miércoles, 19 de noviembre de 2025

AMO A RUSIA

 

Amo a Rusia

Elena Kostyuchenko

Traducción de Mildred Nicoltera

Capitán Swing

Madrid, 2025

397 páginas

 



A la hora de la verdad, una crónica no es una revolución. La palabra es imprescindible, pero no detiene guerras, no salva a un país, como confiesa al final de este libro Elena Kostyuchenko (Yaroslavl, Rusia, 1987). Pero querer cambiar la realidad es síntoma de cordura, algo que este libro destila, y en grandes cantidades, tantas como para impactar. Estamos frente a una de las obras que más van a aturdir este año, una demostración magistral de periodismo, en la que las palabras se relacionan con la resistencia mostrándonos un camino de salida: hay injusticia, a raudales, pero también deseo de cambio. Y será ese deseo, esa contribución al cambio que surge de la palabra, de la expresión, de la divulgación, lo que nos salve, lo que salve al individuo. Sin gente como Kostyuchenko, ¿a qué nos veríamos reducidos los demás? Robot es una palabra checa que significa esclavo o servidumbre, y que creó Karel Čapek para una obra de teatro que se estrenó en 1920. Tal vez no seríamos mucho más que eso, un robot, si no viniera alguien a removernos por dentro.

Amo a Rusia es un compendio de crónicas sobre un país que parece ser una distopía a la vez que una ucronía, en el sentido de que el pasado del país no ha terminado de ser, no ha terminado de construirse. El mosaico no puede ser más demoledor, y Kostyuchenko consigue que funcione de una manera que el lector no puede si no agradecer: la tensión literaria es de tal calado que nos empuja a estar con ella, a vivir con ella aquello de lo que es testigo. El libro desborda más intensidad que muchos documentales que se apoyan, además, en la imagen y el sonido. No hay un solo instante de descanso, un solo párrafo barato. Estamos frente a una autora que no despliega recursos, que no adjetiva, pero no es necesario: el registro directo es un estilo literario y ella lo sabe y lo domina. Lo que necesita para llevar a cabo su cometido es valor. Y lo tiene. Como tiene una energía que es la que nos ayuda a mantenernos concentrados en la lectura: esa energía significa ganas de vivir, de no ser un mero zombi poseído por la voluntad de otro y, al fin y al cabo, ese es nuestro mayor deseo en esta vida, sabernos autónomos, sabernos personas.

La empatía debe funcionar para identificarnos con los perdedores, con quienes no tienen destino porque se les acabó el futuro, pero también alguien se encargó de liquidarles el pasado. Gente que habita entre las ruinas, pobladores de centros de internamiento psiquiátrico, los habitantes de territorios en los que suceden las guerras, derrotados, vencidos, aquellos a los que uno debe saber interrogar con la mirada para encontrar que no todas las células se han rendido y todavía les asoma la dignidad en la respiración. A este mundo hemos venido a ser inconformistas, nos grita Kostyuchenko en cada línea, porque el mundo puede ser mejor. Y la demostración de ello es toda la humanidad que es capaz de rescatar de cada episodio, de cada ilustración del naufragio. Hay violencia, pero hay sentimientos, en este retrato de un país que es, a la vez, el retrato de su autora, de una persona que ha vivido para afuera, para los demás. La guerra atraviesa su biografía como atraviesa la del país, Rusia, al que no puede dejar de amar. Porque está saturada de seres que se merecen esa mano que rescata al que se está ahogando. Y este libro es una demostración, tan feroz como precisa, tan bien hilada como emocionante, de que alguien tiene que utilizar la palabra para que comencemos con esa salvación. Una obra maestra.


