Ocho
entrevistas inventadas
Enrique
Vila-Matas
Hurtado
y Ortega
Barcelona,
2024
107
páginas
Si
uno entrevista a un famoso, ¿preparará las preguntas para que las responda el
personaje que todos conocemos, o será capaz de inventar algo que nos descubra a
la persona que debe esconderse detrás? A un jovencísimo Enrique Vila-Matas (Barcelona,
1948) le encargaron traducir una entrevista al mismísimo Marlon Brando y optó
por inventar la entrevista, con las respuestas, que a él le gustaría haber
hecho. Porque Marlon Brando debería ser uno de los personajes más interesantes que
podríamos encontrar: excéntrico, genial, independiente, distinto. La supuesta
entrevista, que tiene lugar en 1968, busca sorprendernos por el ingenio del
actor, que se centra en el eje de un sentido de la justicia inusitado, el que
le supone un cambio vital a la persona que porta esa máscara: si el actor se
expresa así de rotundo acerca de los males del mundo, la vida que peligra será
la de la persona. A la hora de la verdad, el resultado es una apelación al
absurdo, a esas llamadas mentales a no fiarnos de nada, pero creer en la
ficción, que en el futuro nos deparará la literatura de Vila-Matas.
Las
piezas que componen este pequeño volumen pretenden, por encima de todo,
provocar un incremento del interés del lector por el personaje, al que se
retrata parcialmente. Será a través de esta visión limitada en la que intervenga
la creatividad del Vila-Matas, ahí donde se ponen en marcha los mismos
mecanismos que hacen falta para la ficción: un parecer del autor que es el
sustrato sobre el que hinca la raíz la creación. Hay que tener en cuenta la
capacidad que siempre ha tenido Vila-Matas para hacernos creer que es otro o al
menos dudar de quién es el que nos habla. De hecho, como nos recuerda Mario
Aznar en el prólogo, estamos frente a un escritor que encontró su estilo
mientras estar copiando el estilo de otro.
Pero
atendamos a los personajes afectados. Tras Marlon Brando, encontraremos a Juan
Antonio Bardem, el genial director de Calle Mayor o Muerte de un
ciclista, que sin mentarlo lamenta que en este país hacer cine, y triunfar
entre la crítica, no es garantía de nada. Bardem representa la duda. La
entrevista que afronta a continuación es a Rudolf Nuréyev, y nos encontramos
con alguien que no parece tener mucho que contar, tal vez porque en una
entrevista no se maneja con su lenguaje, y al que se le atribuye el don de ser
breve y el malestar de ser trágico. Rovira Beleta, director de Los Tarantos
y Amor brujo, atiende, o se supone que atiende, mientras está entregado
a su trabajo; es como si se le hubiera pillado en mitad del fregado, pero como
si no fuera posible pillarle de otra manera. Luego volveremos a encontrarnos
con Marlo Brando, ese actor del que Fernando Trueba decía que ver una de sus
películas es como asistir a un concierto en el que el solista toca otra música
diferente y además está borracho, al que esta vez se le enfrenta una
desconocida en un minirelato con forma de diálogo; lo que leemos son las
respuestas de un cínico mediático. Anthony Burgess expresará sus temas más
obsesivos, que son la religión y la literatura, o la metaliteratura, demostrando
qué es lo que admira Vila-Matas de su obra. La entrevista al filósofo Cornelius
Castoriadis nunca llega a suceder, ni siquiera en ficción, porque a lo que
asistimos es a su preparación, posiblemente por la dificultad o amplitud que
tiene el asunto sobre el que debería hablar: el fracaso de un modelo político y
social. Patricia Highsmith sirve para reflexionar un poco sobre la transición de
la literatura al cine, y mencionar las filias y fobias de la autora vinculadas
a su personaje más famoso, Ripley. Terminamos con el capítulo Recuerdos
inventados, en el que vemos el deslumbramiento por la literatura de Antonio
Tabucchi, con la que tanto tiene en común la obra de Vila-Matas. Esta última
pieza nos dejará con el sabor a melancolía de lo que deberían ser las mejores
intenciones creativas. Y la aportación a la creatividad es la faceta más
destacable de la obra de Vila-Matas.
Fuente: Zenda
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