

sábado, 27 de abril de 2024

LA MUJER QUE CONDUCÍA DORMIDA

 

La mujer que conducía dormida

Guy Lieschziner

Traducción de Marc Figueras

Shackleton Books

Barcelona, 2024

344 páginas



 

La vida vuelve a empezar cada día, cuando nos despertamos para incorporarnos a lo que llamamos realidad. ¿Por qué no consideramos reales los sueños? Las sensaciones son igual de intensas que durante la vigilia y, casi seguro, las fantasías soñadas se construyen sobre el mismo humus que los razonamientos. Pero no son los sueños lo que conjure el neurólogo Guy Lieschziner, sino el hecho de soñar, de arrojarse al sueño, con todas las trampas que eso puede suponer. Hemos utilizado la palabra trampas un tanto a la ligera, pues los trastornos del sueño que él va estudiando, que le surgen en consulta, son, en muchos casos, algo más grave, más incómodo, más problemático, más invivible, que una trampa, que es algo utilizado en la caza, una estrategia de la que nos podemos librar. La mujer que conducía desnuda, o la que padecía una extraña forma de epilepsia, o el hombre que buscaba relaciones sexuales sin despertarse, o los que no controlan su cuerpo, no están condenados a una trampa, sino a una enfermedad. Y para salir de ahí hace falta mucha ayuda.

El libro que nos habla de estos casos es, digámoslo sin miramientos, brillante. No es exactamente un libro de crónicas con los casos, ni un tratado neurológico, pero sí es un libro que funciona como un delicioso entretenimiento, como una enciclopedia divulgativa y, lo que es más interesante, como un acicate a nuestra curiosidad. La comparación con Oliver Sacks es inevitable, y los editores no dudan en colocarla como estímulo para invitar a la lectura. Pero las diferencias con el autor de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero son notables; aunque comulga con la idea de que el cerebro es todo un misterio en el que apenas hemos comenzado a arañar la superficie, el interés por una ciencia en desarrollo, con todas las connotaciones médicas que ello implica, está aquí más presente, o al menos presente de una manera más explícita. Lieschziner nos ayuda a entender el funcionamiento bioquímico y orgánico mientras nos expone los casos que ha estado tratando. Comparados con muchos de los que fue encontrando Oliver Sacks en su vida profesional, no son tan extraordinarios, sino que parecen referirse más a lo que podríamos encontrarnos; de esta manera, este libro podría ser menos llamativo que los de Sacks, pero, sin duda, nos afectará más, porque se refiere más a nosotros. Será raro que el lector no reconozca algún patrón posible en lo que va contando, algo que puede estar cerca de él, o incluso bajo la propia piel.

Estamos frente a una obra divulgativa que acierta en la medida en que nos ayuda a comprender, y a intentar seguir comprendiendo, pues no hay capítulos cerrados en estos misterios. Lieschziner nos habla con tono cordial y no cesa de conquistarnos en cada párrafo. Ojalá lleguen pronto más lecturas con este espíritu.

jueves, 25 de abril de 2024

OCHO ENTREVISTAS INVENTADAS

 

Ocho entrevistas inventadas

Enrique Vila-Matas

Hurtado y Ortega

Barcelona, 2024

107 páginas

 

 


Si uno entrevista a un famoso, ¿preparará las preguntas para que las responda el personaje que todos conocemos, o será capaz de inventar algo que nos descubra a la persona que debe esconderse detrás? A un jovencísimo Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) le encargaron traducir una entrevista al mismísimo Marlon Brando y optó por inventar la entrevista, con las respuestas, que a él le gustaría haber hecho. Porque Marlon Brando debería ser uno de los personajes más interesantes que podríamos encontrar: excéntrico, genial, independiente, distinto. La supuesta entrevista, que tiene lugar en 1968, busca sorprendernos por el ingenio del actor, que se centra en el eje de un sentido de la justicia inusitado, el que le supone un cambio vital a la persona que porta esa máscara: si el actor se expresa así de rotundo acerca de los males del mundo, la vida que peligra será la de la persona. A la hora de la verdad, el resultado es una apelación al absurdo, a esas llamadas mentales a no fiarnos de nada, pero creer en la ficción, que en el futuro nos deparará la literatura de Vila-Matas.

Las piezas que componen este pequeño volumen pretenden, por encima de todo, provocar un incremento del interés del lector por el personaje, al que se retrata parcialmente. Será a través de esta visión limitada en la que intervenga la creatividad del Vila-Matas, ahí donde se ponen en marcha los mismos mecanismos que hacen falta para la ficción: un parecer del autor que es el sustrato sobre el que hinca la raíz la creación. Hay que tener en cuenta la capacidad que siempre ha tenido Vila-Matas para hacernos creer que es otro o al menos dudar de quién es el que nos habla. De hecho, como nos recuerda Mario Aznar en el prólogo, estamos frente a un escritor que encontró su estilo mientras estar copiando el estilo de otro.