Fuente: Zenda

martes, 18 de noviembre de 2025

LA VIDA DE ELLAS

 

La vida de ellas

Tamura Toshiko

Traducción de Kuniko Ikeda y Marta Añorbe Mateos

Satori

Gijón, 2025

285 páginas

 



En ciertas temporadas, parece que lo que busca el lector es relatos de jóvenes a los que el demonio haya reventado por dentro. Reventar no es lo peor que puede hacerle a uno el demonio. Hay otras formas de consumirse. Si vivir consisten en huir detrás de un sueño, lo peor es darse cuenta de que a uno le quitan el suelo bajo los pies, y en ocasiones caer sin remedio, porque no te diste cuenta de quién era el que te condenaba, merced a que esgrimía una sonrisa. La cortesía es uno de los mejores inventos, excepto cuando la manejan los clientes del mal. Algo de eso se trasluce en estos relatos costumbristas, naturalistas, vivenciales, de Tamura Toshiko (Tokio, 1884 – 1945), en los que a las protagonistas no les resulta fácil vivir, porque en la vida intervienen los demás. Y esos demás incluyen a los que crearon las tradiciones en el pasado, y la tradición, maldita sea, es dogma. Las tragedias pueden ser domésticas.

Toshiko sabe que lo que importa a la hora de crear es ser sensible. La sensibilidad, por su parte, la llevará inevitablemente a una suerte de rebeldía: no cabe aceptar con resignación lo que nos muerde los tobillos. Y en el Japón de principios del siglo XX a las mujeres les mordían demasiado los tobillos las tradiciones familiares, los roles atribuidos. De ahí estos personajes que buscan la libertad en la creación, en el arte, en la literatura, algo que no debería ser dañino para nadie. Pero este conflicto nos llevará a conocer los miedos de estas mujeres, que tiene relación con los vínculos sociales y familiares, con lo institucional y lo más próximo a la piel. Somos seres alienados y la huida a través de la imaginación se nos hace necesaria. Toshiko escribe con delicadeza, sin rencor, sobre asuntos que bien podrían tratarse con recursos de realismo descarnado. Y eso se agradece. No nos expone cómo se revientan las protagonistas bajo el imperio del diablo, sino como se emocionan y luchan, a continuación, contra las termitas que pueden devorarnos.

A juicio de los antiguos griegos, uno de los grandes males que padecemos es la resignación. Esa palabra es la que da título a la narración más extensa de esta recopilación, y no es casualidad. En ese Japón que se nos describe, había pocas promesas para salirse del destino con el que uno parecía haber nacido. Nuestras protagonistas miran hacia esas promesas como el caminante nocturno mira hacia las estrellas. Pero la vida les exige abnegación en su tránsito por este valle de lágrimas. La belleza la ha encontrado la autora, y parece querer compartirla con estas mujeres, que ella crea, que se debaten entre los deberes familiares, la educación tradicional y una nueva vida que saben que debería ser posible forjarse. La palabra clave tal vez sea posible. Algo puede ser improbable, pero no tiene por qué ser imposible si uno sabe que cada uno de sus sueños le pertenece. La resignación nos indica que debemos quedarnos con los sueños como tales. De ser así, seguiríamos en las cavernas. Sacar a la luz y reclamar que tenemos derecho a perseguir los sueños nos ayuda a bregar en un mundo en el que el diablo se presenta como termitas en nuestros huesos. Por eso ha sido tan necesaria la contribución, por pequeña que fuera, de autores como Tamura Toshiko.

 

miércoles, 12 de noviembre de 2025

MI REFUGIO Y MI TORMENTA

 

Mi refugio y mi tormenta

Arundhati Roy

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Alfagura

Barcelona, 2025

424 páginas


 


El título original de este libro, tan valiente como hermoso y duro, es un fragmento de Let it Be, la canción de los Beatles: Mother Mary Comes to Me. El verso es un rezo, pero Arundhati Roy (Shillong, 1959) lo elige para remitirnos, directamente, al impulso que da pie a la obra, que no es otro que la muerte de su madre, de nombre Mary, y la reconciliación con la memoria. Las primeras páginas nos hablarán bien a las claras sobre la necesidad de saldar deudas, de retratar a una madre a la que cabe comprender, porque fue víctima, pero también reprochar, porque fue victimario. Cualquiera que se haya aproximado a un autor que busca cauterizar a través de la literatura, sabrá que ese empeño está condenado al fracaso como estrategia sanadora, pero puede dar pie a algunas de las obras más impactantes que hemos leído. Roy es consciente de ello, pero no se detiene ante la emoción, que es siempre inmediata, ni ante los riesgos de navegar por la memoria, que siempre atañe al pasado, a los miedos y a las alegrías. «Salvar el abismo que separa el legado de amor (…) y las espinas que clavó en mí, como pequeños flotadores en mi torrente sanguíneo», confiesa.

