Cuando
lo intenté por cuarta vez nos ahogamos
Sally
Hayden
Traducción
de Lidia Pelayo Alonso
Capitán
Swing
Madrid,
2024
520
páginas
Deberíamos
sentir un orgullo digno de la mosca del vinagre, si no más bajo, cuando comprobamos
el nivel de miseria que sufren otros seres humanos en este mundo que hemos
construido. No debería haber excusas: donde no llega la política institucional,
debería llegar la sociedad civil organizada, la que puede presionar, a su vez,
a los responsables de la política institucional. Este libro, Cuando lo
intenté por cuarta vez nos ahogamos, pertenece al ciclo de denuncias que forman
parte de esa presión. No es extraño que en el año 2022 se hiciera con el Premio
Orwell de literatura política, pues no cesa de hablarnos de las consecuencias
de decisiones de Estado o de política común europea, sobre todo de una gran
decisión: la de detener la migración por el Mediterráneo a toda costa,
sufragando cuerpos armados de un Estado fallido, como es Libia. Sally Hayden
(Irlanda, 1989) se pregunta si los responsables de esta decisión son
conscientes del poder otorgado a las milicias y del infierno al que condenan a
los migrantes. «Es hipócrita apoyar las iniciativas de Black Lives Mater en
Estados Unidos mientras estás involucrado en una persecución racial propia del
esclavismo en las fronteras exteriores de Europa», comenta la abogada de
crímenes de guerra Alexandra Lily Kather en algún momento.
Este
libro es una crónica del horror que persigue al sufriente desde su lugar de
origen hasta sus últimos días, bien como refugiado en Europa o como fracasado
en su país de origen al que retorna. Es un texto militante, pero la causa que defiende
sólo puede ser apoyada; tal vez quepa debatir cómo afrontarla, pero no la necesidad
de hacerlo. Hayden contactó a través del móvil y de redes sociales con
distintas personas atrapadas en los campos de concentración libios, en los que
se encierran a los migrantes que llegan desde otros países y pretenden alcanzar
Europa por mar. Decimos campos de concentración, porque no cabe llamar de otra
manera a un lugar donde los guardias mean en la comida de los presos, delante
de ellos, antes de entregársela. A los presos sólo les cabe comerla o morir de
hambre. A partir de estos mensajes, Hayden se pone en marcha y viaja a todos
los lugares posibles que pueden verse afectados por este fenómeno: a Libia, a
Etiopía o a Suecia, por ejemplo. Es imprescindible conocer que alguien ha
salido huyendo de un lugar donde los paramilitares son capaces de sellar la
boca de un aldeano cerrándole los labios con un candado.
Hayden
elige la estrategia de poner rostro. No se encuentra con grupos de personas, no
conoce a gente en abstracto. Ella se relaciona con alguien, uno tras otro, que merece
ser querido, que merece ser respetado, que merece ser considerado. Hayden va a
donde no nos atrevemos a ir los demás, demostrándonos que sin personas con ese
valor los demás somos monos desnudos, o responsables de organizaciones institucionales,
como ACNUR, cuya labor es más de márquetin que de ayuda real. La sensación que debería
transmitir el libro es de angustia, de una angustia mayor, la más grande
posible. Pero Hayden utiliza un lenguaje bastante objetivo, neutro, que es un
refugio: de implicarse emocionalmente con él, sería irresistible el efecto. Lo
doloroso sale por sí solo, es lo que nos está relatando. Por otra parte, elige
contar todo como si ya hubiera sucedido. Nos cabe la escapatoria de pensar que si
esta investigación está cerrada, es porque están cerrados los hechos. Pero no
nos equivoquemos: estamos frente a una obra que supone un trabajo de
conclusiones, pero estas conclusiones se refieren a una realidad. Y las vidas
reales, como las de estas personas, como las nuestras, al contrario que las
novelas o las películas, no son relatos cerrados. Cuando lo intenté por
cuarta vez nos ahogamos es otro libro que debería leer todo el mundo.
Fuente: Zenda
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