Pero atendamos a los personajes afectados. Tras Marlon Brando, encontraremos a Juan Antonio Bardem, el genial director de Calle Mayor o Muerte de un ciclista, que sin mentarlo lamenta que en este país hacer cine, y triunfar entre la crítica, no es garantía de nada. Bardem representa la duda. La entrevista que afronta a continuación es a Rudolf Nuréyev, y nos encontramos con alguien que no parece tener mucho que contar, tal vez porque en una entrevista no se maneja con su lenguaje, y al que se le atribuye el don de ser breve y el malestar de ser trágico. Rovira Beleta, director de Los Tarantos y Amor brujo, atiende, o se supone que atiende, mientras está entregado a su trabajo; es como si se le hubiera pillado en mitad del fregado, pero como si no fuera posible pillarle de otra manera. Luego volveremos a encontrarnos con Marlo Brando, ese actor del que Fernando Trueba decía que ver una de sus películas es como asistir a un concierto en el que el solista toca otra música diferente y además está borracho, al que esta vez se le enfrenta una desconocida en un minirelato con forma de diálogo; lo que leemos son las respuestas de un cínico mediático. Anthony Burgess expresará sus temas más obsesivos, que son la religión y la literatura, o la metaliteratura, demostrando qué es lo que admira Vila-Matas de su obra. La entrevista al filósofo Cornelius Castoriadis nunca llega a suceder, ni siquiera en ficción, porque a lo que asistimos es a su preparación, posiblemente por la dificultad o amplitud que tiene el asunto sobre el que debería hablar: el fracaso de un modelo político y social. Patricia Highsmith sirve para reflexionar un poco sobre la transición de la literatura al cine, y mencionar las filias y fobias de la autora vinculadas a su personaje más famoso, Ripley. Terminamos con el capítulo Recuerdos inventados, en el que vemos el deslumbramiento por la literatura de Antonio Tabucchi, con la que tanto tiene en común la obra de Vila-Matas. Esta última pieza nos dejará con el sabor a melancolía de lo que deberían ser las mejores intenciones creativas. Y la aportación a la creatividad es la faceta más destacable de la obra de Vila-Matas.


Fuente: Zenda

sábado, 20 de abril de 2024

DINERO EN EL BOLSILLO

 

Dinero en el bolsillo

Asta Olivia Nordenhof

Traducción de María Rosich Andreu

Sexto Piso

Madrid, 2024

159 páginas


 


Los técnicos de explosivos se acercan siempre con cautela al coche bomba para desactivar la trampa: manipulan con cuidado los cables, los estudian, y terminan por seccionar, con miedo, el de color rojo. Esa cautela es la que se ha ido imponiendo en el estilo con que se trata, con frecuencia, temas sociales, temas delicados, asuntos de miseria, de pobreza, de agresividad y de pérdida. La frase en la que se elimina todo lo que no sea hueso, el recurso al término directo, la construcción seca, el estilo breve hasta en la prolongación del párrafo. Lejos, muy lejos, quedan los niños huérfanos de Dickens, un autor que, a pesar de todo, nos mostraba cariño por sus personajes cuando se adentraba en lo más oscuro. Aquí el cariño es una aportación que debe hacer el lector si le apetece, y la historia, y el lenguaje con el que se narra la historia, no invita a que a uno le apetezca. Dinero en el bolsillo nos habla de la infelicidad que le viene impuesta a quien nació en el barrio siniestro del mundo.

Lo que Asta Olivia Nordenhof (Copenhage, 1988) nos transmite es que el mundo es feo. Si una parte de él es fea, no podemos enamorarnos del mundo, y una parte, esta que ella recoge aquí, no se caracteriza por la belleza, por el deleite, por la poesía. Estamos con los que viven a merced de poder robar, con los que no saben entender el sexo de otra manera que no sea pornográficamente, con los pobres, con una pareja que establece una relación demasiado asimétrica, de hecho, tan asimétrica que cae en la agresividad. Nuestros protagonistas establecen unos principios que se adhieren al sadomasoquismo. Ella, que de vez en cuando toma el relevo del narrador para expresarse con idéntica voz a la de éste, ha sufrido el pasado propio de los perdedores y termina por sufrir, también, el final propio de los perdedores, como es el de una enfermedad terminal amarga. La autora nos libera, eso sí, de la maldición cronológica y nos lleva de un momento a otro de la historia atendiendo más a necesidades emocionales, a impulsos que le van indicando qué es lo más importante de relatar en cada momento. Eso que es tan importante consiste, casi siempre, en la necesidad de salir adelante, en motivos prácticos, que no permiten a los protagonistas respirar otro aire que no sea un aire humillado.

Estamos hablando de vidas insignificantes, de gente para la que morir sería un descanso. Estamos hablando de desdicha. El estilo con el que se narra apenas da lugar a adorno, a pesar de lo cual, Asta Olivia Nordenhof encuentra algún hallazgo expresivo: «Eres salvaje, totalmente salvaje, repetía él. Si hubiera habido un lugar, un pequeño recoveco en el interior de Maggie que entendiera que la estaba convirtiendo en un mito y que nunca podría estar a la altura, ella no le habría prestado atención por nada del mundo», así define el enamoramiento. O «Freud. Un poco pompose. ¿Sabes qué pensé? Si se supone que el tal Freud es tan genial… Pensé lo genial que habría sido yo si hubiera tenido tiempo de serlo», dice, para resumir la maldición de haber nacido en la familia equivocada, en el callejón de los destinos, donde se dan los abusos, las presiones, la mala ventura. Sin duda Nordenhof recurre a la rabia para protestar por un mundo tan feo. Y la rabia es, no lo olvidemos, el último recurso que sirve para mantenernos en pie, nuestra última herramienta para no perder el orgullo.