Tras el retrato en que se combinan las espinas, los abismos y lo que nos rescata del hundimiento, Roy se enfrenta a su autobiografía, en la que la lucha y la resiliencia cobran un protagonismo que nos lleva a pensar que nos hallamos frente a alguien que sí, que esta vez sí tiene algo que contar. Parte de unos hechos que nos golpean con tanta dureza que a veces nos pueden llevar incluso a pensar en Mohamed Chukri. Los conflictos no son únicamente sentimentales, como sucede al confrontar sus recuerdos con los sentimientos contradictorios que le provoca hablar de su madre. Ahora los conflictos nos remiten a la supervivencia, una navegación que ella parece haber afrontado con un espíritu en el que el anhelo de libertad, de sinceridad, parece estar destilado en la misma fábrica que la canción de los Beatles. Roy nos recuerda, una y otra vez, que el aprendizaje está vinculado al dolor, pero que no huir del dolor supone que alcanzaremos momentos mágicos, de esos que nos recuerdan que vivir es algo que merece, y mucho, la pena.

A lo largo de la narración, que nos entrega en capítulos breves, de lectura tan sencilla como atractiva, surca siempre el tema de la familia: el padre ausente que termina apareciendo, el hermano querido, la madre que ha impuesto su ley sin dejar de poner en marcha un proyecto social y educativo en Kerala. La madre será, de forma casi inevitable, el registro por el que tome la medida a casi cualquier cosa. Incluido el éxito que termina por llegar con la publicación de El Dios de las pequeñas cosas, una obra que nos vemos casi obligados a revisar tras esta lectura, porque seguro que hallamos claves nuevas, claves que, en este caso, nos remiten a términos de humanidad. En esa humanidad atenderemos a los desengaños, los ideales y a la factura que pasa el no tener más remedio que hacerse a uno mismo. Algo que no se detiene ni siquiera cuando se transforma en una activista, en defensora de los más débiles, de causas que sabemos perdidas. El ideario político y social será el combustible que siga poniendo en marcha su motor, hasta que regresa a la madre, en un final que intenta ser testimonial, pero mantiene su pulso con las emociones: «Estoy tomando un medicamento para la tristeza», dice su madre cuando le recetan un antidepresivo. La idealización, la ingenuidad libre que da el no guardar rencor, unido al buen pulso narrativo, hacen de Mi refugio y mi tristeza una obra maestra del género testimonial: «Hoy, sin embargo, doy gracias por ese regalo de oscuridad. He aprendido a tenerla cerca, a cartografiarla, a tamizar sus sombras, a contemplarla hasta que se me han revelado sus secretos. Y también a resultado ser un camino hacia la libertad».


Fuente: Zenda

viernes, 7 de noviembre de 2025

MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES

 

Más allá de los límites

Kilian Jornet

Now Books

Barcelona, 2025

216 páginas

 



Mientras la mayoría nos preocupamos por los problemas de aparcamiento, o por la posible multa que nos caerá si nos excedemos en los minutos en que hemos aparcado el coche subido a la acera, hay quien se dedica a enviarnos mensajes que contienen la carga de que es posible vivir. Estamos embarcados en una espuma de los días en que aguardamos a que deje de suceder lo que está sucediendo y venga, por fin, la vida. La vida es eso que sucede mientras uno espera a que llegue la vida. A no ser que se apodere de ti la alegría de vivir, que es algo que sucede bailando, pero sólo durante un corto espacio de tiempo, o en la naturaleza, donde el tiempo deja de existir, porque lo que se impone es el momento. Lo que nos lleva enseñando Kilian Jornet debería colgar, en buena medida, el aviso de que no debemos intentarlo en casa, porque los actos son una barbaridad, un portento físico, pero su espíritu debería llegarnos como llamada de atención: todavía es posible hacerse uno dueño de lo que está por venir.

