miércoles, 9 de julio de 2025

LA ISLA

 

La isla

Mesa Selimovic

Traducción de Miguel Roán

Automática

Madrid, 2025

214 páginas



 

Se puede hablar de la felicidad mencionando sólo la desdicha. Eso es lo que sucede en esta isla a la viajamos, la que crea Mesa Selimovic (Tuzla, 1910 – Belgrado, 1982) para que sea a la vez refugio y cárcel. Una pareja de ancianos se exilia en este lugar sin nombre, y siguiéndoles de cerca, conoceremos a otros habitantes y cómo actúan sobre la superficie arrugada de ese pedazo de planeta. Al igual que estar solo implica una tensión entre la soledad, entendiendo ésta como la parte que nos acosa, y la solitud, que sería el equivalente a la parte que nos lleva a disfrutar, los habitantes que van dibujando el entramado de vida de la isla no terminan de decantarse hacia la felicidad, que conocen a través de su antónimo, la desdicha. Hay cierto espíritu de resignación en la obra, que es el que tiñe la atmósfera que se respira.

Cabe mencionar, para que el lector sepa cuál es el ambiente que impregnaba la vida del autor, que escribió la obra en un momento en que su país, la Yugoslavia de hace sesenta o setenta años, era una materia gris en la que imperaba un oscurantismo que intentaba disfrazar la pobreza. Esa pobreza, que tiene, como no podía ser menos, un carácter no solamente pecuniario, está en el espíritu de los protagonistas, dispuestos a seguir respirando porque no queda más remedio que hacerlo. No hay consuelo, pero tampoco hay ese impulso negativo que nos llevaría a tocar fondo para intentar salir. Nos encontramos en el estado intermedio, que parece hacerse crónico: podemos ver la superficie y saber que si nadamos un poco asomaremos la cabeza, pero aguantamos porque todavía nos queda algo de aire en los pulmones. De este modo, la isla, que prometía ser una forma de apartarse de la negra rutina, es un encierro. La naturaleza no sirve para amortiguar y, de hecho, por momentos expone su lado cruel, así como la crueldad de la que se valen los hombres para utilizarla.

Los valores literarios que Selimovic saca a colación tienen que ver con el conocimiento humano. Las breves pinceladas con las que nos dibuja a los personajes valen tanto como los retratos de las mejores películas de realismo social. Lamentamos que no haya posibilidad de echarles una mano, con una intensidad semejante a la que hemos sentido leyendo, por ejemplo, a Bohumil Hrabal. El lector comprenderá que estos relatos, que poco a poco van configurando una novela sobre la cartografía humana, conmueven, y que conmoverse es lo que importa. Uno podría echar el día elaborando un artículo acerca de cómo Selimovic aplica la inteligencia y las teorías literarias a sus textos, pero eso carecería de auténtico sentido. Lo que nos importa son las personas, lo que nos importa es lo que nos va haciendo mejores mientras participamos de la vida como observadores. Esa es la gran aportación de esta novela.

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