 

 Fuente: Zenda

jueves, 18 de abril de 2024

ENGAÑO

 

Engaño

Yuri Felsen

Traducción de María García Barris

Gatopardo

Barcelona, 2024

216 páginas

 



No se sabe si uno vive con pasión, que es la mejor forma de mejorar la vida, o la intensidad de lo que siente se debe a algún malestar, como es la manía de sentir lástima por uno mismo. Con frecuencia confundimos la sensibilidad con lo que afecta a nuestro narcisismo, ese factor que debemos construir bien armado, en su justa dosis, para crear una autoestima en condiciones. Si uno no lo consigue y se encierra en el cuarto oscuro de su cerebro, confundiendo ideas con sentimientos, no hará nada más que darle vueltas a asuntos que solo le conciernen a él, convencido de estar llegando a verdades universales. Para conocerse mejor a uno mismo, que es la apuesta que nos ayuda a asentar la calma y la confianza, lo ideal es preocuparse por los demás. La apuesta del lamento es un fallo a la hora de relacionarse, aunque puede dar lugar a obras fantásticas, como este Engaño, en el que un enamoramiento no hace sino provocar desdicha dentro de la piel de nuestro narrador, que así la va reflejando en un diario.

Casi todo lo que sucede, sucede dentro de su cabeza, generando ideas sobre sí mismo, unas ideas que brotan, como no puede ser de otra manera, de las dudas. Este narrador, de aspecto hipersensible, se maneja con un lenguaje propio de algo que podría llamarse, a pesar del riesgo de oxímoron, como impresionismo psicológico. Enamorarse es una dicha para él, pero también una desgracia; es la expresión máxima de la condición humana, pero es a la vez sublime y pacata. Eso sí, al saberse especial, al sentir algo tan estupendo, se irá cuestionando las costumbres en las que sobrenada, y se rebelará, aunque solo sea interiormente, contra ellas, por considerarlas triviales. En ese sentido, el París de hace un siglo se transforma en el lugar adecuado para desaprobar la farsa social. Nuestro narrador quiere ser puramente romántico, pero su romanticismo es de suspiros: «aunque no tengo mejor manera de hacerme insensible al paso del tiempo que con una ebriedad rápida y aturdidora»; «tras años de soledad he amasado una buena reserva de silenciosa ternura, todavía por gastar, que a menudo está destinada a personas similares a mí, solo que más indefensas»; «me delito en mi ensimismamiento: porque hablo de mí, de cómo me gustaría ser, de cómo me transformo imperceptiblemente».

Toda su melancolía idealizada no sirve como terapia, se limita a dejarle en una sensación de espera constante. «Mi embriaguez es más bien narcisista», reconoce. Pero ese narcisismo, esa embriaguez, se caracteriza por la obsesión por conocer la condición humana, el yo y el ella, el amor y las reacciones al amor, pues se considera un hombre que ama con inseguridad. Es alguien que tiene a la vida como una transición estropeada, pero creyendo que esa situación no se prolongará siempre. Su lucha es por estar emocionalmente bien preparado para cuando llegue eso que él cree que será la vida. Mientras tanto, su consuelo es el deseo, la ilusión de ella. Con apenas actuación, Yuri Felsen (San Petersburgo, 1894 – Auschwitz, 1943) construye una obra sobre lo que imaginamos ser, que hará las delicias de quienes amaron a autores como Proust: «imagino el amor como el desarrollo de una ambición terca, básica y necesariamente conmovedora, que constituye la esencia, el sentido absoluto, la “idea” de una determinada relación amorosa, que se destruye cuando esa misma ambición desaparece: la ambición, la “idea”, el sentido de mi primer amor por Liolia era la firme convicción en su apoyo benévolo, en nuestro refuerzo mutuo, natural en las personas que han sufrido mucho y por ello se comprenden».

miércoles, 17 de abril de 2024

EL DETERIORO DE UN MUNDO

 

El deterioro de un mundo

François-Henri Désérable

Traducción de Lola Bermúdez Medina

Cabaret Voltaire

Madrid, 2024

178 páginas

 

 


Lo comenta el propio François-Henri Désérable (Amiens, 1987) utilizando la voz de Stendhal: «Un espejo que se pasea a lo largo del camino». Esa es la definición que el autor suizo utilizó para definir la novela. A juicio de Désérable, Stendhal se equivocaba, pues la imagen del espejo que se pasea representa mejor la idea de lo que debe ser un libro de viajes que la de lo que nos figuramos que impulsa a crear una novela. Un espejo, digámoslo pronto, no nos devuelve la realidad, sino su representación, lo cual nos acerca al punto común que tienen los libros de viajes y las novelas: buscar ciertas formas de verdad, darle sentido al espectáculo —trágico o cómico— del mundo. En buena medida, no existe una diferencia tan notable entre un género y otro: en ambos se crean personajes y situaciones a partir de lo vivido.

Nuestro viajero de hoy, un Désérable que ya se ha forjado en la novela, del que ya nos ha traído esta misma editorial obras como Mi dueño y mi señor o Un tal Sr. Piekielny, se propone presentarnos un país complicado, del que apenas nos llegan noticias a través de tópicos y de situaciones violentas, como es Irán. Désérable se embarca intrigado por una sociedad en la que están reproduciéndose revueltas a partir de la muerte de Masha Amini en una comisaría por no llevar convenientemente tapado el pelo. En septiembre de 2022 la policía de la moral detuvo a la joven kurda mientras paseaba por Teherán aduciendo que no cumplía unas leyes que resulta abusivas y discriminatorias. Désérable se encuentra en ese país como uno de los pocos visitantes posibles, como una rara avis en trance de descubrir. ¿De descubrir qué? Al final, lo único que podemos aprender es aquello que nos resulta más próximo, lo que se acerca a nuestra aura, y es en ese aprendizaje en el que se centra Désérable. Va hasta allí con intención clara de escribir este libro, siguiendo la ruta que en su día trazó uno de los grandes autores de libros de viajes, Nicolas Bouvier en Los caminos del mundo. Como escritor, Désérable aspira a reproducir las virtudes literarias de Bouvier —musicalidad, erudición, deslumbramiento de la mirada, alegría de vivir, júbilo sensorial, asombro—, y como viajero a superar todos los miedos que le han inducido antes de emprender el viaje, y que se van repitiendo a lo largo del mismo por la reiteración de advertencias. En teoría, Irán es un país muy asediado por su régimen y el yo que viaja debe hacerse el valiente. Todo el mundo le dice ten cuidado y se siente en una exagerada obligación de tener cuidado para salvar el pellejo.