No podemos elegir muchas cosas, demasiadas, que nos van a condicionar, pero tenemos arcilla suficiente entre las manos como para construir lo que sea que nos ayude a ser dueños de nuestros días y nuestras noches. En esta ocasión, Jornet nos lleva a los Alpes, donde realiza uno de esos proyectos que son exclusivos de alguien con sus capacidades físicas y su iniciativa: ascender las 82 cumbres de más de cuatro mil metros en el menor tiempo posible. Lo consigue en 19 días. Una barbaridad. Para ello se vale de su talento y de un material estupendo, pero también de una planificación apropiada, aunque planificar el clima de los Alpes más allá de unas horas es casi imposible. Pero Jornet, y su equipo, sabrán adaptarse. En su relato, comprobaremos los detalles de lo que va haciendo, la descripción de la ruta y la toma de decisiones, pero llama también la atención las apariciones constantes de viejos amigos con los que se reencuentra y emprende parte del proyecto. Como siempre, a pesar de los detalles técnicos y de precisiones físicas, a pesar del desarrollo cartográfico, lo que se impone es la alegría de vivir. Esa es la enseñanza que transmite, con garantías, Jornet, una vez más. En ese sentido es ejemplo, porque uno va leyendo la hazaña y no puede dejar de preguntarse si este muchacho no se lesiona nunca.

Aunque lo que a Jornet termina por preocuparle es el deterioro de la montaña. Él ha vivido en los Alpes, y en su regreso constata lo que está suponiendo para la naturaleza el cambio climático y los destrozos ambientales. En apenas veinte años, se ha perdido gran parte de la riqueza natural. De ahí que este libro también tenga la intención de ser una llamada de atención, un empuje a la acción por una causa que a todos nos afecta: no podremos luchar por la alegría de vivir si no tenemos un mundo sobre el que luchar. Y para ello nos ofrece un libro hermosísimamente editado, en el que la belleza de las imágenes puede sobrecoger por momentos, pero siempre resultará de un magnetismo que nos empujar a querer estar ahí, aunque sea viajando más despacio de lo que lo hace Jornet, pero con la misma satisfacción.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

LA VIDA INTERRUMPIDA

 

La vida interrumpida

Pedro Plaza Salvati

Libros de la Catarata

Madrid, 2025

189 páginas


 


Se conoce como síndrome de Ulises al que padece el inmigrante, con su cuadro de estrés debido al duelo que provocan los kilómetros que le separan de sus raíces y su gente. Los síntomas de este síndrome —anhedonia, ansiedad, irritación— dificultan las opciones de construir una nueva vida, una vida que merezca la pena. En cuanto al síndrome de Estocolmo, todo el mundo sabe en qué consiste, ese que lleva al rehén a identificarse con el captor. Será la extraña ambivalencia que surge de una pequeña combinación de estos dos síndromes la que otorgue especial relevancia a este libro, a la experiencia que Pedro Plaza Salvati en un retorno a su Caracas natal que se prolongará por causas excepcionales.

Nos hallamos en el año 2020, cuando el mundo puso cerrojazo a casi todos los movimientos por culpa de un virus. Plaza Salvati, afincado en Barcelona desde hace año, español por adopción, marcha a Caracas en uno de sus viajes habituales. Su intención es la de apagar la melancolía que poco a poco va cargando en su interior según pasan los días, recorriendo lugares de la infancia, reencontrándose con lo que le fue propio entonces, amortiguando el síndrome de Ulises. Pero las semanas de estancia se verán prorrogadas, a la fuerza, transformándose en un periodo superior al año. Si la ciudad se convierte entonces en una cárcel, y esa cárcel es un lugar del que guarda buenos recuerdos, recorrerla supondrá lidiar un poco con el síndrome de Estocolmo. Pero será, precisamente, esos recorridos los que le anclarán a la realidad, y será la realidad lo que le libre del desconsuelo, de la locura.

