Inútil
émulo
José
de María Romero Barea
Alfar
Sevilla,
2025
142 páginas
La
literatura es como el mar, que tiene memoria y dentro caben todas las almas.
Por encima de ellas, las olas son las personas divinas sobre las que navegamos o
naufragamos tratando de pescar algo bueno entre la memoria de los que allí aguardan,
tranquilos en sus cementerios marinos. Si esa tranquilidad también está en la
superficie, podremos ver horizontes lejanos, pero en caso de tormenta nos
agarraremos a cualquier asa mientras tratamos de recoger las redes de pesca. Si
uno escribe en calma, de ese mar saldrán las obras de Stevenson, pero cuando
uno agita voluntariamente esos encuentros con las palabras y las ideas,
podremos toparnos con Larva, de Julián Ríos, o algunas de las obras más complejas
de Juan Goytisolo. Sin alcanzar una temperatura tan críptica, Inútil émulo
responde a esta forma de sentir la literatura, que en ocasiones se nos presenta
como una fiebre. José María de Romero Barea (Córdoba, 1972) entiende que en el
mar literario uno puede pescar con total libertad, y así es como aquí ejerce
esta tarea, en un libro que se anuncia de relatos, pero difícilmente podremos
identificar como tal: que nadie espere un cuento redondo, con su final
sorprendente. De lo que se trata es de recuperar el espíritu de compromiso con
la literatura, con las palabras.
Uno
se siente tentado a utilizar la palabra posmoderno a la hora de referirse a
esta obra. Parece imponerse el relativismo, cuestionarse la objetividad y,
sobre todo, un aparente caos sin esperanza, así nos lo indican. Pero estamos
frente a un homenaje a la literatura por encima de todas las cosas. A partir de
la forma, que sí responde a los principios posmodernos antes enunciados, de lo
que se trata es de transmitir un desasosiego de aspecto gratuito, pero con el
que nos iremos familiarizando hasta poder disfrutar de él, de las asociaciones
libérrimas y la metaliteratura. Romero Barea parece enfrascado en demostrar que
se puede narrar algo tan complejo de narrar como son los fundamentos
literarios. Hay, pues, una tentación de literatura narcisista, esa que se mira
a sí misma obviando el exterior, pero lo que sucede es que sigue estando
permitido que cada uno elabore su propio mundo interior, que no hay reglas para
ese crecimiento, y al darse cuenta de que el que lee no es únicamente lector,
se preguntará hasta dónde podemos encontrar en las palabras, en ese mar
literario, consuelo. En realidad, esta obra es un reclamo, una llamada de atención
que nos indica dónde mirar cuando uno se cansa de mirar la realidad. Ese es el
plan previo. Luego viene el desarrollo, en el que no existen los absolutos, en
el que se nos indica que todo es interpretable.
El
valor de esta estrategia es darnos cuenta de todo lo que nos podemos permitir.
Y, además, concluir que podemos sentir amor por las artes, como el autor lo
siente por la literatura, y que ese amor nos rescata de morir ahogados. Poco a
poco, Romero Barea va extendiendo una cartografía muy personal en la que se
imponen las situaciones, no las acciones. No hay actuación de ninguna clase,
hay palabras que van formando un retrato de intenciones holísticas: es posible
que seamos mucho más que la suma de todas las partes, pero, para empezar,
debemos dar buena cuenta de las partes que nos conforman. El riesgo que corre
el autor es el de provocar lo que teme, que es encontrarse con algo demasiado
pretencioso, tanto que puede llegar a ser aburrido. Romero Barea sortea este
peligro con un trasfondo de denuncia, pues poco a poco va apuntando a vicios,
también vicios literarios, que empañan demasiado nuestros días. Si la
literatura es un baúl lleno de palabras, bienvenida sea esta confesión de amor
por ella.
Fuente: Zenda

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