A la hora de la verdad, el mundo es un sitio más seguro de lo que nos están intentando vender. De hecho, como en todo buen libro de viajes, lo que destaca en esta reproducción de una travesía por Irán son los encuentros, las personas, que nosotros leeremos como personajes, que son a la vez peculiares y habituales: son reflejo del lugar por el que se transita y se merecen un cariño excepcional. Este es el punto fuerte del libro que, por otra parte, no cesa de transmitirnos la idea de que la tristeza que se desprende proviene de la incomodidad, por utilizar un eufemismo, con que se vive. Hay un lamento latente al no poder modificar nada, ser sólo testigo, dar testimonio, a la vez que hay una admiración por ellos, por los que deberían ser los protagonistas de estos libros, la gente de allí a la que, por limitaciones literarias, sólo podemos conocer a través del espejo que pasea a lo largo del camino, el que nosotros portamos.

Fuente: Zenda

domingo, 14 de abril de 2024

CUANDO LO INTENTÉ POR CUARTA VEZ NOS AHOGAMOS

 

Cuando lo intenté por cuarta vez nos ahogamos

Sally Hayden

Traducción de Lidia Pelayo Alonso

Capitán Swing

Madrid, 2024

520 páginas

 



Deberíamos sentir un orgullo digno de la mosca del vinagre, si no más bajo, cuando comprobamos el nivel de miseria que sufren otros seres humanos en este mundo que hemos construido. No debería haber excusas: donde no llega la política institucional, debería llegar la sociedad civil organizada, la que puede presionar, a su vez, a los responsables de la política institucional. Este libro, Cuando lo intenté por cuarta vez nos ahogamos, pertenece al ciclo de denuncias que forman parte de esa presión. No es extraño que en el año 2022 se hiciera con el Premio Orwell de literatura política, pues no cesa de hablarnos de las consecuencias de decisiones de Estado o de política común europea, sobre todo de una gran decisión: la de detener la migración por el Mediterráneo a toda costa, sufragando cuerpos armados de un Estado fallido, como es Libia. Sally Hayden (Irlanda, 1989) se pregunta si los responsables de esta decisión son conscientes del poder otorgado a las milicias y del infierno al que condenan a los migrantes. «Es hipócrita apoyar las iniciativas de Black Lives Mater en Estados Unidos mientras estás involucrado en una persecución racial propia del esclavismo en las fronteras exteriores de Europa», comenta la abogada de crímenes de guerra Alexandra Lily Kather en algún momento.

Este libro es una crónica del horror que persigue al sufriente desde su lugar de origen hasta sus últimos días, bien como refugiado en Europa o como fracasado en su país de origen al que retorna. Es un texto militante, pero la causa que defiende sólo puede ser apoyada; tal vez quepa debatir cómo afrontarla, pero no la necesidad de hacerlo. Hayden contactó a través del móvil y de redes sociales con distintas personas atrapadas en los campos de concentración libios, en los que se encierran a los migrantes que llegan desde otros países y pretenden alcanzar Europa por mar. Decimos campos de concentración, porque no cabe llamar de otra manera a un lugar donde los guardias mean en la comida de los presos, delante de ellos, antes de entregársela. A los presos sólo les cabe comerla o morir de hambre. A partir de estos mensajes, Hayden se pone en marcha y viaja a todos los lugares posibles que pueden verse afectados por este fenómeno: a Libia, a Etiopía o a Suecia, por ejemplo. Es imprescindible conocer que alguien ha salido huyendo de un lugar donde los paramilitares son capaces de sellar la boca de un aldeano cerrándole los labios con un candado.

Hayden elige la estrategia de poner rostro. No se encuentra con grupos de personas, no conoce a gente en abstracto. Ella se relaciona con alguien, uno tras otro, que merece ser querido, que merece ser respetado, que merece ser considerado. Hayden va a donde no nos atrevemos a ir los demás, demostrándonos que sin personas con ese valor los demás somos monos desnudos, o responsables de organizaciones institucionales, como ACNUR, cuya labor es más de márquetin que de ayuda real. La sensación que debería transmitir el libro es de angustia, de una angustia mayor, la más grande posible. Pero Hayden utiliza un lenguaje bastante objetivo, neutro, que es un refugio: de implicarse emocionalmente con él, sería irresistible el efecto. Lo doloroso sale por sí solo, es lo que nos está relatando. Por otra parte, elige contar todo como si ya hubiera sucedido. Nos cabe la escapatoria de pensar que si esta investigación está cerrada, es porque están cerrados los hechos. Pero no nos equivoquemos: estamos frente a una obra que supone un trabajo de conclusiones, pero estas conclusiones se refieren a una realidad. Y las vidas reales, como las de estas personas, como las nuestras, al contrario que las novelas o las películas, no son relatos cerrados. Cuando lo intenté por cuarta vez nos ahogamos es otro libro que debería leer todo el mundo.