Plaza Salvati rompe suelas por todos los caminos de Caracas y nos va presentando lo que ve como si lo registrara de inmediato para el lector. Al mismo tiempo que nos ofrece los cuadros, va exponiendo las reflexiones que le acompañan. El efecto podría ser bastante desolador, por tratarse de una ciudad desnutrida, especialmente desnutrida en una época en la que, en ocasiones, salir a la calle suponía toparse con la distopía, con el mundo yermo. Pero Plaza Salvati escribe y piensa con respeto. En realidad, lo que apodera de él es la extrañeza: «Siento que soy un personaje secundario en una película del futuro». Un personaje no es lo mismo que una persona, una película no es lo mismo que la realidad, y el futuro puede no tener nada que ver con el presente. Desde el inicio, sabemos que estamos frente a un texto personal, y ese efecto se va incrementando a medida que avanzamos en la lectura, porque acompañamos al autor en sus paseos, pero también en su soledad. Al fin y al cabo, en los momentos de crisis estamos solos.

Uno termina por preguntarse si lo que ha leído es una confesión y, por tanto, un autorretrato. Estamos frente a un libro diletante escrito por alguien que, de haberse dado otras circunstancias, podríamos calificar como un flâneur. Al mismo tiempo que le hemos ido conociendo, hemos ido trazando la cartografía del lugar, dibujando un atlas que en lugar de extenderse en el espacio, lo hace en el tiempo. Este atlas se ha ido enriqueciendo, sin querer, a cuenta del Covid: al no poder estar dentro de los recintos, la gente estará en la calle, enriqueciendo los registros del autor, lo que pasará a ser su memoria. Y en esa memoria, la experiencia queda como una gran paradoja, porque nos ha expuesto que se puede estar encerrado en el presente y moviéndose, mientras va reconstruyendo el reflejo de sus raíces dentro de la cabeza y en las emociones. La vida interrumpida puede tratarse de una experiencia muy personal, pero la pregunta que nos haremos, cuestionarnos hacia dónde va todo esto y cómo nos afecta la deriva, es muy universal.


Fuente: Zenda

lunes, 3 de noviembre de 2025

TORMENTA DE POLVO FINO

 

Tormenta de polvo fino

Carlos Fortea

Nota al margen

Madrid, 2025

210 páginas

 



En ocasiones, la historia se convierte en una máquina de picar carne. Para ello no es necesario participar de una gran matanza, estar en el centro de una guerra o un genocidio. La carne que se pica puede ser la propia, pero sin necesidad de perder ningún miembro por el camino. Basta con que la situación por la que uno atraviesa, condicionada por la situación por la que atraviesa el entorno, te destroce por dentro. Vivir no es fácil, pero en ocasiones es una faena terrible, algo casi imposible, nadar en el barro con la nariz apenas asomando lo suficiente como para inhalar el aire con el que sobrevivir. Una de las pocas formas que existen de hacer un aquelarre propio para conjurar a los fantasmas, y comenzar a sospechar que algo hay que rescatar de esos trances, es convertir en narración los sucesos. Lo supieron bien los cineastas del neorrealismo, que nos mostraron que de lo que se trata es de poner sobre la mesa la humanidad de los protagonistas. De eso se trata, de dar sentido a tanta humanidad, de recordar que esos para los que la vida fue tan difícil no podían dejar de intentar vivir.

Cuando el narrador está un poco alejado, pero quiere implicarse con una intensidad casi física, crea una obra bajo la premisa de la pregunta ¿qué es lo que nos construye? Eso sucede en esta Tormenta de polvo fino, de Carlos Fortea (Madrid, 1963), en la que se nos traslada a varios momentos de la historia, en una estructura de acciones paralelas, en los que vivir fue más que difícil: fue un trance crítico. A través de los personajes aprendemos sobre la memoria social y cultural de un país, pero también sobre la humanidad de ellos, sobre su memoria, su educación sentimental, sus deseos, sus flaquezas y sus valores. Porque uno de los grandes méritos de esta novela es la de hacernos partícipes de aquella parte de lo aprendido que es común, pero también irnos indicando que existe lo propio, aquellas cosas que uno va aprendiendo y que son únicas para cada uno de nosotros, para cada uno de los personajes. La intención de todo esto no es tanto la de instruirnos acerca de lo que fue, como la de llamar la atención del lector para indicarnos de dónde venimos. Tenemos derecho a quejarnos cuando alguien nos pisa, pero ha habido etapas muy feas, muy oscuras, por las que navegaron amores y penas. Puede que la historia sea pesada, pesadísima, pero los dramas siempre son del tamaño de los hombres.

