Dinero
en el bolsillo
Asta
Olivia Nordenhof
Traducción
de María Rosich Andreu
Sexto
Piso
Madrid,
2024
159
páginas
Los
técnicos de explosivos se acercan siempre con cautela al coche bomba para
desactivar la trampa: manipulan con cuidado los cables, los estudian, y
terminan por seccionar, con miedo, el de color rojo. Esa cautela es la que se
ha ido imponiendo en el estilo con que se trata, con frecuencia, temas
sociales, temas delicados, asuntos de miseria, de pobreza, de agresividad y de
pérdida. La frase en la que se elimina todo lo que no sea hueso, el recurso al
término directo, la construcción seca, el estilo breve hasta en la prolongación
del párrafo. Lejos, muy lejos, quedan los niños huérfanos de Dickens, un autor
que, a pesar de todo, nos mostraba cariño por sus personajes cuando se
adentraba en lo más oscuro. Aquí el cariño es una aportación que debe hacer el
lector si le apetece, y la historia, y el lenguaje con el que se narra la
historia, no invita a que a uno le apetezca. Dinero en el bolsillo nos
habla de la infelicidad que le viene impuesta a quien nació en el barrio
siniestro del mundo.
Lo
que Asta Olivia Nordenhof (Copenhage, 1988) nos transmite es que el mundo es
feo. Si una parte de él es fea, no podemos enamorarnos del mundo, y una parte,
esta que ella recoge aquí, no se caracteriza por la belleza, por el deleite,
por la poesía. Estamos con los que viven a merced de poder robar, con los que
no saben entender el sexo de otra manera que no sea pornográficamente, con los
pobres, con una pareja que establece una relación demasiado asimétrica, de
hecho, tan asimétrica que cae en la agresividad. Nuestros protagonistas
establecen unos principios que se adhieren al sadomasoquismo. Ella, que de vez
en cuando toma el relevo del narrador para expresarse con idéntica voz a la de
éste, ha sufrido el pasado propio de los perdedores y termina por sufrir,
también, el final propio de los perdedores, como es el de una enfermedad terminal
amarga. La autora nos libera, eso sí, de la maldición cronológica y nos lleva
de un momento a otro de la historia atendiendo más a necesidades emocionales, a
impulsos que le van indicando qué es lo más importante de relatar en cada momento.
Eso que es tan importante consiste, casi siempre, en la necesidad de salir
adelante, en motivos prácticos, que no permiten a los protagonistas respirar
otro aire que no sea un aire humillado.
Estamos
hablando de vidas insignificantes, de gente para la que morir sería un
descanso. Estamos hablando de desdicha. El estilo con el que se narra apenas da
lugar a adorno, a pesar de lo cual, Asta Olivia Nordenhof encuentra algún
hallazgo expresivo: «Eres salvaje, totalmente salvaje, repetía él. Si hubiera
habido un lugar, un pequeño recoveco en el interior de Maggie que entendiera
que la estaba convirtiendo en un mito y que nunca podría estar a la altura,
ella no le habría prestado atención por nada del mundo», así define el
enamoramiento. O «Freud. Un poco pompose. ¿Sabes qué pensé? Si se supone que el
tal Freud es tan genial… Pensé lo genial que habría sido yo si hubiera tenido tiempo
de serlo», dice, para resumir la maldición de haber nacido en la familia
equivocada, en el callejón de los destinos, donde se dan los abusos, las
presiones, la mala ventura. Sin duda Nordenhof recurre a la rabia para
protestar por un mundo tan feo. Y la rabia es, no lo olvidemos, el último
recurso que sirve para mantenernos en pie, nuestra última herramienta para no
perder el orgullo.
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