Fuente: Zenda

jueves, 11 de abril de 2024

CRUCE DE VÍAS

 

Cruce de vías

José Antonio Garriga Vela

Candaya

Barcelona, 2024

305 páginas

 



«Me respondió que perder la propia vida es una nimiedad, pero perder el sentido de la vida, ver cómo desaparece nuestra lógica, es insoportable». La frase la imagina José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) en boca de Albert Camus durante un encuentro con él. En realidad, con quien se está encontrando, constantemente, es con sus fantasmas. Deberíamos mostrarnos agradecidos por los fantasmas, por la lección de fantasmas que Garriga Vela ha ido exponiendo a lo largo de los años en las páginas del diario Sur, de Málaga, y que nos demuestran que no se trata de seres a los que debamos temer. Uno tiene derecho a elegir la calidad de sus fantasmas, es decir, uno tiene derecho a crear el firme sobre el que se traza la ruta de la memoria. Garriga Vela reconoce que esta selección de textos responde a sus inquietudes personales —viajes, relaciones, soledad, mudanzas, paso del tiempo, la muerte— y, sobre todo, a la memoria que «siempre vuelve para poner las cosas en su sitio». «Lo bueno de la memoria es que no conoce límites, ni siquiera la frontera de la muerte», dirá en algún momento.  Esta selección nos habla de muchas cosas, pero mayormente nos habla de él, del autor: «Yo soy el hombre que duerme. El que espera», concluye en un mensaje que un segundo antes había sostenido: «El hombre vive de la imaginación, se gana la vida gracias a ella y los viajes le ayudan más que ninguna otra cosa».

Los viajes como ideal, pero también una infancia, en la que todos nos reconocemos, son parte de este autorretrato. Se trata de demostrarnos que uno es especial siendo uno más. Aunque la principal enseñanza que uno extrae de este compendio es que uno puede sentir que la vida sucede sin malestar. ¿Cuál es el antónimo de malestar? Bienestar. ¿Y el de desasosiego? Sosiego. El de guerra es pasa, el de dolor salud, el de nerviosismo tranquilidad. Pero Garriga Vela no acude a mostrarnos la importancia de estos sustantivos como si estuviéramos frente a un libro de autoayuda. ¿Cuál es el antónimo de autoayuda? Posiblemente sea descubrimiento. Para ello, Garriga Vela nos recuerda, una y otra vez, que la vida es eso que sucede ahí afuera, pero que las emociones y los sentimientos son lo que sucede de la piel hacia dentro. En este último territorio lo que se impone es la convicción de que no necesito perdonarme nada, porque no he intentado hacer daño. He fabulado y he recorrido caminos para sentirme, para saberme vivo, porque soy un tipo curioso, pero no he hecho daño. Me he limitado a ir creciendo sin intentar inflarme como un globo, que corre el riesgo de explotar. Y aquí nos expone sus pequeñas confesiones, en las que nos indica que el pasado seguramente era más bonito que el presente, que lo echa de menos, pero que las emociones guardan la misma intensidad con la que se impusieron en su momento, y que por tanto sigue igual de vivo. Y en esa vida ha ido creando sus propios mitos que no nos intenta imponer: se limita a indicar que cada uno tenemos derecho a crear los nuestros, y que la función de estos mitos será hacernos compañía en la soledad, en la solitud, en la inevitable sensación de que por muchas personas que uno quiera y que a uno le quieran, en los momentos difíciles está solo. Es decir, solo con sus mitos. Que son una muchedumbre, un coro y una guía.

martes, 9 de abril de 2024

DOPPELGANGER

 

Doppelganger

Naomi Klein

Traducción de Ana Pedrero e Ignacio Villaro

Paidós

Barcelona, 2024

461 páginas

 



El proyecto de Naomi Klein (Montreal, 1970) pasa por la certeza de que las sociedades son porosas y están interconectadas. Frente a las tendencias actuales de supervivencia económica, frente al darwinismo social, Klein tiene plena fe en los conceptos básicos de comunidad. Ella misma describe su labor de investigación y denuncia como «reconocimiento de patrones», contra los que pide una revolución sin agresividad, un cambio de paradigma, centrado, siguiendo el consejo de John Berger, en la calma «para atemperar el caos que reina a mi alrededor, en mi propia mente y también en la de mis lectores», confiesa. Por lo que ella aboga es por la inteligencia sensible, y esta sólo puede venir si el caldo sobre el que trabaja contiene todos los ingredientes, si conocemos cómo funciona este planeta, que tiene una innegable tendencia al embrutecimiento, donde las palabras se están sustituyendo por gruñidos. En esta ocasión el detonante de su libro es una confusión de identidades, en la que se implica otra escritora, Naomi Wolf, que es una activista de posturas que pertenecen a lo que hoy conocemos como la derecha institucional. La descripción que hace de su doble intenta ser respetuosa, pero no es improbable que se interprete como una caricatura: en cualquier caso, es un asunto serio, pues ya no existe forma de separar lo serio de lo ridículo, que conviven como animales simbiontes.