Lo que cabe agradecer a Fortea es que a la hora de explicarnos todo esto, es decir, a la hora de traducirlo a palabras, muestre una serenidad que se nos antoja consuelo. Hay que poner voz a quienes obligaron a mantenerse callados, pero no conviene hacerlo con tono de odio, con malestar. Lo que de verdad agradecemos es que alguien se preocupe por indicarnos que, a pesar de todo, podemos estar descansados, que la rebelión no es lo mismo que la ira. Cuando uno anda trabajando entre viejos libros, abriendo viejas páginas, lo que se levanta entre los dedos es una pequeña tormenta de polvo fino. Mientras tanto, ahí, afuera, hay que mantenerse crítico con lo que hacen con el poder quienes lo ostentan. El equilibrio es una tarea complicada de la que Carlos Fortea sale con un saber hacer magistral.

jueves, 30 de octubre de 2025

MUJERES EN GUERRA

 

Mujeres en guerra

Javier Sánchez Zapatero y Sara Velázquez-García (eds.)

Comares

Granada, 2025

187 páginas

 



El deseo de cambiar el mundo, de protagonizar una revolución que mejor el decurso de la humanidad, no ha cesado de ser el impulso para poner en marcha algunas de las grandes conquistas, pero también la intención de mejorar la vida propia y la del entorno más inmediato. No hace falta ser Alejandro Magno, ni Atila, ni uno de los chavales que asaltaron la Bastilla o el Palacio de Invierno, para cambiar un pedazo de mundo y soñar con que ese aleteo de mariposa provocará una tormenta revolucionaria, tal vez a miles de kilómetros pero con efecto boomerang. Los mejores tiempos tienen que estar al llegar y a nosotros se nos exige que no nos quedemos parados aguardando ese momento. Nada va a mejorar en este planeta si vivimos por inercia. Esto parecen haberlo sabido mejor los protagonistas del pasado que la gente de nuestros días, encantada de enchufarse a cualquier serie de cualquier plataforma. Reencontrarnos con ese espíritu de lucha y decencia es parte de la intención de este libro, Mujeres en guerra, subtitulado como Visiones de la contienda española desde el extranjero.

La otra intención es la de recordarnos que durante una guerra no solo existían los que disparaban y, sobre todo, los que ordenaban los disparos. Esta recopilación de artículos conforma un mosaico en el que se presta atención a mujeres extranjeras que han sentido la guerra que tuvo lugar en nuestro país entre 1936 y 1939. La mayoría de ellas vinieron aquí, siguiendo un sentido de la justicia al que nunca es suficiente el volumen que se le concede. A través de la crónica, y en ocasiones de la ficción, expresaron la trascendencia mundial que estaba implicada en la contienda: lo que estaba en juego no era una victoria de poder, sino de modelos de sociedad, en las que ellas veían la opresión y la tiranía frente a una organización que elaborara desde abajo algo que facilitara la vida de todos y cada uno de los ciudadanos.

Vinieron desde América Latina y desde diversas regiones de Europa, y han sido grandes desconocidas que ahora, por fin, tienen un espacio desde el que podemos saber de ellas. Debemos aclara que los textos tienen una intención académica, algo que no enturbia su atractivo, dado que basta la mera enunciación para que nos sintamos afectados al irlas conociendo. Se llamaban Carmen Lyra, Luisa González, Emilia Prieto, María Luisa Carnelli, Carlota O’Neill, Smone Weil, Ruth Rewald, Percy Phelps, Nan Green, Josephine Herbst, Anita Brenner, Victoria Hislop. Y a partir de estos escritos, que nos dan un sustrato idóneo, uno no puede dejar de sentir la tentación de conocer algo más sobre ellas. Sabemos que son valientes, sabemos que son inquietas, sabemos que no consienten la injusticia, y hasta vamos a aprender algo sobre sus biografías, pero la información que obtenemos nos deja con la sensación de que nos gustaría saber algo más sobre ellas. Aunque solo sea por eso, el trabajo de estos profesores ha merecido la pena.