Lo terrible del tema del doble, del doppleganger, es que las naciones y las culturas también pueden tenerlo, facilitando, al igual que la convivencia de lo serio y lo ridículo, la convivencia de lo democrático y lo autoritario, de lo secular y lo teocrático, de lo pluralista y lo fascista. Klein pretende la calma, Wolf la agitación. Por regla general, pensaríamos que una representa a la izquierda institucional y la otra a la derecha reaccionaria, y es cierto que se oponen en los dos lados de la balanza, pero lo que nos expone Klein en todo momento es que entre lo bueno y lo malo lo mejor no es lo regular. La mayoría estamos acostumbrados a los ritmos y los hábitos del lugar del que venimos, de ahí el desconcierto cuando comprobamos cómo nuestros seres queridos se comportan de manera desconocida, orientando sus pareceres por el principio de si ellos creen esto, yo tengo que pensar lo contrario.

Klein entra de lleno en la forma en que construimos la realidad, o para ser más exactos, las dos realidades con las que convivimos: la tangible y la virtual. Nos habla de lo capcioso que es la generada en redes, la anónima, a la que poco le importa la convivencia pues en lugar de conectarnos lo que consiguen es extraer algo de nosotros. Estudia qué miedos y rabias se explotan en la economía de la atención, para tratar de colocarse en la mente de otros, para entender cómo funcionan los resortes de cabezas cuya mayor representación es uno de los colegas de su doble, Steve Banon. A provechando las situaciones que surgieron durante la crisis del COVID, analiza cómo se crean verdades alternativas y concede a la gente el derecho a creérselas, mientras expone algo que ya ha sido todo un clásico en la historia de las corrientes fascistas: el robo del lenguaje de la rebelión, sin la apropiación de las auténticas causas de justicia. En realidad, en su proyecto por conseguir calma, se preocupa por el envenenamiento consecuente a la polarización: ¿hay algún síndrome que explique este fenómeno que divide a una sociedad en dos facciones opuestas, cada una de ellas convencidas de que la otra ha sido sustituida por su doppelganger? «Nosotros pataleamos, ellos abrazan». «Es como si, en cuanto el mundo del espejo encuentra un problema con algo, eso mismo dejase automáticamente de importar fuera de él», dice.

Y al fondo está el asunto que más ha venido reivindicando Klein desde No logo hasta Esto lo cambia todo, pasando por La doctrina del shock, que es la estructura que sirve para salvaguardar los intereses de los poderosos. Aquí estudiando cuál puede ser el proceso que sigue una sociedad hasta convertirse en su doble fascista, un mundo tacaño cuando se trata de ayudar, que sucumbe a las tendencias conspirativas, en el que los haters siempre verán en ti un representante del grupo que desprecian, en el que «tú no eres tú; eres tu doble étnico, racial o religioso, y no puedes desprenderte de ese doble porque no lo creaste tú». De nuevo lúcida, Naomi Klein vuelve a construir un libro que no importa, un retrato que nos afecta, una obra que nos explica. Doppleganger es un ensayo magistral.


Fuente: Zenda

viernes, 5 de abril de 2024

EL SOL DE LORRAIN

 

El sol de Lorrain

Daniel Muñoz de Julián

La línea del horizonte

Madrid, 2024

106 páginas

 



Se cuenta que una de las excentricidades que protagonizaba Oscar Wilde, junto a un puñado de amigos, consistía en sentarse a ver la puesta de sol y, una vez que ésta terminara, levantarse a aplaudir mientras se desgañitaban gritando: ¡El autor! ¡El autor! Lo complicado tal vez sea definir cuándo finaliza una puesta de sol. O pensar que la noche es ambigüedad, porque es magia, con todo lo positivo que ello conlleva, pero también oscuridad, lo cual significa peligro. Lo que realmente nos agradaría es conquistar definitivamente ese momento tan bello, tan especial, para instalarlo permanentemente en nuestros minutos: vivir dentro de una puesta de sol constante no puede ser una prisión, sino una liberación, la obra de teatro magistral que todos deseamos estar saboreando. Pero al igual que no se puede ser sublime sin interrupción, no se puede sentirse uno sumergido sin interrupción en lo sublime y no terminar por generar dudas.

A partir de la obra del pintor del siglo XVII Claude Lorrain, que intentó que la puesta de sol fuera algo que no caducara jamás en su vida tiñendo con ella sus cuadros, Daniel Muñoz de Julián (Madrid, 1982) escribe un precioso ensayo que repasa todo lo que contiene o ha contenido la puesta de sol. Nos hablará sobre las teorías de los colores, sobre los significados del horizonte, sobre los efectos visuales, sobre realidades científicas —aunque tratadas con un respeto que nos permite seguir confiando en el arte—, sobre el paisaje y sobre la poesía. Nos remitirá a pintores como Turner y a escritores como Goethe. Y todo sin perder el eje alrededor del que gira el ensayo, que es la puesta de sol, la luz de la puesta de sol, que será otro de esos sueños que nos ayuden a mantenernos firmes y sin dejar de sonreír. El libro funciona sin pérdida de tiempo. No hay una sola frase que sobre y nos lleva por sus reflexiones a toda pastilla, hasta llegar a la conclusión de que nuestro pintor «no pintaba la realidad, sino el sueño de su luz».

A partir de esta lectura, deberíamos comenzar a integrar en nuestro vocabulario común esta palabra: opacarofilia, que quiere decir pasión por los ocasos. «¿Qué hay en este fenómeno que puede conmover a Juan Ramón (Jiménez) y a Claude (Lorrain), pero también a la clase de gente que necesita un cartel para saber por dónde se pone el sol?». Más adelante, mediado el ensayo sobre la magia, nos remite a uno de los grandes para intentar explicarlo: «Para Monet, para cualquier pintor, el paisaje en realidad no existe como tal, sino que es tan inalcanzable como el horizonte, y eso, pintar lo inalcanzable (el mejor ejemplo de lo cual es el crepúsculo), puede acabar constituyendo el sentido de una vida». Ese sentido que también aparece en las mejores lecturas, en lecturas deliciosas, como la que supone embarcarse en descifrar este ensayo.