Lo que más sorprende del volumen es toparnos con un efecto muy emotivo en un trabajo muy académico. Y es que de eso se trata, de ir ampliando el mundo, de dar a conocer lo que ni siquiera habíamos intuido que existiera. Esa es otra forma de revolución, una demostración de que podemos afectar a lo que sucede, aunque sea con movimientos de ala de mariposa, y que esa afectación también supone cambios, mejoras. Bienvenidos sean trabajos como éste.

miércoles, 29 de octubre de 2025

EL GRAN TERREMOTO

 

El gran terremoto

Kathryn Schulz

Traducción de Teresa Bailach Arrate

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

78 páginas

 



La propia Kathryn Schulz (Ohio, 1974) confiesa que su reportaje indujo mucho terror entre los lectores, cuando se publicó en el año 2015 en la revista The New Yorker, un miedo del que dieron buena cuenta quienes lo reseñaron. No es para menos. El gran terremoto habla sobre algo que no ha sucedido, pero que amenaza con que pueda suceder: un movimiento sísmico en el noroeste de Estados Unidos cuyas consecuencias se asemejarían a las del que tuvo lugar en Japón, en el año 2011, conocido por cómo afectó a la central atómica de Fukushima. Este terremoto se ubicaría al norte de la famosa falla de San Andrés, en la zona de subducción de Cascadia, y según las previsiones de la propia Schulz causaría miles de muertos y unos daños materiales inmensos, de los que la región tardaría mucho tiempo en recuperarse. De hecho, buena parte del reportaje se dedica a las consecuencias de la destrucción: cuántas escuelas están en territorio peligroso y cuánto duraría su reconstrucción; cuánta gente se vería afectada por la desaparición de centros médicos que no comenzarían a funcionar hasta años más tarde; los problemas por la destrucción de conductos de agua potable y alcantarillado, puentes, carreteras; qué ocurriría en las casas que surten su energía gracias a las calderas de gas, y así en unos enunciados que podrían extenderse más.

Antes de llegar hasta allí, Schulz pone en marcha el espíritu didáctico que todo buen reportaje debe tener. Nos resume en qué consiste la escala de Richter y la relación entre la potencia de un terremoto y su duración, a partir de ciertos ejemplos, o las diferencias entre una gran ola y la devastadora masa de agua que es un tsunami. Y hasta se vale de un sencillo ejercicio que todos podemos hacer con las manos para explicar cómo funcionan las placas tectónicas y en qué circunstancias de esos movimientos se producen los terremotos. A continuación, nos expone cuáles son las regiones de riesgo y cómo están pobladas, urbanizadas, colonizadas, de una manera en la que no se ha tenido en cuenta el riesgo que supone la zona de subducción de Cascadia. Finalmente, y tras exponer las consecuencias, nos advierte de que lo mejor, en cuanto uno comienza a sentir los efectos de un terremoto, es ponerse a salvo, sin mirar atrás.

No es extraño que este reportaje causara pánico entre los lectores. De hecho, Schulz se vio obligada, un tiempo más tarde, a añadir un segundo artículo, que se incluye en esta edición, en el que refleja los mejores consejos para ponerse a salvo en el caso de que llegara el cataclismo: a quién afectaría el terremoto y el tsunami, cómo protegerse, cómo salir de ahí, o cómo informarse. El conjunto es un libro pequeño, pero de gran potencial, que coloca a Schulz en la categoría de los grandes cronistas de investigación, de gente como Sebastian Junger, por ejemplo, de quien hace poco esta misma editorial recuperó La tormenta perfecta.