QUIERO ESTAR DESPIERTO CUANDO MUERA

 


QUIERO ESTAR DESPIERTO CUANDO MUERA
(DIARIO DE UN GENOCIDIO)

recoge el horror que vive y ve el escritor palestino en Gaza tras la invasión israelí.

Un testimonio tan valiente como urgente acerca del borrado de un entero pueblo.

Blackie Books publicará en catalán y en castellano. El libro ya está a la venta en www.blackiexpalestina.com.

EL IMPORTE ÍNTEGRO DE LAS VENTAS IRÁ DESTINADO A LABORES HUMANITARIAS EN TERRITORIO PALESTINO.

The New York TimesThe Guardian o Le Monde ya han publicado extractos en sus cabeceras.




El 7 de octubre de 2023, mientras se bañaba con sus amigos en una playa de Gaza, Atef Abu Saif fue sorprendido por el ruido de unas explosiones. Lo que parecía algo casi cotidiano para un palestino nacido en un campo de refugiados, resultó ser el inicio de la guerra de Gaza que pronto derivaría en la masacre más sangrienta de la historia de Palestina.

A partir de esa noche. Atef describió en su diario la pesadilla: el silbido de los misiles contra panaderías, escuelas y hospitales, las visitas a su joven sobrina mutilada en el hospital, el asesinato de sus familiares, vecinos y amigos más íntimos, las colas eternas para conseguir harina o agua, los paseos por la devastación del paisaje de su infancia.

Quiero estar despierto cuando muera es la crónica de un genocidio, del borrado de todo un pueblo: un testimonio desgarrador que nos abre los ojos ante el horror desplegado a tiempo real delante de nosotros y del que no podemos ni queremos ser cómplices.

«Algunos niños han inventado una nueva e ingeniosa forma de asegurarse de que su historia sea contada, o al menos quede registrada, incluso después de haber sido despedazados por un misil israelí. Para que sus cuerpos sean reconocidos, han empezado a escribir sus nombres con marcadores en las manos y piernas. Comparten esta práctica en las redes sociales. Algunos incluso escriben los números de teléfono de sus familiares para que puedan llamarlos e informarlos de su muerte. Es casi imposible pensar que el mundo seguirá existiendo después de nuestra muerte, pero estos niños lo hacen: anteponiendo a sus seres queridos, con la esperanza de aliviar su sufrimiento salvándoles del purgatorio de no saber.»

Fragmento de Quiero estar despierto cuando muera

ATEF ABU SAIF nació en el campo de refugiados de Jabalia, en la Franja de Gaza, en 1973. Se licenció en la Universidad de Birzeit y después cursó un máster en la Universidad de Bradford, Inglaterra. También posee un doctorado en Ciencias Políticas y Sociales del Instituto Universitario Europeo de Florencia. Es autor de cinco novelas y dos colecciones de cuentos, así como de varios ensayos políticos. Es también colaborador habitual de periódicos y revistas palestinos y de otros países árabes, en los que en 2014 empezó a publicar sus diarios del conflicto de Gaza. En 2019, se trasladó a Cisjordania, donde reside desde entonces. Al comienzo de la última ofensiva del genocidio israelí en Gaza, en octubre de 2023, Atef Abu Saif estaba visitando la ciudad con Yasser, su hijo de 15 años. Quedaron atrapados allí durante más de tres meses. Aquí están recogidos esos días de terror y muerte, el testimonio único de una de las peores masacres de nuestro siglo.

miércoles, 3 de abril de 2024

BELLEZA EN EL CAOS

 

Belleza en el caos

Setouchi Jakuchò

Traducción de Natsumi Masuko y Teresa Herrero Ferrio

Satori

Gijón, 2024

355 páginas

 



En un tiempo en que consumimos literatura apresurada, escrita con premura, despojando a la prosa hasta dejarla en un hueso pelado que se lee con la misma facilidad que tiene comer un perrito caliente, que alguien se preocupe por la creación de una obra lenta es abrir una ventana para que entre aire fresco. En este caso, esa obra es un clásico japonés, un clásico contemporáneo, obra de la escritora Setouchi Jakuchò (1922 – 2021), siempre preocupada por las sensaciones y por el amor. Jakuchò es delicada y nos trata con delicadeza. Esa es la intención más clara que transmite esta obra: todo se merece un gran respeto, el respeto de vivir, tanto las personas sobre las que escribe como los lectores. Nos está llevando a la vida cultural de un Japón que se encuentra en pleno proceso de cambio. Los paradigmas se cuestionan, como se están cuestionando en el resto del planeta. Pero hablamos de un país que se enfrenta a una tradición de distinto peso a la que se debe superar, tal vez para vencerla o tal vez para que conviva con las nuevas formas sociales, en otras regiones. El feminismo, que está en el eje de la obra, llega a Japón como atravesando una membrana hasta hace poco impermeable. Y es una de las puntas de lanza con las que se empiezan a quebrar las convenciones, muchas de ellas herederas de una moral que la propia autora califica, en algún momento, como feudal.

«Su estudio de tres tatamis y su shakuhachi de bambú, que no molestaban a nadie, eran lo suficientemente satisfactorios para él; un puñado de felicidad para el joven nihilista, por el que se sentía bendecido. Enredarse en la vida de una joven pueblerina, con el olor a mugre del cuello de su kimono, podría resultar insoportable». Así nos ubica, para narrarnos la vida de Noe Ito, una de las grandes pioneras de las corrientes feministas y anarquistas en Japón. Como es sencillo deducir, el libro nos hablará de lo convulso. Pero su autora consigue que el libro sea tranquilo, sobre todo tranquilo, resolviendo uno de esos anatemas que pesan en los proyectos literarios: cada historia requiere un lenguaje y se supone que para expresar lo convulso deberíamos expresarnos convulsamente, pero aquí se nos da una lección que supera lo literario, pues el respeto, la calma, como apuntaba John Berger, es lo más revolucionario que existe.

Lo natural, para nuestra autora, es narrar. Al tiempo que se desarrolla la biografía de Noe Ito, se asiste al propio proceso de creación del libro. Lo que nos engancha, desde el principio, es algo tan sano como la curiosidad, el ansia por descubrir a alguien cuyos esfuerzos por salir adelante, en lo personal y como voz para los demás, están plenamente inmersos en buenos conceptos de honor y de amor. No es baladí el epígrafe de Sakae Òsugi que precede al relato: «La belleza solo reside en el caos, la armonía siempre es engañosa». Si el caos es más creativo que el orden es debido a que el orden es previsible, mientras que del caos puede surgir cualquier cosa. En este caso, será la búsqueda de una convivencia no tradicional, no considerada armónica en las convenciones tradicionales, impregnada de amor en una maraña de complicadas relaciones, con libertad amorosa, lo que dará pie a la belleza, que se expresa siempre, eso sí, con cortesía.

 

lunes, 1 de abril de 2024

LA AMAZONIA

 

La Amazonia

Eliane Brum

Traducción de Mercedes Vaquero Granados

Salamandra

Barcelona, 2024

430 páginas

 

 



Este libro es un trabajo periodístico con intenciones muy militantes. No llama a engaño, lo cual se agradece, pues además la causa que defiende no puede ser más sana, más pura, más justa, más utópica y más necesaria: la Amazonia, y con ella todos los que la habitan, como representación máxima de los territorios sagrados en los que defender las buenas causas buenas, aquello que deberíamos proteger para salvar al planeta, a la humanidad, es decir, la naturaleza y las personas. En buena medida no descubre nada que ya no supiéramos, pero sí nos vamos dando cuenta, a medida que avanzamos en la lectura, que esta implicación personal de la autora, Eliane Brum (Ijuí, Río Grande del Sur, 1966), nos habla de lo importante que es desaprender para poder reinventarnos en condiciones, como mejores personas. Brum se ha implicado desde hace tiempo en las causas ecofeministas y de defensa de etnias minoritarias, lo cual ha terminado por llevarla a vivir en una ciudad en el corazón de la Amazonia, Altamira.

La implicación de la autora en la defensa de lo que deberíamos todos defender es muy pasional. Nos invita a idear, o a encontrar, no sabemos bien por qué verbo decidirnos, nuestro propio ecosistema, y a continuación empujarse a uno mismo a formar parte de ese ecosistema. Debemos advertir que nuestra periodista militante no se esconde, más bien al contrario, utiliza estos principios para hablar constantemente de sí misma, en lo que podría ser la aportación más literaria del libro. No es improbable que el lector termine por darse cuenta de que quien nos habla tiene ciertos problemas con el narcisismo, como ella misma reconoce al mencionar que lleva treinta años psicoanalizándose, y no es difícil conjeturar que estos se encuentran en la infancia y adolescencia, pues también menciona que fue madre sola con quince años. A partir de ahí, asistimos a las palabras de alguien que se mueve en la lucha, pues este es su medio natural. Claro que en esta lucha, en la que ella está en el departamento de las denuncias, es contra cualquier forma de violencia: la colonial, la machista, la étnica, la política, la económica, la de poderoso contra el perdedor, la climática, etc. La relación de datos y, sobre todo, de hechos en los que esta violencia se ha ejercido ocupan buena parte del texto, y se extienden en el pasado para hablarnos de la historia de Brasil desde la primera colonización. La resistencia de los pueblos de la selva, o que son selva, como indicaría ella, es una llamada a la rebelión que nos remite a nuestro pasado adolescente, ese en que creíamos que podríamos cambiar el mundo, que es el motor militante que no debería nunca de estar activo. Si no emulamos a estos pueblos selva o a los campesinos agroecológicos, ¿en qué nos convertimos?

Brum pretende ser el Pepito Grillo, la voz de la conciencia, y se muestra pesimista. Pero no baja los brazos. De hecho, no hace tanto que se instaló en Altamira y cuando pasada la mitad del libro nos habla del lugar, no esconde todo lo criminal que por allí campa. A una edad en la que uno desea vivir en chanclas mirando al mar, ella opta por sumar problemas, porque si no acudes a ellos, si los escondes, no vas a resolver. La literatura militante nos recuerda que no sirve de nada esconder la mierda debajo de la alfombra. Nada mejor para reflejarlo que este lugar, la Amazonia, que se nos dibuja como la antisociedad, donde no existe el Estado, donde desde siempre parece imperar la ley del más fuerte, donde todos son reos de unos Liberty Valance que nada tienen de leyenda ni de mito, porque la realidad es mucho más sucia.


Fuente: Zenda