Lo que experimenta el lector es miedo, pero se trata del tipo de miedo que, a no ser que habites en la región amenazada, resulta magnético. Schulz no intenta que nos vengamos abajo, que nuestras convicciones o la fe en la humanidad se desvanezca, ni siquiera que comencemos a desconfiar hasta el punto de echar el cerrojo en cuanto entramos en casa. Lo que hace es descubrirnos que el mundo geográfico es mucho más amplio de lo que conocemos, que estamos todavía en periodos de descubrimiento y que en su país pueden volver a producirse desastres como el del monte Santa Helena, que tuvo lugar en 1980. Ser la primera economía mundial no te garantiza estar seguro. La advertencia que debemos hacer al lector es que el miedo que sentimos es algo que, en realidad, ponemos nosotros. Esperamos que no sea impedimento para emprender la lectura de este pequeño gran libro.


Fuente: Zenda

martes, 28 de octubre de 2025

SOÑÁBAMOS UNA ISLA

 

Soñábamos una isla

Roc Casagran

Traducción de Amàlia Medina

Navona

Barcelona, 2025

247 páginas

 



El vacío ha llegado a convertirse en la suprema aspiración de serenidad y belleza. Dentro del vacío no hay nada. Lo imaginamos lleno de aire, como se llena de aire los pulmones, pero lo que nos dictan es que no debería haber ni eso. Nada. Es decir, lo mismo que recordamos que había antes de que naciéramos. Y lo que sucede es que vivir es, por encima de todas las cosas, muy incómodo. Estamos en guerra contra el planeta y el terror se apodera de nosotros cuando vemos una multitud. No hemos dejado de llevarnos todo por delante, desde el día que nos bajamos del árbol y agarramos una rama para atizar a otro mono en el cogote. Pero no solo existen estos grandes desastres, en los que nos sabemos protagonistas y podemos incluso llegar a presumir de ellos. Están, también, esas pequeñas tragedias con las que vamos llenando nuestros días, esas que no suceden mucho más allá de nuestra piel y que la afectan, lo cual no deja de tener su importancia, dado que la piel es el más grande de nuestros órganos. Como aquí no cabe acudir al vacío, lo que hacemos es intentar la reconciliación. Somos memoria, y es ahí donde debe suceder esa reconciliación, que nos dará un poco de serenidad y belleza.

Ese es el fundamento de la voz que nos habla en esta novela, Soñábamos una isla, la de una mujer consciente de estar escribiendo y que ese esfuerzo tenga un fundamento: al otro lado está la persona con la que ha venido compartiendo los días y las noches, a la que pretende hacer llegar el mensaje. La narradora va revisando su vida y va revisando su relación, mientras no deja de preguntarse, sin que la pregunta se forje de forma explícita, si todo esto ha merecido la pena. Pero antes de emprender esa tarea, debe reconciliarse con su madre, pues junto a ese adulto no tuvo una infancia fácil. Para eso se ayuda de islas, lugares alejados, extravagantes, aterradores a la vez que atractivos, que parecen sacados de los libros de Alastair Bonnett. Las islas son utopía y también crónica del desastre. Las islas sirven para expresar el deseo de aventuras, de conocer lo lejano, que es único, porque lo que sucede en esa isla no puede estar sucediendo en ningún otro lugar. Y esos deseos son necesarios, porque nuestras posibles pasiones se nutren de deseos.

La novela, como se puede ir deduciendo, contiene un poco de existencialismo, en una dosis que no aturde y que puede pasar desapercibida. Se trata de esa cuestión, sobre si la vida merece la pena, pero expresara como lo haríamos cualquiera mientras paseamos por la Gran Vía. ¿Cuál es el sentido de la vida? Nos preguntaríamos. Y nos olvidaríamos, como se olvidan los personajes de la obra, de que hay que enamorarse de la vida, y no de su sentido. Eso nos lleva a vernos reflejados en cualquier otra persona, a ver reflejada nuestra relación en cualquier otra relación, y nuestra familia en cualquier otra familia. Mientras tanto, los días no dejan de ir cayendo, de ir sumándose, o restándose, y a lo largo del tiempo nuestra vida no deja de ser como un autobús urbano, al que no dejan de subir personas, de variado pelaje, y de bajarse la gente a la que echaremos de menos. Así va trazándose el itinerario de la mujer que nos habla, que se expresa con cierto costumbrismo para facilitar que cualquiera de nosotros nos sintamos identificados con ella. La cercanía será el principal valor de esta novela.